LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -Los datos del censo de población y vivienda que se inició el 15 de septiembre no serán de fiar. El gobierno, que diez años después todavía se reserva parte de los datos del anterior censo, acomodará los resultados del actual a sus conveniencias. También contribuirá a la poca fiabilidad de los resultados del censo la reticencia de muchos de los censados a responder con la verdad y nada más que la verdad a las demasiadas preguntas de los censadores.
Hace varios meses, el director del Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), Juan Carlos Alfonso, aseguró a la prensa: “El censo no da ni quita legalidad, ni tiene incidencia negativa para las personas. Es por declaración y totalmente anónimo. Una vez que se procesa el cuestionario, la persona encuestada se convierte en un número.”
Pero no creo que valgan de mucho las garantías dadas oficialmente de que las informaciones obtenidas no traspasarán determinados marcos legales.
Casi siempre bordeando la ilegalidad para sobrevivir, los cubanos nos hemos vuelto excesivamente recelosos: hemos aprendido a ver chivatos hasta en la sopa y a olfatear en el aire las trampas y los trucos del gobierno.
Cualquiera que llega a la casa a realizar cualquier tipo de inspección en nombre del Estado, ya sea de Salud Pública o de la Empresa Eléctrica, de la puerta para adentro es habitualmente acogido con desconfianza y mal disimulado disgusto. Dígame usted si es un encuestador que venga a averiguar –entre otras veintitantas preguntas- dónde usted nació, qué hizo la semana pasada, cuántos viven bajo su techo y cuantos efectos eléctricos, teléfonos celulares, computadoras y vehículos hay en su casa.
Muchos temen que el censo permitirá afianzar el control del Estado sobre la población. Al respecto, ya empezaron a correr bolas tales como que, a partir de lo averiguado, las autoridades deportarán a indocumentados de la capital, ordenarán desalojos, confiscarán casas, carros y computadoras, e investigarán a aquellas personas cuyos niveles de vida no se correspondan con sus ingresos monetarios.
De ahí que algunos se nieguen a contestar preguntas y la mayoría respondan lo que les dé la gana. Y eso que el gobierno tiene el buen tino de utilizar como censadores a estudiantes, porque si son los viejos chivatones del barrio los que se aparecen en las puertas con las planillas de las veintitantas preguntas, no sé qué hubiera pasado…
En realidad, en condiciones un poco más normales el censo no asustaría. Ni siquiera por las preguntas, que probablemente no fuesen tantas. Lo que está mal, y bastante, no es el censo, sino el sistema.
Gracias al censo, se sabrá es cuántos somos. Números. Sólo eso. ¿Acaso alguna vez hemos sido para el estado algo más que números, y a veces falseados?
Aparte de indicadores generales, que hablarán del envejecimiento poblacional, de que hay un poco más de cubanas que de cubanos, ¿qué Cuba mostrará el censo? Justamente la que convenga a los intereses oficiales: un país más educado, culto, saludable, laborioso, disciplinado, con serios problemas de vivienda y de transporte, pero todos en vías de solución.
En fin, un país que no tiene nada que ver con el real, en el que vivimos los cubanos, que solo contamos cuando al Estado-mayoral les da por contarnos y hacernos más preguntas de la cuenta.