MIAMI, Estados Unidos.- Primero, perdió Hillary Clinton. Todo estaba amarrado, si no en los hechos, sin duda en el espíritu. Para los Castro prometía ser un tercer término de Barack Obama. Nada que temer. Lo más cerca que Clinton pudo estar de los exiliados y la disidencia fue el programa de El Gordo y la Flaca, de Univisión. Por no darnos un huesito anticastrista, la campaña de Hillary ni siquiera le marcó a la pobre Alicia Machado un par de líneas sobre la libertad de Cuba. Por cierto, ¿a quién se le habrá ocurrido meter a Alicia en la campaña?
Hillary le hubiera dado a Raúl Castro el pan y el vino. ¿Recuerdan el encuentro de Bill Clinton y Raúl en Nueva York en septiembre del 2015? “Gracias”, le dice Bill a Raúl tomándole las manos. “¿Cómo está usted?”, pregunta Raúl. Bill: “Mejor ahora que lo veo a usted”. A continuación, hablaron sobre Haití, donde tanto Raúl como la Fundación Clinton atan y desatan más de un nudo, por decirlo con una inocua metáfora esotérica, lo mismo en el plano visible que en el plano invisible. El entendimiento es natural, aunque sólo sea porque cada parte debe saber de la otra mucho más de lo que nosotros sabemos.
En el naufragio de Hillary amanecieron también los escombros de los candidatos congresionales y senatoriales de la Florida que apoyaban la apertura hacia Raúl. Fuera Joe García. Fuera Patrick Murphy. Etcétera. Otra vez Ileana Ros-Lehtinen. Otra vez Marco Rubio. Otra vez Carlos Curbelo. Otra vez Mario Díaz-Balart. Etcétera. Toditos republicanos. Toditos a favor del embargo. Toditos enemigos de la dictadura. ¡Oooops!!! ¿A do fueron a parar, a do fueron los pronósticos de los heraldos del cambio-fraude? ¿A do fueron las homilías del cardenal Ortega y sus obispos de respuesta rápida? ¿A do fueron, Mío Cid, las encuestas que describían a un exilio mayoritariamente transformado en un rebaño de amorales inmigrantes económicos? ¿A do fueron? En aras de la civilidad, no digamos que aquello fue una trama dirigida letra a letra por Raúl. Eso sí, en aras del récord histórico, registremos que pocas veces hubo un error tan exquisitamente orquestado.
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