WASHINGTON – ¿Habría negociado y firmado George W. Bush con Irán el Plan de Acción Global Conjunto (JCPOA), el controversial acuerdo con los Ayatollahs? La pregunta parece tonta, aun para quienes (como yo) trabajaron con Bush en la Casa Blanca. En fin, ¿qué más da? Bush salió de la presidencia hace más de seis años, y jamás hace comentarios de política exterior ni critica al Presidente Obama.
Sin embargo, la pregunta resulta muy interesante porque da pie a respuestas interesantes, por dos razones.
Primero, responder a la pregunta es asomarse un poco a la persona de Obama y las negociaciones. Casi todos los republicanos creen que este acuerdo es malo. Muchos demócratas opinan lo mismo (aunque piensen votar a favor), sobre todo los expertos en Irán y la no proliferación que son demócratas. En realidad, a nadie le gusta el acuerdo. Los franceses llevan meses quejándose del modo en que EE. UU. estaba manejando las negociaciones. Es un poco extraño que el P5+1 –que incluye a Rusia, China, los EE.UU. y la UE– fuera incapaz de contrarrestar las maniobras de Irán, un país de solo 70 millones de habitantes, con una economía débil. Además, la economía de Irán es de base petrolera, y este último año el precio del petróleo ha caído en un 50%. Las sanciones mordían duro. Y a Irán le estaba costando caro su apoyo a Assad en Siria, a Hezbollah, y a sus propias fuerzas armadas en Iraq y Siria.
Por tanto, ¿qué pasó? Creo que es muy sencillo. Los negociadores iraníes sabían de sobra que su jefe tenía graves dudas de concertar ningún acuerdo con los americanos, así que las condiciones tenían que ser fantásticas para Irán. Los negociadores de EE. UU. sabían que su jefe estaba loco por llegar a un arreglo con Irán y que en último caso firmaría cualquier cosa que, a su entender, le permitiera salir del paso. En negociaciones importantes como esta, todas las decisiones clave las toma el presidente –de la administración que sea. Ejemplo: Reagan, cuando se retiró y dejó plantado a Gorbachev en Reykjavik contra el consejo de casi todos sus principales asesores. Los funcionarios que negociaban con Irán sabían que aquello de “más vale ningún arreglo que un mal arreglo” no era más que cuento y disimulo; y sabían hasta qué punto ansiaba Obama un acuerdo. Este era su legado. Se sentían obligados a producir. Podían amenazar con retirarse, pero no se podían retirar. Evidentemente, los iraníes lo sabían y se aprovecharon de eso.
Ahora, Obama y sus acólitos alegan que este acuerdo, con sus concesiones, era lo mejor que se podía conseguir: habría sido imposible sacarle a Irán ninguna otra cosa. Nada. Todo lo que está allí, tenía que estar; y fuera de eso, no podía haberse agregado nada más. Nada. Kerry y Obama se molestan cuando la gente pregunta por qué no podíamos insistir en la liberación de los rehenes norteamericanos en Tehran, o por qué el embargo de armas se vence en solo cinco años. No tienen más remedio que mostrarse indignados e insultar a los que preguntan, porque es imposible dar la verdadera respuesta: no podíamos cuestionar los límites que presentaba Irán porque entonces, tal vez, no habría habido arreglo. Y para Obama, ningún arreglo no era preferible a un mal arreglo. Ningún arreglo era una calamidad que había que evitar a toda costa.
En segundo lugar, responder la “pregunta de Bush” es asomarse un poco a la forma en que Obama ve el mundo. Bueno, es volvernos a asomar, si estuvimos atentos a la marcha atrás que dio con Cuba. EE.UU. no sacó nada de esa negociación. Castro sacó de todo. Entonces, ¿por qué negociaron y firmaron semejante acuerdo los representantes de Obama? Igual que con Irán: sabían que su misión era traer de vuelta un acuerdo firmado, en vez de exigir condiciones firmes y concesiones equilibradas o, si no, retirarse. Y lo mismo que el iraní, el régimen castrista lo sabía. De ahí el resultado.
