Televisión cubana y camisas de fuerza: los policíacos del MININT (I)
SONORA, México, septiembre de 2013, www.cubanet.org.- Qué tan diferente hubiera sido si Arthur Conan Doyle, al presentar su manuscrito de Estudio en escarlata a la editorial Ward, Lock & Co., hubiese escuchado de boca del editor, como condición para su publicación, que el envenenamiento de Drabber no debía ser resuelto por Holmes y Watson – unos cuentapropistas sin trayectoria política – sino por el inspector Lestrade, de Scotland Yard, alguien debidamente autorizado; que la herida de guerra con la que Watson comienza la historia debería ser más bien por un accidente doméstico, pues no conviene mencionar que el imperio británico estuvo involucrado en una guerra precedente; que la palabra escrita con sangre, clave de la historia, “rache”, es un término alemán que además significa “castigo” y no, qué va, compañero, Alemania es una nación problemática, así que mejor sería usar “caresse”, que en francés significa “caricia”; que Watson no debería ser médico, porque pudiera parecer que los médicos ingleses no trabajan y que se pasan el día jugando a los detectives, y que, definitivamente, Sherlock Holmes no puede tocar el violín, porque parecería débil – vaya, homosexual, se entiende – mucho menos tener adicciones, porque eso sería dar un mal ejemplo a la juventud y al new man británico.
Esas delirantes suposiciones, que nos llevarían sin remedio a la destrucción del clásico de Sir Arthur Conan Doyle tal y como hoy lo conocemos, han sido, por décadas, el pan nuestro de cada día en la realización de programas policíacos en la televisión cubana.
Mientras la literatura policial, narrada por escritores como Padura o el uruguayo aplatanado Daniel Chavarría, goza de mucha mayor libertad – más bien una especie de aceptación oficial, a tenor de la copiosas ediciones en el extranjero y la relativa cortedad de las tiradas internas -, la producción del policíaco en la televisión sigue reglas demasiado estrictas y mutiladoras como para permitir un florecimiento del género. Cada episodio de programa policíaco concebido dentro de la isla lleva, desde su génesis, el sambenito de la perenne censura, la vigilancia, el control y las adecuaciones de una institución que no tiene nada que ver con el arte audiovisual, a no ser como arma ideológica y propagandística: el Ministerio del Interior.
Un guión policíaco que involucre a las fuerzas policíacas actuales – y por ende, que proponga el uso de uniformes, armas, vehículos e instalaciones reglamentarias – no permanece mucho tiempo en manos de los asesores de la División de Programas Dramatizados, los encargados de producir series, telenovelas y telefilmes, y sobre quienes suele caer injustamente la culpa de cada pifia del género. La jurisdicción de dichos especialistas se limita a observaciones dramatúrgicas, a las propuestas, en tanto el visto bueno final debe ser dado por una serie de oficiales del MININT, encargados de velar por la imagen inmaculada de su institución y de sus miembros.
Y ni siquiera se trata de un comité unificado con reglas estrictas de censura. A menudo un guión “complicado” puede perderse en una madeja de figuras militares en las que unos aceptan que es viable determinada historia, pero que no se atreven a autorizarlo hasta tanto estar seguros de que sus inmediatos superiores, o sus no tan inmediatos superiores, estén de acuerdo con ellos. Para evitarse esos problemas con los molestos asesores de la televisión nacional, el ministerio optó por crear su propio mecanismo de producción sin contar con la anuencia del ICRT, aunque usando sus canales para transmitirlos: los Estudios Taíno – herederos espirituales del ECITV FAR (Estudios Cinematográficos y de Televisión de las FAR, aparecidos en 1978) -, donde ya el show policíaco viene enlatado con todos los ingredientes oficiales, y podado automáticamente desde su misma concepción.
CSI a la cubana
El fruto más conocido de esta producción maniquea, aburrida y pedante, lo ha sido sin lugar a dudas la serie Tras la huella, un engendro que, a la larga, deviene en archivo oficial medianamente dramatizado, en descripción documental de casos y no tanto en intriga policial elaborada con presupuestos dramáticos serios y caracterizaciones interesantes.
Aún así, no pocos guionistas, asesores y directivos de la sección dramatizada de la televisión han tratado, por años, de acomodar sus proyectos a los gustos y exigencias de la inquisición política. Conseguir una serie policíaca en donde los investigadores lucieran como seres humanos, con defectos y virtudes, donde los violadores de la ley no fuesen siempre vistos como villanos marginales y donde fuese posible contar historias independientemente de su conveniencia político-ideológica o la pertinencia en determinado “momento histórico”, sigue siendo una labor de Sísifo para los profesionales del medio que sueñan con producir series tan entretenidas o consistentes como Law and Order o CSI, que sí se transmiten en la televisión abierta de la isla, presumiblemente porque, entre otras cosas, reflejan una realidad ajena en un mundo de corrupción y crimen que nada tiene que ver con nuestros “valores socialistas”, o para aquellos que en otros tiempos disfrutaron de las licencias y libertades creativas permitidas durante el mando del general José Abrantes.
Mucha gente aún recuerda con regocijo la serie Su propia guerra (en el espacio Día y Noche), con un carismático Jorge Villazón como investigador principal y un joven Albertico Pujols metido en la piel y los huesos del controvertido Tavo, colaborador de la policía infiltrado en el hampa habanera.
