LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Que la prensa oficial aborde regularmente diversos temas relacionados con la indisciplina social, no es motivo para que acaben de articularse las soluciones. Al contrario, la situación empeora en la medida que avanza el tiempo. La juventud cubana, en general, es cada día menos civilizada en su comportamiento, y no parece que la realidad se vaya a revertir en plazos razonablemente cortos.
La incultura, con todas sus aristas, sale a relucir en escuelas, lugares públicos, hogares y centros de trabajo, sin distinciones de raza, sexo y grado de instrucción. El asunto pudiera catalogarse como una epidemia de la cual quedan excluidos muy pocos.
¿Cuándo y cómo se le pondrá coto a la animalización de las conductas, las depravaciones del lenguaje y otros códigos negativos que rigen la vida de cientos de miles de cubanos?
Infortunadamente no hay respuestas satisfactorias para este fenómeno, creado y desarrollado a partir de la instauración de parámetros que abolieron las categorías sociales a favor del igualitarismo.
Poco a poco, fue en ascenso el mal gusto, las unanimidades injustas, la relevancia social a partir de la fidelidad ideológica al partido y no proveniente de preceptos tales como la prudencia, el recato, el respeto al prójimo y otras pautas esenciales de la educación formal.
Las políticas del gobierno unipartidista dinamitaron los cimientos de un orden que, a pesar de sus imperfecciones, había logrado, al margen del analfabetismo y del bajo nivel de instrucción que afectaban a grandes segmentos de la población, una sociedad funcional en el sentido de que las clases bajas no se distinguían por las acciones indecentes.
Antes de 1959, los pobres, con sus lógicas excepciones, se conducían como respetables ciudadanos. Nada de groserías, conversaciones a gritos en la vía pública, música a todo volumen a cualquier hora del día y vertimientos de aguas negras y desperdicios hacia la calle desde balcones y ventanas, sin tomar precaución ante el paso de algún transeúnte.
El hecho de haber facilitado el acceso a las escuelas durante los últimos 52 años, no se revierte en efectos plausibles. En 2013 impera la ley de la selva en toda la nación. La vulgaridad y la desfachatez se han convertido en el denominador común. No hace falta un análisis profundo para fundamentar que las consecuencias de la masividad y el adoctrinamiento se padecerán más allá de este infeliz período de la historia nacional.
Pudiera parecer exagerado, pero pude atestiguar in situ que en Angola, a pesar del azote de la miseria y los bajísimos niveles de alfabetización, había en los primeros años de la década del 80, del siglo XX, mejores índices de educación formal que en Cuba.
Allí estuve 26 meses cumpliendo con el servicio militar obligatorio, y me asombraba la compostura de los pobladores que residían en las chozas ubicadas en una franja de la zona meridional del país africano. En Luanda, la capital, también quedé estupefacto con la modestia y los buenos modales de una población con terribles problemas materiales.
Aquellas experiencias me bastan para corroborar una vez más el fracaso del modelo socialista implantado en Cuba. En vez de ciudadanos responsables y honrados, lo que ha salido del experimento revolucionario son personas mediocres, incultas, prepotentes, adictas a la violencia y deshonestas.
Sin caer en absolutizaciones, es lamentable que un número considerable de cubanos, fundamentalmente jóvenes, haya sido arrastrado a proyectarse como bestias.