LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -En este mes de agosto tampoco hubo Festival Rotilla, que debió haber cumplido quince años, pero que en 2011 fue convertido en un invento anodino, Verano en Jibacoa, sin la menor trascendencia y sin la enorme convocatoria de público del evento original, hermoso proyecto secuestrado y ultimado con total premeditación por el Ministerio de Cultura.
Esta es la historia que relata Ni rojo ni verde: Azul, documental de 35 minutos rodado en 2011 por Matraka Producciones, editado en 2012 y que en este año comenzó a ser difundido. En abril hubo una presentación en Estado de SATS, con la asistencia de los realizadores del filme y de los organizadores del Rotilla Festival.
Dirigido por Sandra Cordero y Hanny Marín, y producido por Diddier Santos, en el documental aparecen entrevistados, entre otros, Michel Matos (director del festival), Arturo de Fe (gestor de su organización y seguridad), Adrián Monzón (director de Talento Cubano), el artista Ismael de Diego, Raudel Collazo (del grupo de rap Escuadrón Patriota), Aldo Rodríguez (El Aldeano), Luis Eligio de Omni, Darsi Fernández (delegada de la SGAE en Cuba), el escritor y cineasta Eduardo del Llano y el director de cine Fernando Pérez.
Ni rojo ni verde…es un filme de primera calidad, empezando por la forma, que es por donde hay que empezar, pues por bueno que sea el tema no se concibe un documental solo con cabezas parlantes. Y esta producción suma, a los atinados testimonios personales, elocuentes escenas del propio festival, de otras películas o de archivo, pero, sobre todo, una enriquecedora labor de animación y gráfica y una ágil edición de Abel Álvarez y David Nicle.
En el filme, Michel Matos nos cuenta cómo una fiesta playera entre amigos, en 1998, fue semilla de lo que, tras seis años como festividad para unos cientos de personas, llegaría a convertirse en celebración de muchos miles. El proyecto comenzó a crecer cuando los organizadores se relacionaron con estudiantes de cine y olfatearon otras dimensiones. Luego, el cineasta alemán Dirk Boll los ayudaría a realizar una gira con cientos de conciertos por todo el país para una “alfabetización de la música electrónica”, que resultaría en un largometraje. Fue la primera oportunidad de trabajar con un presupuesto y entender el mecanismo que permite obtener fondos de fuentes externas.
Sin embargo, el gran salto fue cuando conocieron a los organizadores del Exit Festival, que los llevaron a Serbia para que aprendieran a organizar ese tipo de eventos y profundizaran en las responsabilidades que implica. Con un presupuesto mayor , nació la productora Matraka, que realizaría el Rotilla Festival, además de conciertos, documentales y exposiciones, empeñada en colaborar con la creación cultural cubana. Como explica Arturo de la Fe, Rotilla se convirtió en un escenario alternativo para que los artistas mostraran libremente su trabajo y muchos de ellos hicieron sus primeras presentaciones ante una audiencia de más de cinco mil personas. Pero con el multitudinario éxito del año 2010 las autoridades, que ya recelaban, pasaron a la hostilidad abierta.
Según Michel Matos, lo normal era que, unos tres meses antes de comenzar cada edición, se comenzaran los trámites con el gobierno sobre propuesta artística, presencia policial, logística, etc. Sin embargo, cuando empezaron esas gestiones en 2011, Noel Soca, director de Recreación y Cultura de la provincia de Mayabeque, les comunicó en un parqueo, informal y grotescamente, que el festival quedaba en manos de las instituciones oficiales.
Una semana después, expulsados, por no haber sido invitados, de una reunión en el Ministerio de Cultura donde se decidía el destino del festival, los organizadores comprendieron que se planeaba el robo del evento desde las más altas esferas culturales. Si siempre habían tenido que lidiar con censuras, condicionamientos y fuertes presiones, ahora se hallaban ante un ataque directo del gobierno, cuyas autoridades, como es frecuente en tales casos, nunca explicaron cara a cara cuál era el problema y se limitaron a crear una campaña de opinión. Según refiere Matos, “algunos funcionarios especulaban que nuestros fondos provenían de grupos interesados en desestabilizar la revolución”, y, por otro lado, la Seguridad del Estado los señalaba como posibles víctimas de una manipulación exterior a través de los fondos recibidos”.
En julio de ese año, los organizadores hicieron una declaración en la que denunciaban el secuestro del Festival Rotilla y anunciaron que iniciarían acciones legales contra el Ministerio de Cultura. Además, intentaron llegar a la playa donde se celebraba el espurio evento, mostrando el letrero Rotilla Festival Edición Robada en los pulóveres, pero la policía no los dejó pasar de Guanabo. Para colmo, la misma prensa cubana que los había enaltecido como “la mayor celebración de cultura alternativa organizada de manera independiente en Cuba”, ahora enmudecía ante el atropello y las denuncias correspondientes y se referían a Verano en Jibacoa como si el Rotilla Festival nunca hubiera existido.
Por su parte, los funcionarios culturales perpetradores del secuestro se quejaban de que la prensa extranjera “hubiese manipulado los hechos”, al tiempo que afirmaban en la Mesa Redonda televisiva que los jóvenes del país gozaban de “una política cultural inclusiva, abierta a todas las posibilidades” y que “ningún proyecto interesante de un joven creador debía ser rechazado”.
Ismael de Diego habla en el documental de cómo acaba marginado un artista joven cuando intenta defender sus necesidades individuales como creador, porque “no tengo manera de enfrentarme a un sistema que lo que me ha enseñado hasta el día de hoy es que yo no soy nada y que el sistema lo es todo”.
En la presentación del documental en Estado de SATS, ya Michel Matos (asegurando que ellos tienen planes para hacer revivir el festival, aunque no sea en la misma playa), expresaba que no veía más salida que continuar siendo independientes y que no se podía jugar el juego impuesto por las autoridades: “Tenemos que jugar nuestro propio juego, pensar desde nuestro propio pensamiento y no temer a hacer alianzas con actores internacionales, con sedes diplomáticas, con grupos comerciales del exterior: alianzas que nos den fuerza, porque hay que ser realistas: la sociedad civil sin fuerza económica es débil; si no tiene equipamiento, ni recursos, ni conexiones, ni tecnología, es muy débil”.
Dotados de una energía y de una resolución que parecen indoblegables, estos jóvenes siguen adelante con su anhelo de continuar trabajando por la cultura de su país, aun contra el acoso y la hostilidad gubernamentales, porque, como reza la frase escrita con que concluye Ni rojo ni verde: Azul, “un instante de oscuridad no nos dejará ciegos”.