En el mundo de Obama, Estados Unidos tiene que disculparse por pasados agravios como el embargo a Cuba o el derrocamiento del régimen de Mossadegh. Valdría preguntar, ¿por qué, en un principio, hubo embargo a Cuba o Crisis de los Misiles? ¿Por qué la crisis de los rehenes de Irán en 1979? ¿Y no dicen los historiadores que fueron los británicos, no la CIA, quienes derrocaron a Mossadegh? Estas preguntas no las hace Obama, porque él tiene ideas fijas –las tiene, por lo visto, desde que estaba en la universidad. Pregúntenle a Rashid Khalidi, o a Jeremiah Wright, o a Bill Ayers, tres radicales norteamericanos amigos de Obama. EE. UU. no tenía la razón, era abusador, militarista, estaba del lado equivocado de la historia; y ahora a él, Obama, le toca rectificar todo eso. Ese es su legado. No podrá hacerlo todo, pero hará todo lo que pueda.
Así que los negociadores de acá saben lo que busca Obama, y saben que, vistas las cosas en su grandiosa perspectiva, poco le importan los detalles de estos acuerdos. Aquí se está haciendo Historia, con mayúscula.
Y en el transcurso de la Historia según Obama, Cuba quiere decir Castro, e Irán quiere decir la República Islámica. En otros tiempos, Egipto quería decir Mubarak, y ahora quiere decir Sisi. Se presenta un revés gigantesco cuando los castristas encarcelan a un americano, Alan Gross, porque eso retrasa el fin del embargo a Cuba y el abrazo con el régimen. Lo mismo pasó con la Revolución Verde de Irán en junio de 2009: se retrasó el proceso de abandonar la política americana y llegar a este Plan de Acción Global Conjunto de hoy.
Para Obama y su afán de hacer Historia, el pueblo de Egipto –o el de Irán, o el de Cuba– representan un obstáculo, y no el objetivo final del empeño. Ahí está la diferencia clave con la forma como Bush veía la política exterior. La Agenda por la Libertad se trataba de pueblos, no de países ni gobernantes, y su fin era envalentonar a los pueblos. En estos acuerdos Obama termina envalentonando, en Cuba, a los Castro, y en Irán, al Ayatola Khamenei. Después de todo, no es “Irán” quien va a gastar los 150 mil millones de dólares, ni tampoco el pueblo iraní; este es un traspaso electrónico a Khamenei, bajo su exclusivo control. Aquí se ve clara la contradicción, al darnos cuenta de que, a mediano plazo, la única solución al problema de Irán es el pueblo de Irán. Los iraníes parecen detestar la República Islámica y, una vez que haya desaparecido, su política exterior dejará de consistir en apoyar el terrorismo, destruir a Israel y oponerse a Estados Unidos. Este acuerdo nuclear pasa por alto al pueblo de Irán y fortalece a sus opresores, exactamente igual que en Cuba.
El acuerdo con Irán solo le parece bueno al que tenga una visión fija de la política internacional fundada en un profundo deseo de compensar por antiguos pecados de EE.UU., disculpándose con los regímenes que ostentan el poder y firmando acuerdos con ellos, sea como sea. Sin duda, aquí Obama ha hecho Historia, igual que en su arreglo con Cuba; pero el modelo a seguir está cada vez más claro: su manera de hacer Historia, por lo visto, premia siempre a los peores enemigos de EE.UU., pasando por alto a los pueblos que gobiernan. Los arreglos que busca son desequilibrados porque, en un final, no le importa el equilibrio; o mejor dicho, cree que está logrando un equilibrio histórico al deshacer viejos entuertos. Y no va a permitir que nada tan insignificante como los pueblos se le atraviese en el camino.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por The Weekly Standard en inglés