LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Mediante el subterfugio de evitar lo que aquí llaman la “concentración de propiedad” en manos particulares, nuestros salvadores del socialismo se han dado a inventarla en el aire. Todo vale para ellos, por absurdo e impúdico que sea, con tal de que sirva para exprimir el bolsillo a los trabajadores por cuenta propia.
En estos días echan garra a otra de las nuevas joyas de su catálogo de cogiocas: el impuesto por los letreros que suelen usarse para indicar la existencia de pequeños negocios, y a los que (válgame Dios) ellos están aplicándole categoría de anuncios publicitarios, para poder cobrar así su peso en oro.
Pongamos que Pedro el carpintero pierde ahora una buena tajada de sus ganancias por culpa de aquella mínima tablita que ha clavado en el portal de su casa luego de escribir en ella, de su puño y con su letra rústica: “Pedro, carpintero”.
Sería para destriparse de la risa si no nos lo impidiera la pena que sentimos por Pedro. Y si, además, no viéramos como un asunto serio el hecho de que mientras Pedro paga por dar a conocer su oficio dentro de los límites de su propia casa, tanto la casa de Pedro como todas las casas y calles y sitios públicos o privados de la Isla, han permanecido durante decenios rodeados, acechados, por letreros más y menos sobresalientes, más y menos agresivos, más y menos mendaces, dedicados (esos sí) a la mercadotecnia política, sin que sus anunciantes, nuestros salvadores del socialismo, tengan que pagar ni un centavo.
Por cierto, la mala nueva de Pedro me ha recordado el mural de la infamia que el régimen erigió en la calle Santa Teresa, entre Peñón y Carmen, en el barrio habanero del Cerro. Allí, en un momento de fervor revolucionario (así le llaman) habían pintarrajeado con letreros de consignas agresivas y ofensas abusadoras la fachada de la casa de un opositor pacífico, el cual se negó luego a borrarlos, por más que le ofrecieran pintura por la libre para sofocar el escándalo mediático.
Durante largos años vivió allí el disidente, con la fachada de su casa convertida en página amarilla donde el régimen se anunciaba con todo el esplendor que tipifica su tarea de marketing. Por suerte, digámoslo así, ya pudieron borrarlo, después que el producto anunciado, o sea, el disidente, tuvo a bien mudarse a otro barrio.
Con todo, y a propósito de los nuevos impuestos por el anuncio publicitario, uno no puede menos que preguntarse. ¿Quién pagaría hoy por aquéllos de la calle Santa Teresa: los que escribieron los letreros, que eran los verdaderos anunciantes, o aquel a quien anunciaban como antisocial y gusano y vendepatria?
¿Es dudable que a nuestros salvadores del socialismo, hacedores de la ley y la trampa, se les ocurriese legalizar hoy la forma de cobrarle los anuncios al disidente?
Claro que en La Habana, donde todo rejuego es posible, también quienes sufren la ley logran a veces hacer la trampa. Sin ir más lejos, Pedro el carpintero tiene ahora mismo en sus manos una variante para intentar hacer la trampa, mejorando la forma de anunciarse al tiempo que se libra de los impuestos.
Bastaría con que retire la rústica tablita que colocó en el portal de la casa, y, en su lugar, enganche una gran pancarta donde anuncie salomónicamente, con letras llamativas: “Socialismo o muerte. Viva Fidel. El Partido es inmortal. Firmado, Pedro, carpintero particular, atiendo encargos entre las 8am y las 5pm”.
Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en la siguiente dirección: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0