LA HABANA, Cuba – Norberto consiguió una beca para estudiar Derecho en la Universidad de La Habana, pero siendo el menor de tres hermanos huérfanos de padre, decidió conseguir un trabajo en el que pudiese conseguir algo más que su salario. Se le presentó la oportunidad de hacerse carnicero.
Como su sueldo no llegaba a 15 dólares al mes, estaba claro que tenía que buscar una forma de obtener dinero adicional. Pero él sabía que algunos de su mismo oficio terminaban en la cárcel, por lo que decidió ser más inteligente que los demás. Los de la carnicería que estaba al doblar la esquina, robaban media libra a cada cliente, aunque el peso solicitado fueran dos libras. No robaban progresiva y discretamente, como pretendía hacerlo él. Por eso decidió actuar del siguiente modo: a cada cliente que venía a su establecimiento “tumbarle” solamente una onza de las 16 que tiene una libra.
Pronto se le llenó el establecimiento de compradores, maravillados de “lo bien que despachaba” ese carnicero. Aunque se llevaran 5 libras, él sólo ponía de menos una onza. Cuando, por excepción, un cliente llegaba a reclamar, él le decía “no se preocupe, aquí está la onza que le falta” y el demandante, al ver la escasa diferencia en producto, solía irse apenado por la poca cantidad que había reclamado. Hasta una cola se hacía cada mañana a la hora de abrir.
Durante un tiempo consiguió que un camionero le suministrara varias cajas adicionales de carne limpia de procedencia ilícita. Las vendía “por la izquierda” en pocas horas. Mientras subsistió este negocio, pudo reparar su casa, comprarse electrodomésticos, conocer numerosos restaurantes y centros turísticos de todo el país. Hasta se casó, tuvo un hijo y pudo enfrentar los costosos gastos que le ocasionaba el bebé.
Cuando se le acabó ese negocio, reajustó sus gastos y estuvo sobreviviendo más o menos bien. Esto duró hasta un día en que de la Empresa le enviaron a una nueva inspectora que ya él había oído mencionar. Ella era muy conocida por ser la única persona en todo el Comercio de La Habana que no recibía sobornos.
La esperó con todo limpio y en regla; nada fuera de lugar. Ella llegó, se puso una bata –cosa que nadie hace– y empezó a notar deficiencias: que si había un solo refrigerador para lo que estaba almacenado y lo que se estaba despachando –por cierto, el refrigerador era de Norberto, pues la Empresa no se ha ocupado de eso en los últimos 20 años–, que si tenía un pequeño descascarado en la puerta –cosa descabellada–, o que si la taza del baño no tenía tanque. La nueva inspectora no señaló que, aunque la Empresa jamás se había ocupado del mantenimiento del local, éste permanecía limpio, pintado, azulejado.
Ella también señaló que hacía falta otro cuchillo, que el local no tenía fregadero –el mismo local que es carnicería desde antes de la llegada de Norberto–. Exigió gorros para el pelo y guantes. El carnicero se puso de mala suerte, y hasta una cucaracha no invitada caminó por la pared en ese momento. Del tiro le cerraron el local y lo mandaron para su casa hasta que arreglara todo lo que estaba mal; o sea, se supone que de sus 15 dólares de salario debe afrontar fregaderos, tazas de baño, cuchillos, gorros, y veneno para las cucarachas.
Norberto le hizo frente a los nuevos gastos. Como además, la vida está más cara, ahora está valorando una nueva variante: si en vez de una sola onza “tumba” dos, los clientes no se van a dar cuenta. En definitiva, él también tiene que vivir.