LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Es cierto que, en Cuba, la represión por motivos políticos, lejos de disminuir, aumenta. No obstante, habría que analizar a fondo la existencia de una potencial vinculación entre el aumento de las medidas de fuerzas desde el exterior y la disminución de los episodios coercitivos fronteras adentro.
Realmente es difícil encontrar pruebas de que la represión gubernamental ante las manifestaciones contestatarias disminuya al aumentar la hostilidad o la presión externas, en este caso desde Estados Unidos.
Al margen de las críticas, sanciones y distanciamientos adoptados por Washington y Bruselas como respuesta a las violaciones a los derechos de los cubanos, la postura del régimen de La Habana se ha mantenido indeclinable. Los abusos persisten en todas sus variantes. Más allá de efectos positivos para algunas víctimas, la aplicación de políticas punitivas desde el extranjero, independientemente de sus características, ha dado como frutos más represión e impunidad.
El embargo no cumple sus propósitos, y cada vez los cumplirá menos. La evolución de los acontecimientos lo ha dejado como un arma muy poco efectiva.
Ni las administraciones norteamericanas más conservadoras lo han aplicado en su totalidad. Por ejemplo, durante el gobierno republicano de George W. Bush, se autorizó la venta de centenares de millones de dólares en alimentos y otros productos, además se le concedió visado estadounidense en dos oportunidades a Mariela Castro para resolver asuntos personales. Esto sin contar el permiso concedido a decenas de jóvenes norteamericanos para cursar estudios en Cuba.
Es decir que la retórica ha estado por encima de la realidad de una posición que responde a determinados fines políticos. Tal enfoque no supone un abandono de principios de Estados Unidos frente al tema Cuba, solo que éstos deben verse desde la perspectiva de esa superpotencia, y sobre todo de decisiones tomadas por una nación independiente, con estrategias internas y de política exterior que velan por sus intereses globales.
En el contexto actual, sin restarle importancia a puntos de vista antagónicos, es preferible la búsqueda de vías menos beligerantes con la idea de encontrar espacios para un alivio, tan siquiera parcial de las tensiones.
No quiere esto decir que el mundo deba rendirle pleitesía a un gobierno dictatorial. Pero se impone una visión de mayor pragmatismo en aras de soluciones, quizás no del todo plausibles, pero que de alguna manera generen una dinámica que apunte a una futura negociación post-Castro.
No hay garantías de que tal transición y tales negociaciones se produzcan. Sin embargo, ¿qué otro medio existe para desbloquear una realidad hábilmente controlada por un gobierno que continúa incólume ante una oposición bajo asedio, que no logra articularse con el pueblo; y con una comunidad internacional que actúa entre la pasividad y la apatía, salvo muy honrosas excepciones?
La élite militar cubana cuenta con una perfecta combinación de beneplácitos y olvidos que le proporcionan legitimidad suficiente para mantenerse en el poder.
Entre las fórmulas que al parecer se pondrán en práctica desde los centros de poder mundial, no priman las posiciones duras. Los indicios desde la Unión Europea son obvios. Respecto a Estados Unidos, en los próximos cuatro años es muy posible cambie el escenario y se facilite un entendimiento a largo plazo entre los dos países.
Ted Piccone, uno de los miembros más antiguos y director adjunto de Política Exterior de la Brookings Institution, publicó recientemente un memorando al Presidente Barack Obama, donde recomienda un cambio de estrategias tendientes a crear las bases para una futura recomposición de las relaciones bilaterales.
A estas alturas quienes se muestran reticentes a la negociación como método hacia un descongelamiento de este entuerto político, son ya minoría. Una revolución popular o un golpe militar como desenlace del drama cubano, son cada vez menos probables. Solo la pasión o el desvarío pueden sostener esas tesis.
El ambiente se mueve en dirección al diálogo y las conciliaciones. La oposición debe fortalecerse intelectual y políticamente para bregar con acierto en esas aguas procelosas.