LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Confieso que alguna vez dudé si la relevancia de la obra de Reinaldo Arenas se debió más al contexto en que la produjo –una dictadura excluyente, intolerante y homofóbica hasta extremos patológicos- o a sus méritos literarios, que ciertamente no son pocos.
Luego de leer El mundo alucinante, me convencí de que, con semejante libro, de haberlo escrito unos años antes y haber logrado sacar clandestinamente el manuscrito del país -como en definitiva tuvo que hacer a mediados de los años 70, a través de unos amigos franceses, con los esbirros de la Seguridad del Estado pisándole los talones- Arenas perfectamente pudo haber sido uno de los autores del boom de la narrativa latinoamericana.
En El mundo alucinante, inspirado en la vida de Servando Teresa de Mier (1765-1827), un fraile dominico que luchó por la independencia de México, hay derroche de imaginación, pero sobre todo, un estridente canto libertario. Particularmente, el delirante capítulo del encadenamiento del fraile en la prisión Los Toribios.
Sólo la víctima de una monstruosa maquinaria represiva que aniquila todas las libertades podía ser capaz de hiperbolizar sus horrores y burlarse de ellos de la manera que hizo Arenas. Hay que reconocer que no estaban errados los comisarios cuando consideraron que era un libro subversivo. Si algo aprendieron los censores fue a interpretar alegorías y rastrear alusiones, por mucho que los autores intentaran disfrazarlas.
En el caso de Reinaldo Arenas, bastante habían tenido los comisarios con las insinuaciones homoeróticas en Celestino antes del alba para asimilar también las andanzas de un monje enfrentado a la tiranía con cada célula de su cuerpo encadenado.
¿Sin dictadura, persecución, cárcel y exilio, estaría este autor en el lugar que hoy ocupa en la literatura? Definitivamente, sí. Originalidad, técnica, emoción y universalidad, no le faltaban.
Todo artista y su arte son fruto de su tiempo y sus circunstancias; pero siempre me pregunto a qué alturas o no hubiese llegado Reinaldo Arenas de haber podido escribir –y vivir- en condiciones de normalidad.
Cuentan los que lo conocieron, que cuando trabajaba en la Biblioteca Nacional, poco después de llegar de Holguín, leía con voracidad. ¿Se imaginan cuánto le habría aportado disponer de más tiempo y orden en sus lecturas y de alguna colegiatura? ¿O sería precisamente su autodidactismo lépero y marginal lo que le confiere ese atractivo tan particular a su obra?
Supongo que en vez de El color del verano y su autobiografía Antes que anochezca, que fue su modo de vengarse del régimen castrista, pudo haber escrito, en otras circunstancias más normales, narraciones igualmente delirantes. Sólo que en ellas no habría redadas policiales, chivatos, maricones que cazaban reclutas en trenes, playas y baños públicos y multitudes que se lanzan al mar para escapar de una isla-presidio. En ese caso, nos hubiésemos perdido un poderoso canto a la libertad que sólo pudo entonar la alucinada víctima de una dictadura.
Reinaldo Arenas fue él y sus circunstancias. No se podía esperar que su literatura fuese diferente. Así, en Antes que anochezca, el más delirante ajuste de cuentas del que se tenga noticias en la literatura cubana, transporta a la ficción a los seres mitad monstruos y mitad víctimas que parió el sistema, a víctimas y victimarios, pecadores y justos que en pocos casos lo eran absolutamente (no podían serlo en medio de tanta infamia); les pone apodos, los ridiculiza, se burla de ellos y los revuelca en su propia mierda.
En el libro Misa por un ángel, su autor, Tomás Fernández Robaina -el Tomasito La Goyesca de Antes que anochezca– parece preguntarse para qué se fue su amigo Reinaldo a Miami y a New York, donde le fue tan mal, si con unos años más de espera, hubiera visto La Habana llena de travestis, la conga del Cenesex en La Rampa y la bandera gay en el Pabellón Cuba una vez al año.
¡Como si los únicos problemas de Reinaldo Arenas con el régimen castrista hubieran sido los relativos al culo y a las portañuelas!
¿Habría sido todo distinto si los comisarios no hubieran censurado El mundo alucinante y Reinaldo Arenas no se hubiese visto forzado a sacar el manuscrito de contrabando? ¿Estaría Reinaldo Arenas hoy en el mundo de los vivos, en Cuba; lo habrían rehabilitado y sería Premio Nacional de Literatura?
No logro imaginar a la Tétrica Mofeta en una mesita de la UNEAC, rodeado de comisarios arrepentidos de dientes para afuera, y parametrados rehabilitados, algunos con el Premio Nacional de Literatura, disimulando su “¡no puedo con esta gente!”. Menos aún en alguna Feria del Libro, estrechando la mano del general Raúl Castro y diciendo con su parsimonia holguinera:
-¡Aquí no ha pasado nada!.
De poco valen las suposiciones. La obra de Reinaldo Arenas está ahí, tal y como es. Su espíritu no tendrá luz, pero es libre.