LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Leony estaba sin trabajo, primero porque en los empleos que le ofrecieron no ganaba suficiente para vivir a los 21 años. Tampoco tuvo muchos deseos de estudiar uno de los cursos técnicos a su alcance cuando terminó el 12mo grado.
La salida a su precaria situación económica llegó con la ampliación de las licencias para trabajar por cuenta propia que el gobierno autorizó desde el año pasado.
Hoy, Leony vende zapatos en el portal de una céntrica calle habanera, por lo que gana un salario de 960 pesos, moneda nacional, al mes.
Él no es el propietario. Y aclara: “Mi primo es zapatero y montó un tallercito en un cobertizo en el patio de su casa. Para vender la mercancía tiene que pagar al dueño de otra casa por usar el espacio del portal. Lo malo de esto es que no hay dónde conseguir los materiales directamente, y a veces hay que arriesgarse para conseguirlos. Por suerte los inspectores no han apretado la mano, porque ahí sí que la jugada se pondría pesada. Hasta ahora vamos escapando porque siempre hay quien necesita un par de zapatos”.
Al indagar sobre los precios de los zapatos de hombre, dice: “Los mocasines 375 pesos (15 cuc), y 625 los cerrados. Los botines cuestan mil 250 pesos, con garantía”.
Lala vive en la Habana hace un año en casa de una hermana casada con un chofer de ómnibus. Ha trabajado como dependienta en varias cafeterías, por salarios que oscilan desde 30 hasta 75 pesos; en este caso en un pequeño restaurante (paladar) de 3 mesas (12 puestos), pero ahí si tiene que trabajar duro porque comienza a las siete de la mañana y termina a las 10 de la noche.
“¿Usted se imagina lo que podía esperar en lo último de Pinar del Río, cerquita de Guane, donde vivía? Ahí no tenía otra cosa que hacer que trabajar en la agricultura. Aquí es distinto porque puedo ganar mucho más y la capital es otra cosa. Aunque estoy un poco apretadita, sí le digo que cuando voy al pueblo llevo regalos a mis hermanos, cositas que allá ni se ven”.
Rosita Marchena, por su parte, mantiene un trabajo como vendedora en una feria instalada en el terreno que ocupaba un edificio demolido en la calle Reina. Lo que llaman feria no es otra cosa que unas cuantas mesas con toldos para proteger del sol.
“Primero vendí la bisutería de una mujer que traía las cuentas y cadenitas para los collares, pulsos, y también anillos de Ecuador. Pero ahora dice que no es rentable estar aquí en la feria, y va a cerrar. Ya hablé con el que vende los cacharros de cocina para irme con él en caso de que esto me falle, porque veo que la mujer de la bisutería parece que se dedicará a otra cosa. De todas formas, me pondré a buscar un trabajo fijo, porque en esto de la vendedera no hay mucha seguridad”.