LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Cuando Aida y su familia vinieron para La Habana, compraron una casita en Marianao, en el barrio de Zamora. El patio limitaba al fondo con el río Quibú.
Trajeron sus muebles, y entre ellos, un juego de sala de caoba torneada con rejillas de mimbre que resistió varias inundaciones del río. Después de que el agua volvía a su nivel, ella lo limpiaba, le pasaba un paño con una mezcla de aceite de carro quemado y un poquito de petróleo y cada pieza quedaba con un brillo que nada tenía que envidiarle al desaparecido Tumbler.
Aida cuenta que a medida que crecieron sus hijas querían cambiar los muebles de la sala, pero cuando en 1962 fueron intervenidas las carpinterías, también se perdió la madera y la fabricación de muebles se convirtió en un grave delito, casi tan perseguido como vender o comprar carne de res.
Por fin a finales de los años 80, según la propaganda gubernamental, el problema de la madera en Cuba estaba resuelto y así mejoraría la calidad de vida de los cubanos. Y fue así que sencillos muebles de bagazo de caña invadieron el mercado.
Aida quiso entonces complacer a sus hijas, para lo cual vendió su juego de sala y se compró uno moderno de bagazo, compuesto por un sofá y dos butacas con cojines forrados en vinil rojo; para completar compró también un estante. Ahora sus hijas estaban felices, decían que la sala se veía “moderna”.
Pero cuando llegaron las lluvias, el Quibú se desbordó y el agua invadió la sala. Sus modernos muebles se fueron a bolina, se hincharon y perdieron la forma. Sólo pudo salvar los cojines. Hoy estos le sirven para su juego de sala de cabillas, que son –según dice- tan resistentes como su viejo juego de caoba.
También en las escuelas los cómodos y resistentes muebles de madera fueron sustituidos por mesas y sillas de hierro y tableros de bagazo de caña cubiertos con un ligero barniz. A medida que pasaba el tiempo, con el calor, el sudor y la humedad, el bagazo de caña comenzó a desmoronarse. Los niños se hincaban al apoyar los brazos para escribir, se pinchaban al sentarse y se les enganchaba el uniforme, esto los alteraba y hasta al mejor pedagogo se le hacía difícil controlar la disciplina.
Aún hoy se venden en el mercado muebles de bagazo de caña, ahora con diseños más modernos. El acabado es superior al de otras épocas, eso sí salta a la vista. No obstante, los pocos incautos que se acercan atraídos por la apariencia, dan media vuelta y se van en cuanto algún empleado les dice en voz baja que son de bagazo. ¿Será que ambos recordarán su amarga experiencia en la escuela?.