LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Rosario tiene setenta años. Vive con su esposo en una pequeña casita en Lawton. Ella es maestra normalista, pero no pasó sus últimos años de trabajadora en las aulas.
Una mañana me la encontré en la calle y me dijo que ahora trabajaba en un taller de costura en Centro Habana, donde hacía ropa interior femenina. Manejaba una máquina de coser industrial y se sentía bien sin la presión de tener que aprobar a alumnos que arrastraban deficiencias académicas.
Con su entusiasmo de siempre, se ufanó de la práctica que había adquirido, que siempre cumplía la norma y hasta hacía trabajos extras, con los que ganaba unos pesos más.
Después de eso Rosario y su esposo se jubilaron, y entonces las carencias y limitaciones aumentaron; aunque él hacía sus trabajitos de plomería, no eran suficientes. Ella estaba preocupada: debía buscar algo que hacer para incrementar la economía del hogar. Por eso, cuando su vecina le propuso cuarenta pesos mensuales para que trajera a su niña de la escuela por la tarde, no lo pensó dos veces. Aquella propuesta le vino como anillo al dedo, y para el fin del curso escolar, ya “pastoreaba” tres niños más.
Una tarde, a la salida de la escuela, un inspector la increpó y le dijo que para cuidar niños tenía que tener licencia, y que ese día se la dejaba pasar, pero la próxima vez le pondría una multa. Por suerte, ella logró convencer al hombre con la historia de que eran hijos de algunas vecinas, que le habían pedido el favor.
Porque Rosario, como el resto de las “pastoras”, no tiene licencia. De tenerla, pagaría por ella una cantidad mensual superior a la que cobra, y probablemente nadie querría contratarla por más dinero.
Pero no es Rosario la única que recoge niños al terminar la sesión de clases. Berta, un ama de casa, recibe once dólares mensuales por llevar y traer una niña a la escuela desde Lawton hasta Santos Suárez. Discretamente, dice que la niña estudia tan lejos porque está anotada en el carnet de identidad, la libreta de racionamiento y el registro de direcciones del CDR de la cuadra de sus abuelos, que se van del país y quieren dejarle la casa.