Aquellos tiempos – los liberales ochentas – terminaron con la defenestración y muerte sospechosa del ministro Abrantes, y para comienzos del siglo XXI ni siquiera estaba permitido volver a transmitir aquellos viejos episodios en la programación habitual. Las estrategias del oficial que representaba Villazón, las libertades que se tomaba el seguroso con jeans y camisa negra de César Évora, o la pendencia barriotera entre el Tavo y el Puri, veinte años más tarde ya se habían vuelto demasiado subversivas y morbosas para los sustitutos de Abrantes, los nuevos inquisidores del ministerio. De hecho, la retransmisión de un sólo episodio de aquella inicial Día y Noche, en el aniversario XX de su aparición, tuvo que pasar por largas sesiones de debate antes de ser vuelta a ver, de manera excepcional, en los televisores cubanos.
En aquel episodio, el personaje de Villazón, oficial a cargo del equipo investigador, tenía una sutil aventura amorosa con una simpática mafiosa (Yolanda Ruiz), antes de que esta fuese descubierta. Aquello significaba un comportamiento demasiado disoluto para los dignos cuadros del MININT.
La aparición de Forense, dirigida por el ya fallecido Vicente González Castro, fue un intento de prescindir de la omnipresente y omnipotente “colaboración” del MININT, al descubrirse el milagro de que el departamento de Medicina Legal no se subordinaba a dicho Ministerio del Interior, sino al de Salud Pública (MINSAP). La producción tuvo entonces que confrontar una contradicción inevitable: no aparecerían policías ni patrullas, sólo los médicos forenses que analizaban y dictaminaban los casos. Si en la realidad no es posible un operativo que desligue a ambos departamentos, en la versión para la televisión – producida por la redacción de dramatizados prescindiendo de la aprobación de la policía – así tuvo que ser. No hubo más remedio que parchar la intervención policial con referencias verbales, con algún forense que “contaba” lo que habían dicho o hecho los uniformados. Ello mutiló también el producto, y el resultado nunca pudo emular con los CSI norteamericanos, en los cuales luce tan normal y orgánica la colaboración entre forenses e investigadores de la policía.
Una serie jamás realizada
A veces se usaba el recurso del policía vestido de civil, como en un personaje de telenovela que, luego de pasar muchos episodios trabajando de “amarillo” en una parada del camión y viviendo en un solar, resultaba ser un policía encubierto. A la hora de apresar al viejo criminal que encarnaba Mario Limonta, aparecieron unos tipos de paisanos, lo metieron en un Lada y listo, la siguiente escena ya era el interrogatorio en oficina con fotos de líderes revolucionarios y con el policía, ya destapado pero todavía de civil, sermoneando al delincuente apresado.
Uno de los tantos intentos frustrados fue una serie jamás realizada, Jaque Mate, en la que un investigador con antecedentes de alcoholismo, fanático del ajedrez, resolvía casos usando la lógica de su juego favorito. Como el hombre era propenso a no seguir las reglas, el proyecto de inmediato se estancó en alguna gaveta del Ministerio del Interior. No era posible un investigador humano, con defectos, como tampoco era posible reflejar aspectos de la criminalidad urbana sin una sentencia aleccionadora, sin un mensaje afianzado en la “moral socialista”. Finalmente, la redacción no tuvo más remedio que transformar el episodio piloto y convertirlo en un telefilme, no sin antes situar la acción en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. El telefilme Karma fue muy bien recibido por la audiencia en el verano del 2006, y reconocido por la crítica en Juventud Rebelde como un modelo a seguir para la producción policíaca nacional. Sin embargo, fue un hecho aislado que no cristalizó, dado que no es factible pretender un desarrollo del policíaco propio situando siempre la acción en otro país.
La fabulación a costa de Sir Arthur Conan Doyle, con la que comenzó este artículo, quizás fuese algo hiperbólica, dado que el escritor murió en 1930, siete años antes de que apareciera la televisión en el Reino Unido, pero no tan exagerada resultaría la posibilidad de que un guionista con talento para el policíaco, dotado con habilidades para la intriga detectivesca similares a las del maestro escocés, luego de presentar su proyecto en el sexto piso de la televisión cubana, acabase frustrado y escribiendo cualquier otra cosa menos problemática.
Hace unos pocos años, recibí por correo electrónico la invitación a participar de un curso que impartiría en cierta universidad hispana el guionista y productor David Black, reconocido por su trabajo en Law and Order, CSI Miami, Monk y otros policíacos norteamericanos. Pensaba entonces que, aún a pesar de la rigurosa selección para el curso y que, de las muchas solicitudes que se recibiría sólo se admitirían a veinte optantes, a ningún guionista de la televisión cubana le serviría para algo aquel caudal de conocimientos, de haber tenido oportunidad de cursarlo. El señor Black no habría podido ver en pantalla un solo episodio de sus famosas series, si para producirlas hubiese tenido que depender de un supuesto alto mando policial (supongamos, el NYPD), metiche y autoritario, decidiendo, sin apelación posible, la manera impoluta en que deben verse sus policías, investigadores y burócratas. En ese supuesto, la atractiva y ya universal oferta de series policíacas americanas sería, sin duda alguna, tan aburrida y esquemática como la nuestra.