LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Atrás han quedado los festejos por el quinto centenario de la fundación de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, Ciudad Primada de nuestra Patria. La ocasión es propicia para hacer algunas consideraciones sobre la celebración de ese acontecimiento de indudable importancia histórica nacional y continental.
Ha querido el destino que del largo nombre que en su nacimiento se le dio a esa villa, haya caído en desuso -para ser recordada sólo en ocasiones solemnes- la alusión al santoral católico. Queda el nombre aborigen del sitio, que con la sonoridad característica de la toponimia arahuaca alude a la ubicación de la zona junto al mar.
La misma geografía del lugar, cuya cercanía a La Española determinó en un inicio que fuese seleccionado como asiento del gobierno de la Isla, ha mantenido después a la ciudad como una especie de bonsái, frenada en su desarrollo, sin alcanzar en siglos recientes categoría superior a la de cabecera de partido judicial.
No obstante, cuando la Iglesia Católica creó un obispado en la nueva provincia más oriental de nuestra Patria, no olvidó a nuestra Ciudad Primada, bautizándolo como Guantánamo-Baracoa. Algo parecido sucedió con el territorio sudoccidental de Oriente donde, obviando la denominación coyuntural y transitoria de Granma, se empleó la de Bayamo-Manzanillo.
El mismo aislamiento en que han vivido los baracoenses los ha dotado de características muy propias, pues, sin perder su cubanía, las peculiaridades de ese tipo humano, que incluye la presencia de sangre indígena diluida, los hacen muy atrayentes para los nacionales y extranjeros que han tenido la dicha de visitar la acogedora ciudad.
Los festejos por la efeméride estuvieron muy por debajo de su innegable importancia. No hay que olvidar que esa fecha histórica expresa de modo condensado la verdadera presencia en la Isla del elemento español, que no sólo nos dejó su cultura y su idioma sin fronteras, sino que también es uno de los dos componentes fundamentales de la sangre del cubano.
El concierto ofrecido, basado en las actuaciones de lugareños, resultó francamente lamentable. Aunque el evento tenía importancia nacional, el acto solemne estuvo a cargo de la Asamblea Municipal, pues ni siquiera la de nivel provincial se dignó constituirse para la ocasión. El presidente Raúl Castro no tuvo a bien asistir, y ni siquiera envió a su segundo en todo, el doctor Machado Ventura.
Esta indolencia contrasta notoriamente con la atención muchísimo mayor que se presta a otros aniversarios (aunque no sean cerrados) de sucesos vinculados con la actividad subversiva contra el dictador Fulgencio Batista y la trepa al poder de los actuales gobernantes, o la creación de las falsas ONGs cubanas, como la de la UNEAC, celebrada hace unos días.
Mención aparte merece el discurso pronunciado por el historiador de La Habana, doctor Eusebio Leal, quien, con la locuacidad que lo caracteriza, peroró con elocuencia sobre el acontecimiento, haciendo incluso alusiones a la Santa Cruz de la Parra, el hallazgo de la Virgen de la Caridad y la homilía pronunciada por el obispo, todo ello entre aplausos de la concurrencia comunista. ¡Curiosa evolución de los “ateos científicos” de antaño!
En resumen, nos queda un regusto amargo por la pobreza de la conmemoración. Mucho más merecían los baracoenses; mucho más merecíamos los cubanos. Es una lástima que la celebración haya correspondido al actual régimen totalitario de corte estalinista; estoy seguro de que, en la república democrática, las fiestas por tan magno acontecimiento se habrían guardado como Dios manda.