LA HABANA, Cuba.- Los habaneros andan entre el lamento y la confusión ante la derogación del decreto de “pies secos, pies mojados”.
“¿Pero quitaron la Ley de Ajuste Cubano?” y “¿qué es eso de las deportaciones de la gente que está allá ya?” son dos de las preguntas más frecuentes y dos de los puntos más oscuros. Nadie entiende nada porque, como de costumbre, en el noticiero de televisión primero se leyó la interpretación oficialista de los hechos y luego la declaración conjunta; y quedaron en la oscuridad temas que serán explicados “oportunamente”, según el locutor que leyó ambas declaraciones. Pero la gente sabe que la oportunidad puede que no llegue nunca.
En la “esquina caliente” del Parque Central se combina la clasificación en la Serie Nacional del equipo de Ciego de Ávila con la explicación de la declaración conjunta, como si ambas cosas se trataran de lo mismo.
Se oye a uno de los habituales decir a voz en cuello —pero como si estuviera hablando bajito porque hay cinco policías uniformados casi encima del grupo—: “la ley de ajuste no la han quitado. Tú puedes pedir asilo, pero la cosa está en cómo llegas allá”.
Entre las frases entrecortadas por la cautela se logran escuchar: “tremenda mariconá”, “lo jodío es la gente que se quedó a mitad de camino”, “¿y fue hasta las cuatro? ¡Pero la declaración fue a las seis!”, “la caliente va a ser cuando tengan que regresar toda esa gente”.
En este punto coinciden muchos de los entrevistados.
“Cerraron la llave, compadre, cerraron la llave”, era lo único que repetía un desconocido en un botero a las dos de la tarde y, aunque se reía compulsivamente, aseguró que lo hacía “para no llorar”.
El pasajero que viajaba a su lado dijo que él estaba “muy contento”, y agregó: “Yo tengo tres hijos y estaban a punto de írseme en cualquier cosa por ahí para allá. Y ya son grandes y yo no puedo hacer nada. Ya se han presentado en la embajada (de EE.UU. para solicitar una visa) y les han dicho que no”, y pareció el comentario más egoísta del día, pero Elvira, filóloga y promotora cultural, está de acuerdo: “Yo tengo un adolescente, y por lo que le he escuchado la cosa iba por ahí mismo. Y mira niña, si se me tiraba al mar, yo me muero.”
El botero contó el video que vio sobre el último en pasar por la frontera de México y los demás lo escuchaban como si estuvieran viendo las imágenes.
En el mismo taxi otra pasajera se apretó los ojos para no llorar. No obstante, las lágrimas se le escurrían por entre los dedos, aunque cuando se le preguntó dijo: “estoy muy cansada, no es nada”, y se bajó antes de llegar a su destino. Después de esa escena nadie se atrevió a comentar nada más.
Livia y su marido tenían planes que acaban de derrumbárseles, como está a punto de caérseles la casa sobre sus cabezas.
“Yo ya tengo dos señoritas, la casa de mi familia es de madera y cuando llueve tenemos que andar con sombrillas y náilones como si estuviéramos en la calle. La idea era que mi marido se fuera a través de México, que trabajara un poco por allá, para yo ir levantando pared a pared aunque sea, porque con el salario de los dos juntos ni pensarlo”, dijo Livia.
Para otros, los “más jodidos” son los médicos.
A Kirenia le saltó a la vista que en el mismo noticiero anunciaran que un grupo de médicos fueran a trabajar a Chicago, y comenta: “Aquí nada es gratis, quitaron la ‘Parole’ de los médicos para mantener el negocio lo más redondito posible. Ve tú a saber cuánto y cómo le pagarán a esos médicos. Gente que además nunca tendrá ningún derecho allí. En fin, más mano de obra barata, ahora en el ‘Yuma’ (EE.UU.)”
Los más radicales creen que si en Cuba “todos somos Fidel, ¿para qué hace falta la Ley de Ajuste?”, analiza un político de esquina.
La mayoría está apática. Hay quien asegura que nunca ha tenido aspiraciones de emigrar.
Los que esperaban protestas en la ciudad hoy tampoco las encontraron. La Habana Vieja estaba como siempre, atestada de turistas americanos, canadienses y de otras nacionalidades que suben y bajan por el bulevar Obispo, y de gente que vive de ellos; en la zona Wi-fi del bulevar de San Rafael hay quien sigue pensando que “en Cuba se vive bien con dinero”; los policías, como de costumbre “andan de cacería”, asegura Ernesto. “A cuánto negro ven, le piden el carnet de identidad, hables o no de política.”
La mayoría cree que “la cosa se va a armar” cuando regresen los que quedaron a mitad de camino. “Los que lo vendieron todo: la casa, el carro y la vida por un futuro más incierto del que ya tenemos aquí. Cuando regresen y tengamos que compartir lo poquito que tenemos…”, termina diciendo Ernesto, como si esos cubanos no hubiesen estado hace menos de un año recorriendo las mismas calles que él.