LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -No soy periodista, pero me parece necesario participar de un debate que se ha venido suscitando en torno al periodismo independiente, el portentoso fenómeno blogger y el tema de la democratización.
Mi percepción es que el periodismo independiente, nacido a fines de la década de los 80 y principios de la década de los 90, del siglo pasado, anticipa el fenómeno blogger. Por sus contenidos.
Las primeras historias vivas de la marginalidad y de los mercados vacíos aparecen en los textos de estos auténticos hozadores de la noticia, que solo pueden llegar con su libreta de notas a pueblos, comunidades y barrios, para luego dictarlas por teléfono en mensajes de voz. Las primeras imágenes de hospitales deshechos fueron vistas tras la lente de fotorreporteros independientes, que mostraban las grietas ensanchadas en el sistema de salud cubano. De modo que los primeros blogs en Cuba fueron de lápiz y papel.
Su rol ha sido importante como la primera fuerza que permite la democratización de la información para los cubanos que pueden seguirla. De tres formas diferentes y complementarias: por la posibilidad de otro punto de vista, por la visibilidad de otra versión hecha con datos fragmentarios, y por la apertura y escucha de otras voces que cuentan desde abajo.
La avalancha represiva de 2003 a la prensa independiente podría entenderse también como un intento, fallido a la larga, de impedir que el real o supuesto enemigo obtuviera una visión distinta y sistemática de la realidad cubana. Nunca debería verse como la necesidad de cortar un flujo de información sensible, descodificada para uso del enemigo, tal como pretendió hacer ver la ridícula y cruel Ley 88, o Ley Mordaza.
El impacto agregado más importante de la prensa independiente es, en consecuencia, el de la democratización. Las redes sociales, que toman impulso en el mundo a fines de los años 90, y en Cuba a partir del 2004 y 2005, solo potenciaron el efecto democratizador que la prensa independiente venía fraguando desde el siglo pasado.
Tienen algo de razón por eso los periodistas independientes que se quejan de los efectos mediáticos de aquello que intuyó el comunicador canadiense Mac Luhan: la conversión del medio en el mensaje. Y este fue el caso con la aparición de las bitácoras digitalizadas y de otras redes sociales de comunicación instantánea.
La irrupción del blog dio la impresión de que irrumpía también la suerte del periodismo social y cívico que lo constituye como fenómeno dentro de los medios masivos de comunicación globalizados y dentro de la sequedad de la prensa oficial en Cuba.
Pero las bitácoras personales eran la realidad de la prensa independiente en la Isla, no por elección sino por necesidad de ser y hacer algo diferente, perseverar y sobrevivir sacando a la luz el tipo de información que no demanda ni depende de fuentes ligadas al Estado, y que se puede conformar con una observación inteligente y perspicaz de la realidad social.
Lo que el periodismo independiente quizá perdió de vista fue el impacto exponencial e integrativo del blog, como referente dentro de las redes sociales, y la capacidad de éstas para potenciar la comunicación y darle una nueva cobertura a la información, a la opinión y a las historias bien contadas de una manera que siempre agradece el lector. En las redes sociales no es necesario ni siquiera escribir correctamente, basta saber contar una historia atractiva con un nuevo lenguaje virtual y tener la voluntad de hacerlo.
Esto último es lo más importante, desde mi perspectiva, como efecto democratizador provocado por el nuevo periodismo dentro de las redes sociales. Basta la voluntad individual para la proyección del mensaje personalizado a través de una matriz de redes compactadas que al mismo tiempo ponen la mínima información y la pequeña opinión en un montón de salidas que pueden ser vistas, leídas y desechadas simultáneamente por cientos de miles de consumidores múltiples.
Esta potencia informativa no mejora la calidad de la información de por sí, pero multiplica la voz, democratiza a los sujetos, presiona a los medios más establecidos y les obliga a un cambio de formato si quieren conservar a sus lectores. De hecho, tiene efecto sobre el tema de la veracidad informativa, porque resulta más accesible.
Tal multitud de voces que pueden contar tanto sus propias historias como sus versiones sobre una historia, es lo más importante de las redes sociales: democratiza la voluntad de contar, y con relativo éxito. Y está claro que el tipo de bitácoras de agencia que caracterizó y caracteriza al periodismo independiente en Cuba tiene que asumir también la realidad de que el medio es soporte del mensaje, o de lo contrario perece.
Ahora los grandes medios comienzan su traslación al mundo digital, y no abandonan el papel, pero éste se convierte cada vez más en una suerte de prensa de cámara, frecuentada por un cada vez más reducido segmento de lectores. Este proceso mediático se desarrolla con más fuerza una vez que se desinfla el real o supuesto potencial de las redes sociales para traer la democracia a los lugares dominados por dictaduras o autocracias.
