LA HABANA, Cuba, septiembre,www.cubanet.org – Cuando Felita llegó a la parada de la Virgen del Camino, en el municipio capitalino de San Miguel del Padrón, había una multitud. Pensó volver para la casa de su hermana, pero dentro de dos días regresaba a Guantánamo y necesitaba comprar algunas cosas que no encontró en las tiendas, así que decidió aventurarse.
Le preguntó a una mujer cuál era la guagua para La Cuevita, y esta le respondió: “Cuando vea el molote montándose, trate de subir, que casi toda esta gente va para allá”.
Así lo hizo Felita, y guiada por la multitud se bajó en la parada del minimax, en cuyos viejos y destartalados mostradores solo había jabón de baño y arroz, además de algunos productos de la libreta de racionamiento. A unos metros del minimax estaba la entrada a la candonga de La Cuevita. Caminar se hacía difícil por la gran cantidad de curiosos y compradores potenciales que se detenían en esta o aquella mesa.
El “mercado” tiene varias cuadras de largo, y los vendedores se han ubicado a ambos lados de la calle. “Allí se vende de todo”, afirma Osmany, que fue a comprar ropa y zapatos para sus hijos, y algunas cosas para vender en Cienfuegos. Dice que así amortigua el pasaje, que es carísimo.
Es que esta candonga se ha hecho popular no solo entre los capitalinos, sino también entre personas que vienen de otras provincias interesados en visitarla para adquirir en ella cosas que inexplicablemente no suministra el Estado.
Se comercia en las dos monedas, según me comenta una joven que viene desde Pinar del Río y recorre las calles de Lawton vendiendo quesos, jugo de naranja, toronja y algunos vegetales, siempre evitando a los inspectores. De regreso, con mucha frecuencia va a La Cuevita, compra alguna ropa, zapatos o bisutería, y luego los vende en el campo.
No puedo evitar pensar en que los cubanos que van de visita a los EEUU casi siempre mencionan que fueron al pulguero. Vienen deslumbrados de este tipo de mercado donde según ellos se encuentra de todo, bueno y barato.
Impulsada por la curiosidad, decidí visitar el lugar para intentar conversar con algunos vendedores. Un señor que vende artículos de aluminio, al preguntarle por el precio de un jarrito, me comentó: “Puedo vender mi mercancía algo más barata porque soy productor-vendedor, tengo mi tallercito en el patio”.
Noté que no había tantos puestos como yo esperaba. Le pregunté a un muchacho dónde podía comer algo, y me respondió: “Todo el que no tenía licencia se ha perdido, porque esto lo han llenado de policías. Pero vaya por ese callejoncito, y verá como enseguida encuentra la comida”.
Precisamente de la creciente presencia de la policía comentaba con un cliente un vendedor de bisutería de metal, quien muy preocupado señalaba con disimulo para dos agentes recostados a la perseguidora que desde temprano estaba apostada en la esquina.
Quizás este sea un indicio de la nube negra que por estos días se cierne sobre el “pulguero” de La Cuevita: se comenta que el Gobierno se propone acabar con él. Esto trae a nuestra memoria los recuerdos de la feria de los merolicos de por la terminal de trenes, que sufrieron persecución, hostigamiento, la confiscación de sus mercancías, y muchos de ellos incluso golpizas y detenciones, así como grandes multas, hasta que finalmente fueron expulsados del lugar.
¿Ocurrirá lo mismo en esta ocasión? Al respecto una señora me confió: “Se rumora que van a quitar la venta. Nos han obligado a permanecer dentro de las casas. Es cierto que muchos no tenían licencia, pero la solución no es quitarnos a todos”.
Una muchacha que vendía chancletas, al oírla, se animó a decir: “El principal problema es el acoso de los inspectores”.
Un hombre que hace tiempo visita a un amigo en el lugar, comentó que se nota que la gente ha mejorado. Ya muchos no viven en casuchas, tienen muebles buenos y visten bien. ¿Será por eso que el Gobierno quiere cerrar el lugar?