LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Tal vez el mayor aporte en el campo de la obsesión por planificar del sistema socialista es la OFICODA, oficina de control de alimentos, sin dudas la mayor vigilancia que siempre ha existido sobre los ciudadanos.
Estas oficinas municipales, como en el ajedrez, donde se anota cada movida para llevar la historia de la partida, llevan en sus voluminosos legajos el conteo de cada paso del individuo, cada cambio de domicilio, cada libra de arroz ingerida, de azúcar, mes por mes, cada cumpleaños de un niño para venderle el cake, cada libra de pollo, cada canastilla de embarazada, las dietas, todo un laberinto anotado hasta el detalle.
La ley que activó el sistema de las OFICODA en Cuba, puede considerarse como el esplendor del delirio, de los ideadores de la revolución socialista, un sólido engranaje de legislaciones que rigió el igualitarismo paternalista tomado como premisa, que a la larga decantó en una actualización del modelo, mediante un sistema de reformas, a base de reducción de subsidios, eliminación de prebendas y gratuidades, y autorización en trabajos por cuenta propia.
Las montañas de papeles que circundan las OFICODA municipales de toda Cuba, han visto pasar ante ellas en este medio siglo a millones de cubanos que mediante los trámites exigidos para la vida en una sociedad socialista, informan cada paso que dan, a los controladores de la sociedad. Tanta burocracia esconde implícito un ingenio sutil, que puede enmarañarse si el individuo incumple algo del tedioso papeleo. Por ejemplo hace tres años, Beily Mariam nació en la vivienda de Playa donde residen sus padres, quienes tuvieron que ir hasta Palma Soriano con la recién nacida a inscribirla y poder asentarla en la OFICODA, la razón fue que la madre de Beily Mariam no poseía dirección de La Habana.
Otro caso similar es el de Genaro, de 57 años y vecino del barrio Ramirito, en Santa Fé, que vio nacer y crecer a sus tres hijos en La Habana, y nunca pudo asentarlos en la OFICODA de Playa, sino en la de Camaguey, por no tener el cambio de dirección. Finalmente Genaro resolvió el problema, luego de muchos años, casándose con una vecina domiciliada en La Habana, a quien tuvo que hacerle “un regalito”.