LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – El hombre espera a que los tres que beben cerveza terminen sus bebidas. No piensa atacarlos. Solo quiere recoger las latas que se quedan en las mesas. Abre el saco, donde tiene medio centenar de latas, que llevará, cuando complete el peso adecuado, al almacén de materias primas más cercano.
Es uno de los limpiapeceras que deambulan por la capital. Hasta hace poco los llamaban buzos. Buscaban en los basureros, comida, ropa y todo lo que sirviera para aplacar la miseria.
“Ahora estamos modernizados”, asegura en broma uno de ellos. “Estamos tirados para las cafeterías rápidas, de comida ligera. En los restaurantes y tiendas donde hay mucho tráfico de personas, la competencia es fuerte, porque no sólo los mendigos estamos metidos en este negocio. La Habana está llena de escombros y vertederos y muchos se dan cuenta de que recoger latas, botellas plásticas y cartones puede resolver la comida del día” –cuenta Gonzalo, quien lleva más de cuatro años en el negocio del reciclaje.
La lista de actividades por cuenta propia que el gobierno dio a conocer no contempla la recogida de basuras u otros desechos. Por eso, muchas de estas personas son asediadas por los policías que, en el mejor de los casos, les imponen multas si los pescan recogiendo basura.
Ramoncito, un joven de 26 años, huérfano desde los tres, con problemas de vivienda, refiere: “A mí me cuesta mucho trabajo reunir dos kilogramos de latas para que me las cambien por un pomo de refresco Tukola. La tropa que anda por la calle recogiendo latas y otras cosas que puedas cambien en el almacén, es interminable. Puedes estar 10 horas de rapidito en rapidito y solo conseguir una libra de latas, por la que te dan no un pomo, sino un pomito de refresco. Y eso que yo hasta duermo a la entrada de los rápidos y otras cafeterías”.
Sin saberlo, estos recogedores de escombros y basuras son los que mantienen limpia la ciudad. O al menos la pulen un poco, ya que los servicios comunales de La Habana enfrentan serios problemas de transporte, que dificultan la recogida de basuras.
“Comencé por un amigo que me convidó a Cayo Cruz, el basurero de La Habana; allí vi cantidad de cosas buenas que la gente desecha, y hasta dinero nos hemos encontrado. Ahora recogemos latas, botellas y otras cosas, que cambiamos en los almacenes de materias primas, pero no creas, tienes que recolectar unas cuantas libras para poder irte medio contento. Debemos tener mucho cuidado con la policía porque nosotros no pagamos impuestos y dicen que empañamos el entorno público, que damos razones al enemigo para que hable mal de Cuba” –comenta Armando. “Imagínate, yo era ayudante de cocina en el hospital La Benéfica y quedé disponible hace tres meses. Todavía espero la reubicación. Mi esposa está como loca, mis hijos se avergüenzan de que su padre parezca un mendigo sólo para llevar al albergue donde vivimos, algo de dinero. Si no lo hago nos morimos de hambre”, explica con la voz entrecortada.
Los limpiapeceras invaden la ciudad. Muchos los ven como gente sin educación, borrachos, o gente sin escrúpulos. La realidad es que merecen respeto. Lo que no logra el Estado, lo hacen ellos con sus manos.
“No hay una ley que impida que recojan desechos. Muchos clientes se molestan por eso, lo cierto es que mantienen las mesas y los alrededores de la tienda bastante limpios”, dijo a este reportero Juan José Menéndez, trabajador de una tienda recaudadora de divisas.
Gracias a esas personas apenas hay basura en los alrededores de los centros comerciales. Son los limpiadores de esta pecera en la que vivimos ahogados todos por igual.