LA HABANA, Cuba.- Miguel Acosta vende cada martes un pedazo de su vida de lector. El mes pasado, para comprar unas papas, se deshizo de El retrato de un artista adolescente, de James Joyce, del que le costó Dios y hambruna despegarse.
-Yo también fui Leopold Bloom-, señaló con más hambre que razón.
De pie, junto a su carretilla de libros viejos, el jubilado con doscientos pesos, diabetes crónica, tensión alta, baja visión, esposa también enferma, y dos hijos medio turulatos, aguarda para dejar en la librería, como explica: “retazos de su ira y girones de su piel”.
Antes no era así. En lugar de vender, compraba en cualquier librería, a precios módicos, los cinco tomos de Los miserables, de Víctor Hugo, de la colección Huracán; Amor, de Tibor Deri, de Cocuyo, y Los espejuelos oscuros, de Jhon Dickson Carr, de colección Dragón, y –dijo- le quedaba para el viaje y merendar.
-Es más –expresó-, cuando la revolución comenzó a ponerse fea y llegaron las prohibiciones de autores “desafectos” , podía darme el lujo de cambiar, de forma clandestina, una lata de leche condensada por Tres Tristes Tigres , de Cabrera Infante, o una de carne rusa por Doctor Zhivago, de Boris Pasternak.
-Eso hoy no existe –señaló-. Ahora, por la desesperación, en Cuba nadie lee otra cosa que libros de autoayuda como Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, del estadounidense Stephen R. Covey; Piense y hágase rico, de su coterráneo Napoleón Hill, o El alquimista, del brasileño Paulo Coelho.
Según el criterio de Miguel Acosta, también tienen demanda las revistas del corazón, los folletos de santería, y cuanto libro aliente o indique cualquier fórmula para sobrevivir.
-Se jodieron Cervantes y Oscar Wilde, Tomas Mann y Virginia Woolf, Borges y Carpentier. De Marx y Lenin, ni hablar- dice.
-Las obras de los dos últimos no dan ni para comer. Ni la Glibenclamida -contra la diabetes, comenta- pude comprar con lo que me dieron por El Capital. Me pagaron cinco pesos, que me alcanzaron para una libra de boniato y un limón. El folleto de Lenin, ¿Qué hacer? sólo me sirvió para que me subiera la tensión. Dijeron que si el mismo Lenin no sabía, esa mierda no tendría utilidad.
Asiduo visitante de las librerías Cervantes, en Obispo y Bernaza; La Avellaneda, en Reina y Campanario; y la José Antonio Echevarría, en 25 y O, Miguel aún piensa que un día las cosas cambiarán y los libros y la lectura volverán a interesarle a los cubanos.
-Por ahora no –precisó- Todo es comercial. Después de tanta propaganda del gobierno por el hábito de leer, la censura, los malos textos, la baja calidad de los libros cubanos, sus altos precios y la conversión de las Ferias del Libro en un evento gastronómico para diletantes y gente en busca de comida, nada se puede hacer.
Mientras tanto, y para no variar, asegura que con la venta de hoy –el día que hablamos- podrá comprar un pan de 10 pesos, gracias a Desde los blancos manicomios, de Margarita Mateo; una libra de arroz, 5 pesos, cortesía de Fidel y la religión, de Fray Beto, y una libra de frijoles, 16 pesos, con la ayuda de Miau y Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós.
Miguel no pierde las esperanzas de comprarse un par de zapatos si logra vender un paquete que prepara con Tom Clancy, Stephen King, Isabel Allende, Roberto Bolaños, Liz Jensen, Mo Yan, y Vargas Llosa.
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