LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -La última proyección del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), en la sala del cine Charles Chaplin, fue el filme chileno “No”. La obra relata, desde la ficción, los avatares de la campaña publicitaria para el plebiscito que, en 1990, terminara con los 17 años de dictadura militar de Augusto Pinochet, en Chile.
El filme, del chileno Pablo Larraín, recientemente fallecido, se alzó con el Premio Coral del 34 FNCL, en la categoría de largometraje y la de popularidad. Escrito por Pedro Peirano, “No”, narra los avatares del publicista René Saavedra, interpretado por el actor mexicano Gael García Bernal. El exiliado regresa a su país y se suma, desde su profesión (la publicidad o la comunicación social), y de manera anónima, a la construcción democrática. Lo de anónimo queda explícito en el largo final, en el que Saavedra, junto a su pequeño hijo, se incorpora a la fiesta y se confunde entre los que en las calles celebran la victoria del “No” en el plebiscito (55 a 44), y el fin de la dictadura.
Independiente de que un grupo de activistas pro democracia cubanos, entre los que estaban el fotógrafo Claudio Fuentes, el músico Ciro Díaz, el periodista David Canela, y hasta el director de Havanatimes, salieran del cine entonando el pegajoso jingle, “vamos a decir que no”, de la campaña publicitaria chilena, la enseñanza más importante del filme, al que me atrevería a llamar didáctico, por sus enseñanzas a la sociedad cubana, es la importancia de aprovechar al máximo las rajaduras de la dictadura, no temerle al reto que implica asumir las nuevas tecnologías, y sobre todo, apoderarse de un discurso pragmático, que permita conectar la idea del cambio, con progreso, solidaridad y bienestar.
La película, con una fotografía a veces molesta, por el uso de la “free camera” y los agudos y constantes contraluces, trata de ubicar el filme en la cuerda del docudrama. Lo logra en parte al incorporar a actores de los hechos, hace 25 años, lo que le da un velo de honestidad a la obra, sin apartarse de la polémica y lo “políticamente correcto”.
Sin embargo, los valores extra artísticos e ideológicos de la pieza, evidentes, no restan un milímetro al rigor creativo y de investigación histórica que conllevó su realización. Coincido con el crítico Frank Padrón, quien, en el semanario oficial Trabajadores, llamó la atención sobre algunas sub tramas paralelas que complican la historia principal. Pero, sin lugar a dudas, ellas recalcaron los matices de la problemática chilena y de los personajes involucrados en el cambio en 1988.
Quizás se echa a ver la tendencia a la caricatura del régimen militar, pero, como ya dije anteriormente, eso se relaciona con la forma “políticamente correcta” con que se asume la historia latinoamericana, y que hace que los intelectuales orgánicos latinoamericanos consideren la de Augusto Pinochet una dictadura e –increíblemente- insistan en presentar al gobierno militar de los hermanos Castro como ejemplo a seguir en el sur hemisferio.
No sé qué pasaría en realidad por la cabeza de personas como Miguel Barnet, uno de los tantos silenciosos miembros de la oficialidad que pude ver en la sala durante la proyección; pero el hecho de que el filme ganara el Premio a la Popularidad, índica obviamente la tendencia del público en cuanto una salida al drama de nuestra cincuentenaria dictadura.