LA HABANA, Cuba.- A los payasos sólo se les asociaba con el circo y las fiestas infantiles, pero hoy la demanda de estos personajes trasciende a espectáculos y fiestas privadas para todo tipo de público.
Conversamos con algunos payasos, animadores de fiestas infantiles y trabajadores que estuvieron vinculados a empresas de contratación de artistas, quienes nos hablan de la realidad profesional de este sector laboral, que se debate entre la falta de recursos, los falsos mitos y las satisfacciones y logros personales.
El lado oscuro
Una joven pareja de artistas, de 25 y 28 años, que durante tres años se dedicaron a la animación de fiestas infantiles y actualmente trabajan como “contratistas privados”, nos hablan de “las calamidades detrás de la carcajada”.
Los entrevistados, que prefirieron el maquillaje del anonimato, para evitarse “más complicaciones profesionales”, describieron a las empresas de contratación y representación artística como “una auténtica mafia que lucra a costa de nuestro trabajo”.
Según estos jóvenes contratistas, “la empresa ACTUAR (Agencia de Representación Artística), que agrupa y supuestamente representa a artistas como los payasos, no les gestiona trabajo a sus afiliados ni les resuelve transporte, almuerzo o meriendas, ni ningún otro viático, y del total del dinero que los artistas obtienen, cada vez que actúan en un espectáculo estatal, la Empresa les descuenta un 15 por ciento, más otro 5 por ciento que los artistas tienen que pagar a la ONAT (Oficina Nacional de la Administración Tributaria)”.
Continúan explicando que “el dinero promedio que ganan los payasos (y otros artistas que trabajan para niños) en estas actividades oscila entre los 500 pesos Moneda Nacional MN (30 dólares) y 1 500 pesos MN (73 dólares), aunque los más populares y afortunados (que son los menos) pueden llegar a ganar hasta 5 mil pesos MN (230 dólares). No es mucho, si se tiene en cuenta que los artistas tienen que asumir todos los gastos”.
Según el testimonio de una Técnico Medio en Economía que laboró en diferentes empresas de contratación, y que actualmente trabaja en el sector privado, “el problema con la poca ganancia que dejan estos eventos, para la mayoría de los payasos que actúan en ellos, es que el precio de la entrada es bajo (5 a 10 pesos MN, entre 30 y 60 centavos de dólar). Las actividades infantiles son muy poco lucrativas”.
“Pero eso no es lo peor”, asegura la Técnico. “Después de la risa viene el llanto, porque la administración de estos eventos no paga en efectivo, sino a través de cheques, por lo que el artista tendrá que esperar que el cheque sea enviado a la Empresa (puede demorar hasta 60 días) y esta lo lleve al banco para cobrarlo, aunque en realidad lo único que extrae la Empresa de ese cheque es su 15 por ciento. El dinero del artista queda en un depósito, que se transfiere desde el cheque, y que él deberá cobrar personalmente, cuando le avisen. De manera que si el artista no está asociado a una empresa, no cobra”.
“Por esos motivos, muchos artistas de la payasada ingresan al cuentapropismo. Los contratos privados, aunque no tienen una tarifa fija, pueden oscilar entre 30 y 60 dólares, o más, en dependencia del acuerdo al que se llegue con la parte interesada; pero eso sí, el pago es en efectivo una vez que el artista termina su actuación”, concluye.
Dificultades y satisfacciones
Entre las dificultades que tienen que enfrentar los payasos está la relacionada con el vestuario, los medios y los recursos que demanda su personaje.
Jorge Luis Millet Martínez (Payaso Chuchulito), un actor titiritero de 29 años y 9 de profesión, que acompaña sus payasadas con títeres, malabares, acrobacias y actos de magia, nos explica que “en Cuba no existen tiendas especializadas donde podamos adquirir los recursos que necesitamos, por lo que tenemos que recurrir a las personas que viajan o a particulares”.
Según Millet Martínez, “el vestuario de un payaso define su personalidad como artista; y como es muy particular y único debe mandarlo a confeccionar, y el costo está sobre los 60 dólares. Después están los zapatos que pueden costar entre 45 y 85 dólares (siempre dólares); Una peluca, entre 15 y 20; Una nariz, entre 10 y 15; Un maquillaje completo, entre 35 y 45, y un títere, entre 35 y 60.
“Y el costo de un monociclo (algunos payasos lo usan) es de 150 dólares, lo mínimo”, añade.
Sin embargo, “la sonrisa de un niño no tiene precio, y vale cualquier sacrificio”, afirma Chuchulito. “Más que un trabajo, es una misión, y en términos económicos, muchas veces es más lo que inviertes que lo que ganas. Y creo que esa es la única forma válida de asumir nuestra profesión. Lo que puede resultar difícil, a veces, es que por mucho que los problemas nos golpeen, a diferencia de otros profesionales, nosotros tenemos que conservar la sonrisa”.
“Aunque tampoco se trata de extremar el drama”, nos dice Cheyla Martínez de la Peña (Payasita Estrellita), Licenciada en Psicología, actriz e Instructora de Arte en la especialidad de teatro. “Hay que desmontar el mito que presenta al payaso como un ser triste y traumado que se oculta detrás de una máscara, porque eso es absurdo, falso y ridículo”.
Para Estrellita, quien asegura: “Lo dejé todo para dedicarme a la payasada”, los contratiempos son parte del “incentivo que nos hace más fuerte, porque cuando haces menos pesada la carga de los otros la tuya se siente menos”.
Aunque según el testimonio de Yurixander Osorio Peña (Payaso Pabilo), una de las cargas más pesadas que tienen que soportar estos profesionales es “el número creciente de personas que, sin ningún talento ni vocación, utilizan la caracterización y el estereotipo artístico del payaso como un recurso para ganar dinero”.
“No se dan cuenta que el payaso es un personaje, no un disfraz”, explica el joven payaso de 29 años y 8 de profesión. “Es detrás de un disfraz que mucha gente inescrupulosa está corrompiendo el personaje del payaso”.
Todos los entrevistados admitieron que “para artistas cuyo propósito principal es el de entretener y divertir, sobre todo a un público tan sensible como son los niños, las dificultades pueden llegar a ser enormes; pero, los muros que tenemos que derribar, nunca son tan altos como los puentes que logramos construir”.