LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Aún no encuentro las claves para adivinar el misterio. Sólo puedo abordar el tema desde la perspectiva de una víctima que trata de hacer potable su angustia.
Nuevamente allí, la pieza inmunda, el producto que alguien (alien o ser humano) descarga, sin compasión en las madrugadas. En un rincón de la escalera se levanta el monumento a la indecencia.
“Ese desgraciado es un animal”. “Debería pagar por sus fechorías”. “El tipo tiene tripas de orangután”. Las frases aluden al incógnito autor de los hechos. Los inquilinos del edificio maldicen y sacan sus conclusiones de un acto con sobrados motivos para ser analizado por un psiquiatra.
Perdida entre las neuronas está la primera vez que vi los cilindros fecales en el quinto escalón. Tampoco puedo ser exacto al repasar la cantidad de veces en que los sentidos me han alertado de este fenómeno, antes del dramático pisotón que precede al grito y la náusea.
Por eso se le puso puerta de hierro y candado al inmueble, se recogió dinero para comprar bombillas con tal de ahuyentar los imperativos fisiológicos del “hombre invisible”, pero todo fue en vano. El tipo volvió a agacharse la semana pasada para vaciar sus intestinos. Para lograr sus propósitos rompió la cerradura y dejó a oscuras parte de la escalera, precisamente el primer segmento donde se encuentra el quinto escalón.
Nadie se atrevía a remover la deposición. Por varios días, salir o entrar al edificio se convirtió en un suplicio. El mal olor y las imprevistas pisadas sobre las heces, se combinaron para transformar en un infierno el interior de la edificación.
Las muecas ante las coreografías para evadir el contacto, devinieron en acciones obligatorias. Por fin, el vecino del último piso, ante la cercana visita de unos familiares residentes en el extranjero, asumió la difícil tarea.
-Oye, ¿y cómo vas limpiar eso? -preguntó Victoria.
-Mi vieja, aquí llevo keroseno, alcohol, agua de colonia, líquido de freno y petróleo, después de eso, escoba y suerte para ver si se va la peste.
Afortunadamente, la normalidad ha vuelto al edificio. Sin embargo, el retorno del desconocido puede que esté preparándose. Debido a las reiteradas descargas, no es descabellado pensar que en la mente del hombre, el quinto escalón se transfigura en la superficie de un pulcro inodoro. ¡Maldito espejismo!