LA HABANA, Cuba. – Hace unos pocos meses reabrió sus puertas el Sloppy Joe´s Bar, y en estos días será reinaugurado el Bar Bigote Gato. Son íconos de nuestra antigua bohemia, dos sitios que los habaneros de a pie hicieron populares y que, a partir de esa popularidad, llamarían la atención de artistas nacionales y extranjeros, hasta convertirse en legendarios puntos de convergencia y de intercambio social entre la gente corriente de aquí y sus visitantes de afuera o sus élites.
Aún son muchos los que recuerdan las broncas a puñetazos que en el Sloppy Joe sostuvo Errol Flynn con más de un habanero de barrio, los cuales alternaban en la barra, de tú a tú, con el rico y famoso actor hollywoodense. En cuanto al bar bodegón del popularísimo personaje Bigote de Gato, se recuerdan menos, pero no porque no hayan sido proverbiales (entre nuestros paisanos de los años 50) las raciones de rabo encendido, un plato tan exquisito como barato, asequible para cualquier bolsillo, fuese del renombrado cantante puertorriqueño Daniel Santos o del último de los hijos de vecino de La Habana Vieja.
Estos establecimientos resucitan al fin, luego de padecer larga muerte y olvido por decreto oficial. Pero algo ha cambiado radicalmente para ellos. De auténticos emporios de la energía y la cultura popular, pasan a ser fríos y aburridos cotos exclusivos para turistas, y acaso tal vez para algún que otro conciudadano que pueda pagar sus nuevos precios de categoría cinco estrellas.
Una malsana aberración condujo siempre a nuestros caciques a privar a la gente del pueblo del disfrute de lugares, prácticas y costumbres que históricamente estuvieron a su alcance y que, justo por ello, conquistaron celebridad. Es una actitud de mayorales de esclavos. Con anterioridad, nos despojaron de tales prendas para entregárselas a los conquistadores soviéticos, o para disfrutarlas ellos mismos con sus protegidos, y a veces incluso por el vil capricho de borrarlas del mapa, echándolas a podrir en la omisión. Hoy, a tono con los vientos que baten, las usan como sostén material de su reinado.
El Sloppy Joe´s Bar, que fue muy popular desde la década de los años 20 (hasta los 60, cuando lo condenaron al más penoso abandono), ha sido restaurado conservando muchas de las características de su tiempo de esplendor, en especial su barra de caoba negra, que llegó a ser considerada la más larga de América, y también la estructura de mesas y banquetas, así como la decoración interior, incluidas las fotos autografiadas de famosos visitantes del lugar, aunque ya no están todos los que estaban. Igualmente fueron reproducidos sus elegantes ventanales de cristal y el gran rótulo con el nombre del bar en la columna exterior de la entrada, en la esquina de Zulueta y Ánimas.
Lástima que tanto lujo -mayor que el de los días de gloria- no pueda ser disfrutado por la progenie de sus antiguos consumidores. El Sloppy Joe´s Bar permanece hoy tan vacío como en los finales de los 60, cuando entre sus reliquias, aún en activo, sólo era posible consumir ron matarrata y croquetas de palo.
No menos peripatético resultará sin duda el caso del Bar Bigote Gato, ubicado, para mayor oprobio, en pleno corazón de La Habana Vieja (esquina de las calles Teniente Rey y Aguacate), y cuya fachada, bellamente remozada, de acuerdo con su nueva función de coto de privilegio, resalta entre edificios humildes y calles sucias como podrían resaltar los diamantes en el cuello de una bruja.
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