LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -Aquella representación de pomposa sensiblería que fueron las honras fúnebres dispensadas a Hugo Chávez, reveló un montaje al estilo de la dramaturgia fidelista. Pero no terminó en aquel momento, como demuestra la decisión —luego del frustrado intento de taxidermia faraónica— de disparar todos los días un cañonazo para recordar la hora en que murió el líder bolivariano.
En días pasados fue publicado en el periódico Granma un texto tomado del sitio web Cubadebate, firmado por la presidente argentina Cristina Fernández, que ilustra esa pasión telenovelesca por lo ridículo, por la teatralidad grotesca, y en el que la magistrada argentina relata: “Amanecí de nubes y me voy de sol. Acabo de visitar el Cuartel de la Montaña. Está rodeado de barrios populares. Se divisa el Palacio de Miraflores. Me cuenta el jefe de la guarnición que Hugo siempre lo miraba desde su despacho”.
Y entonces apareció la antigualla militar española a partir de la cual la mandataria cambió el tono lírico y se dejó llevar por el desvarío de la memoria y la obsesión cronológica:
“Me muestran un cañón de época de la colonia restaurado a nuevo. Todos los días a las 4:25 horas el viejo cañón lanza salvas que marcan la hora de su partida”. Y continúa: “¿4:25? Evita partió a las 8:25. ¡Qué horarios tan caprichosos!, ¿no?” Luego pidió a sus acompañantes que la dejaran sola (aunque quedaban, por supuesto, los cuatro húsares de Carabobo de la Guardia de Honor, custodia permanente del sancta sanctórum bolivariano) para respirar a sus anchas la magia de aquel sitio. Y sigue su crónica:
“De algún lugar se oye en forma permanente a Hugo cantando bajito, como si flotara. ¡Como le gustaba cantar! Solo escucho que junto conmigo lloran algunos de los húsares. Es extraño. Hasta hoy no se me había caído una sola lágrima. Ni siquiera el 5 de marzo, cuando me enteré”, confiesa Cristina Fernández.
La lectura del fragmento del discurso, pronunciado el 12 de junio de 2012 por Chávez y grabado sobre la lápida, le hizo escribir:
“12 de junio de 2012. 12 de junio, el mismo día del último discurso de Perón. Y dale con las fechas”, reconoce y prosigue: “Ese mismo día yo estaba en Plaza de Mayo. Tenía 21 años. Año 1974. Cuántas cosas. Cuánta historia. Qué cosa las fechas y los hechos. Los lazos visibles y los invisibles también”. Qué cosa el vértigo de las alturas, podríamos decir nosotros, cuánta profundidad espiritual infunde pasear por el Valhala privado del gran héroe.
Luego recorrió el santuario en compañía nuevamente de Nicolás Maduro y otros devotos:
“Hay dos salones con fotografías que recorren la vida de Hugo. La que más me conmovió es un inmenso mural. Hugo de espaldas, caminando bajo la lluvia. El 4 de octubre, en su último y más glorioso acto, que no fue, como algunos creen, su cierre de campaña. Fue su último acto de amor. Lo supe más tarde, cuando me enteré de sus terribles e insoportables dolores. De su sacrificio casi inhumano. ¡Dios mío! Le digo a Nicolás: Este es su lugar. Ni se les ocurra llevarlo a ningún otro, por más pomposo que parezca. Aquí empezó, y aquí se debe quedar. En SU LUGAR. En su Cuartel, junto a los barrios. Soldado del pueblo. Definitivo y para siempre”, fue su humilde mandamiento de monja franciscana a sus cofrades religiosos en aquel modesto templo.
En su discurso al recibir el premio Nobel, Gabriel García Márquez, dijo que “la independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia”, y, pese a ese acierto, no le pareció una incoherencia agregar: “Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una Patria Grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos hará sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo”. Palabras que seguramente han encantado a Nicolás, a Cristina, a Fidel, a Hugo y a tantos otros compañeros de viaje.
Ese “respaldo legítimo a los pueblos” es un respaldo a ellos, claro está. Que no los critiquen tanto, por favor. Ellos son el pueblo.
No debiera asombrar que los caudillos de hoy y de siempre se apoyen mutuamente delante y detrás de las bambalinas; se ensalcen y se pasen la mano unos a otros cuando se trata de proteger los oscuros intereses que puedan compartir, aunque tengan que dar otra vuelta de tuerca bufonesca procurando añadirles dramatismo a sus roles en el novelón y fingir que no son hipócritas, ni ambiciosos, ni cínicos, sino miembros valerosos de un comando de salvación a nuestro servicio.