¿Cuál es el papel de las redes sociales en la democratización? El mismo que el del periodismo tradicional, pero esta vez multiplicado. Por eso lo entiendo como importante pero no crucial. A mi modo de ver, ha habido una proyección mediática de los medios sobre su propia capacidad para instalar democracias. Si la libertad de expresión es condición y causa de que existan sociedades democráticas, creo que se ha producido una confusión entre aquella —la libertad de expresión— y los medios empleados para canalizarlos. Las redes son una herramienta, no son de por sí la libertad misma.
Es cierto que Internet posibilita el acceso de un número mayor de personas a un número mayor de información en el menor tiempo posible, y permite, al mismo tiempo, lo más importante para la democracia: el ejercicio de la propia voz y la deslegitimación consiguiente de las coartadas tradicionales para negar el acceso de los ciudadanos a las fuentes de poder. Ello es de por sí democratización y se constituye en una condición suficiente para exigir la democracia. Pero no es una condición necesaria para que ésta llegue a vías de hecho.
Más que herramientas para la libertad de expresión, se necesita cultura de libertad. Y esta precede a las herramientas. Razón por la que Internet se convierte en derecho exigible más que en recurso de poder para alcanzar la democracia.
La cuestión es que la democracia exige una voluntad común, y las redes que la posibilitan tienden también a dispersarla a través de la bitacorización de los mensajes y de la voluntad. El individuo puede encontrarse igual de solo cuando está conectado que cuando está en medio de la masa.
El tema de fondo es que, en tanto herramienta, Internet y sus redes sociales pueden ser usadas también, y de hecho lo son, por las dictaduras y las autocracias y los enemigos sociales de la libertad. Porque, además, habría que asumir que la sociedad civil puede constituirse en enemigo de la democracia.
El hecho de que las tecnologías de la comunicación sean un fenómeno creado y producido por sociedades libres, se entiende indebidamente como productor de libertad en cualquier tiempo y lugar. No se invierte la lógica para comprender entonces que ellas son más un producto de la libertad acumulada que creadoras de libertad por sí mismas.
Las sociedades totalitarias se derribaron en un momento anterior a la explosión de Internet y sus redes sociales. Por su parte, el mundo árabe no fue ni es más democrático a causa de las redes sociales. Estas propiciaron la rapidez y la conectividad de una voluntad democratizadora que ya existía en sociedades que por demás tenían, aunque fuera en ciernes, el germen de una sociedad civil institucionalizada.
En otro contexto, en Venezuela, las redes sociales no han impedido el deterioro progresivo de la democracia, tanto en su calidad -entendida como el comportamiento de sus actores- como en sus instituciones, vistas en su dimensión independiente y de imparcialidad estructural. Y consta que los venezolanos se cuentan entre los ciudadanos latinoamericanos más activos en las redes sociales.
En Cuba, asistimos a un reacomodo de las expectativas en relación con la capacidad de las redes para traer la democracia. Y no solo por la constatación obvia de que el acceso a las redes depende, hasta ahora, de la voluntad del gobierno, sino por el hecho de que nuestro país es la prueba de la dispersión de la voluntad democrática, precisamente por su posibilidad para expresarse como voz personalizada y activa en medio de la explosión cacofónica de la opinión.
Una cosa es usar los medios para la democracia, y otra es considerar el uso individualmente masivo de los medios como democracia. Esto último expresa la libertad, pero no el poder institucionalizado de las mayorías, ni la protección de las minorías.
El reacomodo se produce además porque se reduce la brecha de explotación digital entre la dictadura y la sociedad civil. Esta última gozó de una ventaja de partida producida por la lenta reacción del leviatán totalitario ante el fenómeno de la tecnología. Pero una vez que el Estado cubano reaccionó, se encuentra en capacidad de adaptarse y hacer uso también de las mismas herramientas que se suponen emancipadoras. Puede, además, desconectarnos porque al final es quien controla el switch central de la comunicación en redes.
De modo que la ventaja de las redes sociales se reduce, en lo fundamental, a la misma que ya tenía el periodismo independiente antes de la entrada de Internet: la credibilidad del mensaje, una vez neutralizado el medio como mensaje en sí mismo. La diferencia crucial, no obstante, es la instantaneidad y difusión de ese mensaje.
De tal manera, considero que las redes sociales tendrán un papel crucial en la consolidación de un nuevo peldaño y una nueva cualidad democrática para los cubanos, pero solo cuando la democracia llegue también por otros medios políticos y pacíficos.