LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -“Mi madre no quiere saber de ti / Pero tú eres mi madre (…) / Es que yo fui gestada dos veces / Mi madre me parió en Comala / Pero tú también me pariste”.
Estos versos de Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, 1984) no pertenecen, pero pudieran, al poemario Chupar la piedra, que fue premio Calendario en 2012 y que se presentó el miércoles 20 en la Feria del Libro. Además de varios libros de poesía, Legna Rodríguez, ha publicado cuentos (en 2009 obtuvo el premio Calendario con Ne me quitte pas y en 2011 mereció el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar) y pronto se editará su novela Mayonesa bien brillante.
Algunos de los poemas de Chupar la piedra habían aparecido ya en la revista digital alternativa 33 y un tercio, pero solo aquí, en el conjunto, se revela el alcance que puede tener su poesía, gracias a un soporte estructural que le da un ritmo de largo aliento al libro: cuatro partes generales (Ígneas, Calizas, Comunes y Metamórficas) que contienen cada una entre nueve y doce poemas con títulos repetidos cíclicamente.
Ángel, escrito al revés, se lee Legna. Un extraño ángel humano sobrevuela estas páginas para resucitar con su cuerpo biológico y sus apelaciones en verso anhelante un submundo pétreo. Ángel que busca a una madre profunda, inalcanzable, una ternura femenina salvadora pero insondable, a través de plantas, semillas, raíces, flores, por botánicos senderos entre una geología de agreste colorido. Pero ocurre que “para chupar la piedra se necesita / desactivar la piedra / se necesita una vid y una centrífuga”, porque “entre chupar la piedra y estremecer la piedra / hay distancias fascinantes / que solo puede recorrer mi ojo / el ojo de la suerte / y también el espíritu de una fruta / la fruta y la piedra poseen unidad y diversidad / son desiguales pero también semejantes / como los objetos que apetece mi memoria”.
En busca de eso que apetece, el personaje poético parece buscar en todos los reinos a una reina diosa Cibeles que fertilice ese inframundo de piedras, se torna Cibeles ella misma en un carro tirado por vegetales, chupando turmalina, cuarzo, topacio, esmeralda, amatista, ágata, persiguiéndose a sí misma a través de todos los ritos del cuerpo y del verso en una imagen otra que la engendre de nuevo.
Pero Legna Rodríguez no va a la caza de conceptualismos recónditos, no se vale de misticismos brumosos, sino que nos habla de ella misma sin descanso y sin autocompasión, pasando por la desnuda confesión, haciendo uso de palabras de la naturaleza, donde ella incluye el sueño y el delirio, y en el camino hace hallazgos de insólita sensualidad. Vemos su cuerpo ansioso —y todas las afanosas funciones de su cuerpo— moviéndose entre los versos, buscando el caligrama, a veces pinceladas leves, a veces gruesos brochazos. No quiere ser exquisita, no, ni siquiera exquisitamente violenta: quiere exponerse hasta las últimas consecuencias, pero trazándose un mapa-cuerpo andrógino para la aventura de su soledad desplegada.
“Estoy híbrida en un parque lleno de piedras artificiales / pensé: la noche es un símbolo / que ninguna civilización supera”, nos confiesa. “Yo tengo alucinaciones de una piedra y un pabilo”, detalla. La obsesión de las piedras pasa a través de este laberinto cíclico de poemas como prueba de que es preciso el soplo vitalizador y de que no hay descanso posible, sino solo momentáneos alivios en la savia y otros jugos de vida.
Mas el espacio es esencialmente solitario y ese ángel inverso nos muestra una soledad trémula, aunque alerta, a donde convoca sin cesar a una corte de ídolos de todos los ámbitos que incluye a Norah Jones, Aristóteles, Clarice Lispector, Galileo, Kawabata, Vivaldi o Franz Kafka, con quienes conversa, convive o polemiza. En ese espacio hay música y formas visibles. “Ellos bailarán frente a una multitud / satisfactoriamente ególatra / se adentrarán en la niebla se adentrarán en la niebla / se adentrarán en la desfigurada niebla / dirán al mismo tiempo el sustantivo País (…) / el sustantivo País bailará frente a una multitud / mientras la palabra Trípode capta sus intensidades”.
Incluso cuando parece que la tienta un más allá de las grandes palabras, terminará siempre yaciendo entre figuras cercanas, tibias, dolorosas, que nos regresan al cansancio incansable: “Un gamo llamado Antropología / que corre por la pradera del Aforismo / cuando la noche es inevitable / el gamo deja de andar / y duerme”.
Ya el escritor Raúl Flores Iriarte ha hablado de que “Camagüey ha sido tomada por las mujeres en lo que a literatura se entiende” y, citando una gran lista de nombres (Oneyda González, María Elisa Pérez Leal, María Antonia Borroto, Olga García Yero, Ada Zayas Bazán, Miriam Estrada, Evelin Queipo y Polina Martínez Shvietsova son solo algunos), llama a Legna Rodríguez Iglesias prima ballerina assoluta por la cantidad de libros publicados y por su calidad. Queda este poemario para juzgar si eso es cierto, para conocer la entraña verbal de esta poeta y escritora de impulso incontenible, que sirve para atisbar también los caminos que va tomando la poesía entre nosotros.
Chupar las piedras tiene una ilustración de portada del pintor Luis Trápaga, pero de una manera lamentable se omite su nombre en la página que acredita a los participantes en la realización y hace constar los demás datos de la edición. Y esa omisión resulta doblemente injusta porque el libro incluye cinco ilustraciones interiores, cinco atinadas abstracciones que concretan el ansia de pincelada nerviosa, aspersión y desdibujamiento que atraviesa todo este poemario.
Termino con unos versos de Legna que acaso ilustran ese impulso suyo al que me refería, ese agobio inagotable: “Mi bella lengua nació trasgresora / y lo que nace, crece / hasta que ya no me cupo en el túnel / tuve que mudarme a un cubículo más amplio / y luego a un parque / y luego a un monte (…) / desde allí maleducaba al mundo / todo con mis órganos a rastro / entonces me cansé”.