LA HABANA, Cuba. – El prisionero político cubano Ernesto Borges Pérez cumple este lunes 54 años de edad y, en julio próximo, 22 de encarcelamiento. Este año sus “regalos” han sido la muerte de su madre y las amenazas constantes de la Seguridad del Estado.
Para quien ha permanecido casi la mitad de su vida en las cárceles de Cuba, la conmemoración de cumpleaños poco importa, a no ser que se haga en libertad. Pero para quienes junto a él denunciamos y enfrentamos a la dictadura, se torna en homenaje a su valor y sacrificio.
Apenas contaba Ernesto con 32 años de edad al ser arrestado, en 1998, cuando pretendía entregar a funcionarios de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana un listado de veintiséis espías listos para entrar en territorio norteamericano. Por entonces, era capitán del Departamento 1 de Contraespionaje y Juegos Operativos.
Es acusado de tentativa de espionaje y sancionado a pena de muerte, luego conmutada por 30 años de privación de libertad. Según las leyes militares cubanas, debía cumplir una tercera parte de la condena, o sea, 10 años. Pero Ernesto lleva ya casi 22 años en prisión.
Los primeros diez años estuvo en una celda de aislamiento, semioscura, semitapiada y sin ventilación, en la prisión de máxima seguridad de Guanajay, en Artemisa. Desde 2011 se encuentra en el Combinado del Este, en La Habana, en una celda también oscura. Pese al peligro de quedarse ciego, él y su familia se han negado a la operación de cataratas, pues el hospital de la prisión no dispone de las condiciones higiénicas necesarias, además de que ello significaría un riesgo mayor para su vida ya que pudieran aprovecharse de la ocasión para librarse de él, como le han advertido mediante amenazas de muerte.
En varias ocasiones le han propuesto a Borges la libertad a cambio de su colaboración con la Seguridad del Estado por un tiempo mínimo de diez años. En todas se ha negado rotundamente, afirmando que “la dignidad y los principios no se negocian”.
Su madre falleció el 14 de febrero último sin poder ver a su hijo en libertad. La despedida en la funeraria, además de dolorosa, fue humillante: los oficiales decidían cada paso, entre ellos, si podría hablar por teléfono con su hija en los Estados Unidos o no. A Ernesto lo llevaron encadenado unos guardias que ni siquiera le permitieron abrazar a su padre y hermano, mucho menos a su madre tendida en el féretro.
Apenas dos días después del fallecimiento de Santa Ivonne Pérez, lo visitó el oficial Marcos, del Departamento 21, para espetarle que no saldría de allí hasta cumplir los treinta años. Ernesto, con el dolor de la pérdida de su madre aún latente, tuvo fuerzas para contestarle: “eso no me preocupa; preocúpense ustedes porque cuando yo salga de aquí entonces entrarán ustedes a pagar por todas las violaciones de derechos humanos que han cometido. ¡Y ya veremos si aguantan todo esto con la dignidad que yo he mantenido!”.
A lo largo de los años, su familia ha apelado ante el sistema judicial cubano; todas las apelaciones han sido rechazadas.
Ernesto ha sido el escarmiento para los oficiales, el ejemplo de lo que les sucedería si “traicionan”; por eso el ensañamiento ha sido constante. El régimen está resentido al ver que su destacado oficial operativo, graduado con título de oro en Derecho en la escuela de la KGB, en la antigua Unión Soviética, les había intentado “jugar una mala pasada”. Nunca lo han perdonado, ni lo harán.
Pese a todo, Ernesto resiste con una convicción escalofriante; tantos años de ausencia del calor familiar, esa tensión constante de saberse asediado, sobre todo porque está consciente de lo que son capaces de hacer, el no haber visto a su hija crecer hasta convertirse en una mujer…
Sin duda, algunos de aquellos que fueron sus compañeros en el pasado, presencian con admiración la entereza que ha mantenido todos estos años. Ha sido vertical con el paso que quiso dar cuando comprendió que la “revolución” era un engaño y que no éramos más que un pueblo esclavizado para que pocos, la élite, disfrutara los placeres.
Algunos opositores creen que el régimen no le permitirá a Ernesto salir con vida; para la dictadura en Cuba es un problema que un día cuente, en libertad, todos los horrores y secretos que conoce. De hecho, en este tiempo del coronavirus, se anuncia por las redes que se teme por su vida, que sea inoculado con el virus para acallarlo de una vez.
Este lunes Ernesto no recibirá visitas, estará solo, en su celda oscura y fría, como ha sucedido en los últimos veintidós años de enseñamiento y resistencia estoica. Pero nosotros, desde la prisión más grande (Cuba), lo homenajeamos de la mejor manera: denunciando y resistiendo a la dictadura.
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