LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -El mejor milagro que pudo haber ocurrido en Santa Fe, pueblo costero del oeste habanero, es que en áreas de tierras arrendadas al Estado, proliferen organopónicos, después de que Raúl Castro le abriera una rendija a la sociedad cubana, para permitir que la gente trabajase en forma independiente.
Los organopónicos son bien aceptados, sobre todo por aquellos cubanos que tenemos el arraigo de consumir alimentos naturales y frescos, que antes eran traídos de madrugada al mercado por los propios cultivadores, así como carne fresca de vacas alimentadas con buenos pastos, y pescados recién sacados de los barcos.
Onelio Peña conoce todo eso. Es un campesino que desde hace dos años llegó a la capital para quedarse, proveniente de las provincias orientales, donde había nacido hace 71 años.
Trabaja en un organopónico del reparto El Roble, en Santa Fe, y está considerado como un tipo raro, no sólo porque no deja de trabajar durante diez horas al día, sino también porque lo hace con verdadero amor y con disciplina.
En su organopónico se cultiva una gran variedad de hortalizas y viandas de buena calidad. Lo he visto manejar las posturas con tanto cuidado, que me recuerda a los campesinos que vi en Japón, los que le hacían una reverencia de respeto al nabo antes de arrancarlo.
Me estuvo contando cómo a pesar de ser pobre, de niño se comía su buen bistec en el desayuno, con un jarro de leche acabada de salir de la ubre de la vaca. Hoy, antes de llegar al organopónico, tiene que conformarse con un vaso de agua con colorante, y a veces un pedazo de pan del día anterior.
El agricultor confiesa que cuando ve pasar por la acera a los jóvenes, en busca de cuatro pesos, en el invento, sin trabajar, siente mucha pena.
“Analizado esto a través del tiempo –nos dice-, me doy cuenta del daño que les ha hecho haber estado enfrascados durante décadas en reuniones, cursos ideológicos, desfiles, entrenamientos militares, actos políticos, misiones bélicas en distintos países. Lamentablemente, se le sigue dando más importancia a la política que al trabajo”.
“Le huyen al trabajo duro del campo –concluye-, pero si llegan a aceptarlo, se apropian de lo que no es suyo. A veces pienso que en ellos ha influido de manera negativa el hecho de que la revolución se haya apropiado de todos los medios de trabajo particulares. Son muchos los que se sienten con derecho a apropiarse de lo que necesitan, porque demasiado tiempo estuvieron viendo cómo el gobierno lo hacía”.