LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -La semana antepasada estuve en La Habana y en la Avenida de Rancho Boyeros vi una de esas vallas que el departamento de divulgación y propaganda del partido comunista coloca en las principales calles de nuestras ciudades, ésta con una imagen del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros vestido de militar y un mensaje que decía ¡Más socialismo!
La frase pudiera generar rechazo debido al descrédito que arrastra la historia del socialismo real. El partido comunista de Cuba ha perdido mucho terreno ideológico y una de las causas estriba en haber sido reacio a analizar públicamente sus errores, a aceptar el anhelo de cambios políticos que a gritos y en todo lugar expresa el pueblo y a poner los puntos sobre las íes en cuanto a la responsabilidad histórica de los máximos dirigentes cubanos en esta situación que sufrimos.
Uno de los aspectos más controvertidos de la historia de la Revolución cubana es la proclamación de su carácter socialista, carácter y hacer que tuvieron más de influencia y copia de lo que hacían los soviéticos que originalidad. Durante toda la campaña guerrillera en contra de Batista y después del triunfo de la Revolución, Fidel Castro, de forma pública y reiterada, expuso que no era comunista. Calificó de malintencionados a quienes acusaban al gobierno revolucionario de tomar dicho camino. El Pacto de la Sierra, la Carta de México, que el propio Fidel Castro firmó junto con José Antonio Echeverría y el alegato conocido como “La historia me absolverá”, son documentos que expresaron la inequívoca vocación democrática del proceso revolucionario que se gestaba con el objetivo de restablecer la Constitución de 1940 y devolverle al pueblo cubano las libertades civiles y políticas usurpadas por Batista. En su libro “Después de Fidel”, Brian Latell especula sobre esto; algo también ha escrito Carlos Franqui .
Algún día los historiadores tendrán que adentrarse imparcial y objetivamente en ese momento que ha sido la causa de la primera gran división del pueblo cubano después de 1959, puesto que la proclamación del carácter socialista era un asunto que concernía a toda la sociedad y por su trascendencia debió haberse consultado con ella y no dar por sentado que la euforia de miles de milicianos representaba la voluntad de todo el país, aunque el acto de la proclamación socialista en abril de 1961 fue mera formalidad pues desde 1959 los comunistas del Partido Socialista Popular, con el consentimiento de los máximos dirigentes de la revolución, habían comenzado a posicionarse en las filas del ejército, del Ministerio del Interior, la Seguridad del Estado y otras estructuras del gobierno. Quienes habían luchado contra Batista pero no profesaban ideas socialistas se sintieron traicionados o excluidos, y muchos de ellos, advirtiendo que los hechos decían más que las palabras, regresaron a las montañas antes de 1961. El resultado de tal decisión fue la muerte en combate contra los milicianos o ante los paredones de fusilamiento. En el mejor de los casos fue el enclaustramiento para cumplir largas condenas en condiciones difíciles, muchas veces crueles.
Ya en el poder, los principales dirigentes cubanos no sólo se desentendieron de los pactos que habían firmado con otras fuerzas políticas para unirse y derrocar a Batista sino que copiaron fielmente de los soviéticos sus métodos de represión y control, el sistema de partido único-que no tiene justificación de ningún tipo en la teoría marxista-, la eliminación de la pequeña y mediana empresa y el culto a la personalidad del líder, a quien ni siquiera dentro de las filas del partido se le podía contradecir. Llama la atención el hecho de que la auto titulada vanguardia política del país todavía se desentiende de las opiniones y estudios de diversos especialistas que no sólo han revelado las deformaciones del sistema “socialista” cubano sino alertado sobre la tardanza en enfrentarlas, contumacia que puede convertirse en un detonante estratégico.
Lo que los dirigentes de Cuba llaman socialismo tiene muy poco de tal. No es que el pueblo cubano no haya alcanzado logros en estos cincuenta y tres años, el problema radica en que ellos se obtuvieron gracias al subsidio financiero y material soviético y no a nuestra eficacia económica, de ahí el deterioro de los servicios de salud y educación-las principales “conquistas”-, a partir del derrumbe del campo socialista, cuando Cuba se adentró en la peor crisis de su historia, la cual develó cuán profunda era nuestra dependencia de la Unión Soviética. Lo que los dirigentes cubanos llaman socialismo tiene muy poco de tal porque el socialismo es, ante todo, una extraordinaria democratización del poder e implica que los obreros deben tener la posibilidad de decidir las cuestiones fundamentales en sus centros de trabajo, designar a sus directivos, evaluar su gestión y revocarlos, aprobar los planes de producción, participar en las ganancias. La forma principal de propiedad en el socialismo debe ser la cooperativa y no la estatal centralizada como ha ocurrido en Cuba. En el socialismo el pueblo debe ser protagonista y no un simple receptor de los ucases del nivel central.
Un sistema realmente socialista no puede edificarse con menoscabo de libertades esenciales. Rosa Luxemburgo se lo hizo saber a Lenin, pero éste y sus sucesores la desoyeron; cuando Gorbachov decidió rectificar ya era tarde. El hombre, por más bienestar que alcance, ha sido creado para vivir en plena libertad. Sin ella y sin Dios nunca será feliz.
Así que al mirar la mencionada valla dije para mis adentros: “¿Más socialismo? Estoy de acuerdo, ¡pero no de éste!”.