LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -La Plaza de la Revolución está siendo invadida por centenares de turistas que esgrimen sus cámaras fotográficas y arremeten con flashes por dondequiera.
Un hervidero de trabajadores cambia luminarias, reviste columnas, ensambla plataformas, pinta barandas, moldea morteros de hormigón y da un toque barroco a la rústica estructura de acero que servirá de altar provisional al Papa Benedicto XVI.
Muy cerca de allí está el Cerro, uno de los barrios más pobres de La Habana, entre tantos. Pero el protocolo que regirá el viaje de Su Santidad no incluye visitar ese lugar donde reside, prácticamente entre las ruinas, una representación de las masas más humildes y explotadas de este país, una nación en la que desde hace cincuenta y tres años nos repiten continuamente que todos somos “iguales”, aunque la realidad nos grite lo contrario. Algunos vecinos alegan: “Si ni el cardenal viene al barrio, ¿tú crees que va a venir el Papa?”.
Pero si Benedicto decidiera salirse de su itinerario y romper las reglas del protocolo para echar un vistazo a la verdadera realidad nacional, y ver cómo vive gran parte de su rebaño cubano, podría desviarse hacia el municipio Cerro, colindante con esa Plaza donde nuestros gobernantes desde hace medio siglo proclaman al mundo sus victorias y amenazas. El mismo lugar donde él oficiará su misa.
Al llegar al Cerro, posiblemente tendría que apearse del papamóvil y subirse a un burro para transitar por las calles llenas de baches, charcos, montañas de basura, escombros y arroyos de aguas albañales.
Entre salpicaduras y sacudidas, comprobará que no tiene que ir a Jerusalén para ver el Muro de las Lamentaciones. Aquí cada shopping, tienda o agromercado, hace las veces de muro donde la gente del barrio se lamenta por todo lo que escasea o por el dinero que no tienen para hacer las compras debido a los precios abusivos y estafas que nos hace el Estado.
A modo de Vía Crucis, podría Benedicto subir por la Calzada del Cerro, donde verá multitudes martirizadas durante horas en las paradas de ómnibus, sin lograr subir a una guagua. En cualquier esquina de la Calzada se topará con nuestras muchas María Magdalenas –las más cultas del mundo, según nuestro orgulloso ex gobernante- en busca de extranjeros a quienes venderse barato y que quizás, con mucha suerte, las ayuden a largarse de este infierno.
En el recorrido lo asediarán patrullas de Judas Iscariote, o “factores de la cuadra” (por favor, que alguien le traduzca al Sumo Pontífice este eufemismo socialista utilizado para llamar a los chivatos), quienes le besaran la mano, mientras siguen vigilantes cada movimiento de la multitud, para reprimir a palos cualquier conato de protesta.
Benedicto comprobará que hay gente muy humilde y capaz de brindarle el único plato de comida que tiene. Pero, por si siente sed, es mejor que lleve su botellita de agua, porque pocos en el barrio pueden pagar el precio de una botella de agua o un refresco en las shopping, equivalente al salario medio de un día.
Si en época de Cristo los leprosos fueron confinados a las grutas, verá Benedicto XVI cómo hoy nuestros contagiados con el dengue son aislados en el hospital La Covadonga, que está en el barrio, sin que nadie nos diga si hay o no una epidemia.
A pesar que de que Cristo fue martirizado hace 20 siglos, si se mezclara entre nosotros, Benedicto vería que, como el populacho de entonces, nuestras “turbas de respuesta rápida” están prestas a pedir a su emperador la crucifixión para cualquiera que hable de cambiar esta horrible realidad, aunque sean unas mujeres vestidas de blanco y armadas con flores.
Pero el Papa tiene una agenda muy apretada que no le dejará tiempo para romper el protocolo. En La Habana oficiará la gran misa dedicada a justos y pecadores, con represores y torturadores, con cara de ocasión y sentados en primera fila; y mientras los aleluyas retumben en La Plaza, otros hijos de Dios -ovejas de su rebaño que el Papa no verá- no podrán escucharlos. Estarán encerrados en las cárceles por defender algo tan cristiano nuestro derecho a vivir como seres humanos.