LA HABANA, Cuba. – Comoquiera que el historiador Rolando Rodríguez es uno de los escritores a los que se dedica la 23 Feria Internacional del Libro Cuba 2014, no resulta ocioso traer a colación algunos datos que explicarían el porqué de semejante distinción otorgada por la cultura oficialista.
Dicen que desde muy joven sintió afición por las letras, en especial por la literatura y la filosofía. Pero por esa época se produjo el advenimiento al poder de FidelCastro, y Rolando no halló mejor opción que montarse activamente en el carro de la revolución. Estuvo movilizado cuando los sucesos de Playa Girón en 1961, listo para enfrentarse a los expedicionarios de la brigada 2506; al año siguiente fue comisario político en una unidad de cohetes durante la crisis de los misiles; y como colofón de su faceta militarista, tomó parte en la limpia del Escambray, acción que el señor Rodríguez, para ponerse a tono con el discurso oficial, califica de “lucha contra bandidos”.
Entonces Rolando comprendió que la literatura o la filosofía no eran el camino adecuado para él. Tal vez hubiese tenido que abordar los asuntos que en ese momento estremecían a la sociedad cubana, y si se comportaba de un modo honesto, su pluma no podría ignorar los desaciertos que ya exhibía el castrismo. Y él, evidentemente, no estaba para enemistarse con el Poder. Así nació el historiador. El pasado era un terreno más seguro que el presente.
Por supuesto que no iba a ser un historiador objetivo, apegado a la realidad de los hechos, sino un intérprete de la Historia de acuerdo con los intereses de la cúpula gobernante. Con el ánimo de cumplir esa encomienda, el señor Rodríguez se ha dedicado, en lo fundamental, a historiar la etapa republicana. Claro, si el castrismo siempre ha estigmatizado a la República, a cualquier historiador le basta con exaltar los defectos— e ignorar las virtudes— de ese período para recibir el beneplácito del oficialismo.
En un reciente diálogo digital con lectores del periódico Juventud Rebelde— cuya información apareció en su edición del 16 de febrero—, y ante una pregunta de si algo de la República ha sobrevivido en la revolución de 1959, Rodríguez respondió así: “Me da la impresión de que la Revolución le pasó por arriba a aquella República como una aplanadora. No puedo encontrar nada de ella en la Revolución actual”. Es una lástima que, entre otras cosas, esa aplanadora revolucionaria convirtiera en cenizas las prácticas democráticas y el Estado de Derecho que conocieron los cubanos durante buena parte de la República.
El propio Rolando cuenta que, en uno de sus encuentros personales con Fidel Castro, este le preguntó que por qué los contenidos de sus libros no llegaban al año 2000. Imagino el mal momento que pasó el historiador para responder. Después de reconocer que hasta ahí no piensa llegar, solo atinó a afirmar que “lo que he hecho es preparar a alumnos que se encargarán de continuar donde yo deje la tarea”.
Tras ser recompensado con la presidencia del Instituto Cubano del Libro, y ser escogido por Armando Hart como su viceministro de Cultura en 1976, Rolando Rodríguez confiesa ahora que su mayor temor es que se pierda la revolución. Es lógico. Cuando eso suceda, además de la pérdida de ciertas prebendas, es muy probable que nadie más lea sus libros.
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