MIAMI, Estados Unidos.- “¿Qué está pasando aquí?”, escucha uno de los hijos de Iris Ruiz que una señora pregunta a los policías que rodean su casa, “es que aquí viven unos contrarrevolucionarios que quieren envenenar el agua del círculo infantil”, le responden, y la señora reacciona, “entonces habrá que hacer un paredón aquí mismo”, y el hijo de Iris corre a contarle a su madre. Quizás él no sepa qué es un “paredón”, pero sus padres sí.
Ese niño es uno de los que corea entre brincos cada vez que me ve llegar. “Ahí viene María Matienzo”, uno de los primeros nombres que se aprendió, con apellido y todo, como si fuera compuesto, mientras los demás son nombres sencillos. Él es uno de los seis hijos que componen la familia de la actriz, a quien le interesa teorizar sobre la vida como si fuera un teatro, y de Amaury Pacheco, el OMNIPoeta. A ellos sus padres les han enseñado a amar pese al odio que destila el gobierno.
La familia Pacheco Ruiz, que vive en la zona 10 de Alamar, es amiga, son mi familia y la suerte que corren ellos las corremos el resto.
Mientras el mundo, que se desentiende con facilidad del acoso que sufren los activistas, permanecía expectante a lo que sucedería con la nota informativa anunciada en los medios oficiales este jueves, ellos amanecieron sin servicio de internet ni de telefonía móvil, y fueron rodeados por la policía: más de dos patrullas, motos Suzuki y tipos dispuestos a golpearlos si alguno salía. Aún no sucede, pero no sería la primera vez.
Recuerdo en 2014 a Iris buscando de estación en estación a Amaury, que estaba desaparecido. Había salido al agromercado porque sus hijos no podían esperar a que el régimen decidiera que los alimentara, y fue detenido pues los esbirros plantados a su alrededor creían que iría al performance anunciado en la Plaza de la Revolución. No entendieron de razones. Fue un fin de año terrible para todos.
Antes hubo Poesía sin fin, OMNIZonaFranca, pero del 2014 para acá ha seguido lloviendo poética y represión a la par. En esa esquina de la zona 10 de Alamar, justo al lado de un círculo infantil que ha servido de refugio a las turbas que los espían y que impiden que sus niños salgan a jugar, han ocurrido mítines de repudio, les han puesto carteles para humillarlos, le han vertido ácido por debajo de la puerta, y ellos han respondido con poesía, con un grafiti de la bandera cubana hecho por Yasser Castellanos, o con la amistad que le brindan, incluso, a quienes después les tiran piedras.
Visitar a Amaury o a Iris es insoportable. Si usted va con la idea de tener una conversación coherente mejor no vaya. Sus hijos son felices, corretean, llaman a su madre cada 5 minutos, juegan de manos sin cesar, se ríen alto, hablan más alto aún, pero los vecinos, en su mayoría y aún cuando después los renieguen por miedo, pasan saludando, preguntado, alzando la mano, poniéndose al día, o trayendo información para amedrentar también.
Ellos no estaban acuartelados en la sede del Movimiento San Isidro, pero no tuvieron descanso. Los rodearon, los amenazaron y cuando, en estos días, una de las niñas se enfermó y se pensó en algo terrible, la policía les cayó detrás para aumentar el estrés, pues les pareció que no era suficiente con la inflamación que tenía en una parte del cuerpo o con el susto de sus padres, o con que en el policlínico no hubiera reactivos para la mayoría de los análisis que debían hacerle.
Los hijos de Iris y de Amaury, que pudieran ser los míos, los que no me he atrevido a tener, están en peligro. No quiero pensar en lo que pasará si son desalojados, porque la casa donde viven aun no es legal pese a las gestiones, o si a alguno de esos policías ignorantes, con la orden de matar, decide hacerse el héroe. ¿Dónde nos vamos a meter si después de estar entretenidos ocurre una tragedia?
Esta Navidad pinta como la del 2014. A esa casa Papá Noel no llegará porque la policía no lo dejará pasar, y si hace la fuerza o pregunta le dirán que las niñas y los niños que viven allí no se lo merecen, que sus padres se han portado mal y que ellos recibirán el mismo castigo, por no hacerle caso a la maestra que les dice que exigir derechos es malo, que hablar de derechos es peor aún.
Los que pudieran facilitar esa Navidad, como la sede de la UNICEF en Cuba, son cómplices. No les interesa lo que pase a los niños y las niñas hijos de opositores, y si son negros, menos.
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