LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -El domingo Alberto amaneció apesadumbrado, bebiendo té, fumando sin parar junto al teléfono, a la espera de noticias sobre la evolución de su hijo Diego y su sobrino islandés, apuñaleados la noche anterior cuando salían de una fiesta en un apartamento de La Habana Vieja.
Cuenta Alberto que su hermana y el hijo, de vacaciones en Cuba, la estaban pasando de maravillas cuando un amigo de Diego lo llamó por teléfono para invitarlo a una fiesta en La Habana Vieja.
Diego es un muchacho correcto, estudioso y lo que en Cuba llaman “integrado” a la Revolución. Tiene dieciséis años y al terminar la secundaria prefirió que el padre le comprara una guitarra en vez de un juego de video, algo que enorgulleció enormemente a Alberto, que dice haberlo educado en los valores éticos y morales preconizados por la revolución en estos años.
El sobrino también es un chico modelo en Islandia, criado por su madre cubana y su padre islandés bajo estos preceptos. Estas vacaciones eran muy esperadas por la familia. Los dos primeros días fueron de ensueño, hasta aquella llamada telefónica la noche del sábado, invitando a la fiesta.
La hermana de Alberto dio su consentimiento para que su muchacho acompañara al primo, y pidió un taxi por teléfono para que los llevara. Dijo que este país era el más tranquilo del mundo, pero en Islandia la violencia era tremenda. Hacía menos de un mes, su hijo salvó la vida de milagro cuando bajó del auto a comprar chicles, y hubo un tiroteo donde perecieron dos estudiantes que viajaban con él. Repitió que Cuba sí era un lugar seguro, abrió cervezas y brindó con Alberto por el feliz rencuentro. Al poco rato otra llamada puso fin al idilio: Los primos estaban ingresados en el hospital Calixto García, por lesiones de armas blancas.
Volaron en un taxi al hospital. Diego había recibido varias tajazos, en la pierna, en un brazo, en la espalda. El primo una puñalada en la boca que le arrancó dos dientes, y otras en la región toráxica, que estaban operando en aquel momento.
Por suerte no hubo peligro para la vida de los muchachos, que se recuperan ahora de las heridas recibidas en una reyerta que no saben explicar. La fiesta estaba buena y habían ligado novias. Cuando se acabó, bajaron con las chicas a la acera para pedir un taxi. El muchacho islandés estaba tan contento, que levantó los brazos al cielo, y gritó:
–¡Qué bien la estoy pasando! –. En ese momento vio venir el primer golpe, que le arrancó los dientes.
Otro, salido de la fiesta, atacó a Diego, que no pudo esquivar los navajazos, y también cayó en la acera.
Los atacantes ya han sido identificados, son jóvenes del barrio y la policía trabaja en su captura.
Ahora, la hermana de Alberto no está tan segura sobre la seguridad de la vida en Cuba.
–Es la segunda vez en un mes que mi hijo salva la vida. En Islandia la violencia es grande, se palpa, y se esquiva. Aquí es un lobo, disfrazado de cordero.