LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -Desde sus mismos comienzos, la oposición a Fidel Castro se ha nutrido de todo tipo de seres humanos: políticos, ricos, intelectuales, estudiantes, artistas, comerciantes, terratenientes, campesinos, obreros, amas de casa, religiosos y otros. Muchos de ellos aplaudieron a Fidel durante sus discursos de largas horas y luego se decepcionaron, hasta convertirse en sus enemigos acérrimos.
Pero Gladys Linares Blanco –Cienfuegos, 1942- es una cubana fuera de serie. Jamás aplaudió a Fidel, ni se vistió de miliciana, ni fue trabajadora de vanguardia, ni gritó Patria o Muerte en la Plaza de la Revolución, ni pidió paredón de fusilamiento para los cubanos, como como eco de Fidel.
Gladys supo moverse entre los hilos invisibles que el destino tiende a todos los mortales y se mantuvo al margen de la vorágine que ha vivido Cuba desde que la dictadura castrista se adueñara de la isla.
Una vez le dije que se salvó de haber caído en el abismo de las ideas revolucionarias, para luego cambiar de opinión, algo que jamás hace el necio. No creyó en las promesas socialistas del régimen, y contempló, con sus ojos tan claros como un cielo de abril, la violencia y el terror que infundían al pueblo.
Supo siempre, me lo confesó una vez, que las dictaduras son tragedias transitorias y comenzó a luchar por la libertad de Cuba en 1987, cuando conoció a Ricardo Bofill en su apartamentico de Guanabacoa. Cuando lo escuchó conversar sobre Derechos Humanos, tanto la impresionó, que siempre que puede lo menciona y no deja de recordar las chancletas rotas del líder, hoy en el exilio, su vehemencia contagiosa y aquella mirada suya que parecía darle valor al indeciso.
A partir de ese día, Gladys se incorporó al Movimiento de Derechos Humanos y es querida por decenas de miles a los que proporcionó medicamentos, alimentos, ropa y zapatos, o enviaba sus denuncias a emisoras amigas del extranjero a través del Frente Femenino, organización humanitaria que fundó en 1995, gracias a la ayuda que recibía del Grupo de Apoyo a la Democracia –GAD- que aún dirige en el exilio de Miami su entrañable amigo y hermano, Frank Hernándéz Trujillo.
Gladys es, repito, una cubana fuera de serie. Tan modesta y sencilla que desarma al más autosuficiente. Gracias a su carácter sobrio y moderado, a su clara inteligencia, a sus modales elegantes, adquiridos en tiempos pasados, nunca ha esperado honores, premios, homenajes o entrevistas que la pongan por encima de los demás. Su mayor satisfacción ha sido brindar solidaridad a los disidentes condenados a prisión, o a cualquier cubano que la necesita.
Su pequeña casa, acogedora y protegida por la sombra de frondosos árboles y plantas ornamentales, situada en la calle San Francisco , en el reparto habanero de La Víbora, es visitada por muchos. Y su teléfono, siempre dispuesto a escuchar al doliente de una celda, no cesa de sonar. Unos le proporcionan noticias y otros les cuentan sus problemas, para que Gladys escriba sus crónicas en las páginas digitales de Cubanet y Primavera, donde trabaja como periodista independiente desde hace cuatro años.
Hoy le dije que escribiría sobre ella y me hizo la historia de su padre, Teodoro, dueño de tierras bien cultivadas, que perdió cuando el Comandante se apropió de todas para convertirlas, con el paso de los años, en campos de marabú. Me contó que su padre murió por el sufrimiento de haberlas perdido y que jamás olvidará que aquel día 21 de junio de 1961, mientras en la casa lo lloraban, los vecinos revolucionarios ensayaban una comparsa carnavalesca frente a su puerta, porque en definitiva, se trataba de la muerte de un enemigo de la Revolución.
Has perdonado, le pregunto, y me dice que sí. Le creo, porque en Gladys hay mucha bondad. En sus largos años de maestra normalista, las enseñanzas de José Martí le sirvieron de mucho. Me recuerda unas palabras de nuestro Apóstol para terminar: ¨La tiranía es una misma en sus varias formas, aun cuando se vistan algunas de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes¨.