LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Era la noche del miércoles 10 de agosto de 1994. El grupo de rock Havana, seguido por muchos jóvenes en aquel momento, ofrecía un concierto en el Teatro Payret. El viernes anterior, cientos de personas de varios barrios de Centro Habana se habían lanzado a protestar a las calles. Aquel Maleconazo, y la posterior apertura por parte del gobierno cubano de las costas para permitir el éxodo, eran la constante de esos días.
Cuando llegamos, vimos a una impresionante y mal encarada red de policías. Según me contaron amigos cercanos, que llegaron más tarde, se sumaron efectivos de la Brigada Especial. En la entrada del recinto, uno de los guardias decomisaba todas las botellas de bebida. Otro uniformado, un gordo descomunal, las guardaba en una de las taquillas. Te decían que luego, al final del concierto, las devolverían. Dentro del teatro, los policías se movían obligando al público a sentarse. Una vez que se dieron cuenta de que nadie les haría caso, comenzaron a provocar varios incidentes. Muy cerca de donde estábamos, le pidieron su Carnet de Identidad a un muchacho.
En esa época, los documentos de identificación tenían formato de libro. Uno de los uniformados tomo el del joven y a espaldas de este le puso dentro una cuchilla de mediano tamaño. Luego le mostró el documento al otro policía y se lanzaron sobre el chico, inmovilizándolo y llevándoselo. Mientras esto sucedía, el grupo Havana tocaba sus temas. Entre uno y otro unas personas, que parecían chicas, salían a escena vestidas a la manera de las animadoras de las peleas de Boxeo Profesional. Cada una mostraba un cartel con el número de la canción como anunciando el próximo round entre la banda y el escenario.
Por unos momentos logré moverme del lugar donde estaba, e intenté salir al vestíbulo. Lo que vi afuera me impresionó. Si bien el teatro estaba a tope, en la calle quedaba la misma cantidad de personas. La policía había decidido arremeter con violencia contra ellos.
Los guardias pegaban porrazos sin mirar si la persona era hombre o mujer. Bajo la arremetida cayeron, incluso, niñas menores de edad que fueron golpeadas sin límite con los bastones y a patadas por varios de ellos. Los policías que estaban dentro del teatro coaccionaron a quienes estábamos en el vestíbulo. Nos obligaron a regresar adentro amenazándonos con los bastones y los sprays de gas pimienta.
Aunque afuera parecía que se acababa el mundo, adentro Havana seguía tocando y el rugir de cientos de gargantas era un reflejo del momento de extrema tensión que vivíamos. Allí se despidieron amigos que decían que se iban de acampada para la zona de Canasí. Dos días después, llegaba la noticia de que la acampada había llegado lejos, digamos que hasta Miami. Según me contó luego uno de los que detuvieron afuera del teatro, los de la Brigada Especial habían reprimido un concierto parecido a ese pero en la zona del municipio Playa. El concierto al cual se refería había ocurrido años antes. Esta vez los genízaros venían a la revancha. Llegaron a golpear a los detenidos en la calle, y luego dentro del camión mientras los llevaban a la estación. Debido a la cantidad de personas que permanecían arrestadas, en esos días posteriores al cinco de agosto, los calabozos estaban repletos y las condiciones eran poco menos que infrahumanas. Mientras tanto, esa noche del 10 de agosto, los que pudimos escapar a la represión, logramos estar en uno de los conciertos más impactantes que dio Havana.