LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 – Hay que admitir que el director del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento al Delincuente, Elías Carranza, tiene razón al afirmar que “Cuba es el país más seguro de la región”, cuando se trata del peligro que ofrecen los delincuentes. ¿De que otro modo podría ser en un país con un gobierno represivo que controla todos los aspectos de la vida de cada ciudadano?
Pero esos índices no deberían ser el camuflaje para ocultar la represión sistemática, calculada, fría, casi científica, que obliga al silencio y a la doble moral, con tal de evitarnos terminar ante un tribunal controlado por el partido único o soportar el asedio de las brigadas parapoliciales.
Basta con no cumplir cualquiera de las disposiciones implícitas o explícitas del gobierno, para convertirse en víctima de una maquinaria represiva, siempre alerta y engrasada, en óptimas condiciones.
Promover la Declaración Universal de los Derechos Humanos, gritar la palabra libertad en una esquina, o hasta pedir un aumento de salario, pueden ser causa para que cualquier cubano sea juzgado, o, en el mejor de los casos, cesanteado.
Si bien es cierto que La Habana o Santiago de Cuba son más seguras que Tegucigalpa o San Salvador, se debería analizar el tema desde una óptica más amplia, que incluya otros aspectos inherentes a las libertades fundamentales del ciudadano, que son obviados o distorsionados en casi todos los informes que tratan sobre Cuba.
Exaltar las virtudes o logros del gobierno cubano, sin mirar sus faltas, o ver de qué forma se obtienen dichos “logros”, como el de la supuesta seguridad ciudadana, es errado y engañoso.
Parece una incongruencia, pero en el país relativamente más seguro de Latinoamérica, ocurren las arbitrariedades más obvias del gobierno contra sus gobernados. Mas que los ciudadanos, es el gobierno mismo el que genera la violencia y, sin mecanismos de defensa, el pueblo queda a merced de los caprichos de sus gobernantes.
He aquí otro ejemplo de parcialización, complicidad y encubrimiento de algunas personas. El actor puertorriqueño Benicio del Toro es un activo integrante del grupo de artistas, académicos, escritores e intelectuales extranjeros, admiradores de la dictadura cubana. Por estos días del Toro ha ido al Festival de Cannes a presentar el filme “7 días en La Habana”, que reúne cortometrajes filmados en La Habana por varios directores.
El suyo aborda las dificultades de los norteamericanos para viajar a Cuba, sin mencionar la restricciónes que el gobierno cubano impone a sus ciudadanos para viajar a cualquier país extranjero. ¿Desconoce Benicio del Toro la existencia del indispensable permiso de salida que otorga el Ministerio del Interior cubano de manera selectiva y condicionada?
Sería bueno que gente como Carranza y del Toro, antes de emitir sus dictámenes hablara con nuestro pueblo llano, no solo con funcionarios o artistas que han vendido su alma al diablo a cambio de prebendas.
El rechazo –por los motivos que sea– a los Estados Unidos, no justifica apoyar a una vulgar dictadura, que hace mucho tiempo dejó de ser “revolución” y solo se disfraza de socialista para eternizarse en el poder.