LA HABANA, Cuba. — El régimen está arreando de nuevo a su manada de inspectores cafres y corruptos contra los pequeños negocios privados de La Habana, en particular los restaurantes, y muy en específico contra los más exitosos, siempre que no pertenezcan a familiares, informantes, queridas, y otras hierbas bajo el velo del aparato administrativo. Que nadie se sienta dueño de lo que tiene y que a la vez todos nos sepamos desamparados totales ante su poder: son presupuestos de la dictadura fidelista que conservan aquí plena vigencia, así que basta constatar casos como este para comprender el signo de las reformas de Raúl.
Ha trascendido entretelones que a las autoridades les molestan ahora especialmente los cuentapropistas que se valen de la publicidad para hacer prosperar sus negocios, sea mediante el llamado Paquete Semanal o por Intranet, Internet u otros medios. Pero a la vez los que más se promocionan facilitan sus medidas represivas. Ya no necesitan romperse la cabeza tratando de averiguar a cuáles restaurantes les va mejor. Sencillamente observan los de más frecuente incidencia publicitaria y de ahí deducen que son los de mayores ganancias, algo preocupante para ellos, no sólo porque la prosperidad económica es un conducto para la independencia del individuo. También porque los más competitivos encarnan una amenaza para sus propios negocios.
Saben, además, que poseen el control absoluto sobre las leyes y la trampa. De manera por muy bien que funcione un establecimiento particular, por muy rigurosamente que sus dueños o gestores cumplan las abusivas normas que se les imponen, siempre van quedando fisuras para que los inspectores hagan la faena.
Ahora mismo la están haciendo, por ejemplo, con el chequeo de la actualización del carnet de los empleados. Por elemental lógica, ningún dueño de restaurante puede dejar fijo en su puesto a un empleado recién contratado si antes no le somete a un período de prueba. Y como en estos sitios los empleados cambian constantemente, debido a la nula cultura del trabajo entre las nuevas generaciones, es muy difícil que transcurra un solo día en el que todos los empleados tengan sus carnets actualizados. Ello será suficiente para que los inspectores puedan cerrar el establecimiento durante un tiempo indefinido.
Otro ejemplo, sólo uno más, para no cansar: Muchos dueños de restaurantes han logrado levantarlos utilizando equipos que les facilitan sus parientes de Miami o que de alguna otra forma les llegaron desde el exterior. La mayoría de esos equipos vienen sin un documento de propiedad. Entonces ahí tienen ya su pan horneado los inspectores. Basta que les indiquen quién será la próxima víctima.
Para que la coartada sea (o parezca) perfecta, el régimen cuenta ahora con un mercado especializado en la venta de equipos y enseres para establecimientos gastronómicos. Se trata de la tienda Nella, ubicada en la habanera Avenida del Puerto, donde (tal y como puede verse en algunas fotos que acompañan estas líneas) un cenicero común puede costar 98 cuc; un simple envase plástico para verduras, 50,45; una cesta para echar basura, 97; o una mezcladora, más de 600 cuc…
Todo cuanto puedan exprimir al cuentapropista les parece poco, porque para ellos la propiedad privada es un delito (siempre que no sean ellos los dueños), y porque según su obtusa e hipócrita manera de enfocarse políticamente hacia el exterior, la solvencia económica del pueblo no puede depender del esfuerzo individual de cada uno de sus miembros, sino del trabajo en rebaño y de la distribución de tipo esclavista, donde el Estado es por ley amo, parásito y único explotador.
La Habana, febrero 10 de 2015.
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Fotos José Hugo Fernández
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