LA HABANA, Cuba. ─ El flamante equipo cubano de béisbol que participó en el campeonato mundial de la categoría Sub-23 (o, para ser más preciso, la mitad que quedó de él tras la imponente ola de abandonos sufridos) ha regresado a la Isla sin penas ni glorias. No se alcanzaron las medallas prometidas (ni siquiera las de bronce) y el recibimiento estuvo a mil millas de los de bombo y platillo a los que nos tiene acostumbrados la propaganda castrista.
Los agentes de la autoridad —tanto los de México, el país anfitrión, como los “segurosos” que constituyen una parte abultada de cualquier delegación cubana que viaja al extranjero— se emplearon a fondo para poner coto a la estampida. Por lo insólito de su actuación, merecen especial atención los primeros, quienes, en el colmo de la ignominia, acompañaban a los atletas caribeños no para protegerlos, sino para impedirles hacer uso de su indudable derecho a moverse con libertad.
A pesar de esos viles esfuerzos, la cadena de deportistas, de modo inevitable, iba perdiendo, uno a uno o de tres en tres, sus eslabones. En las transmisiones televisivas, captaba la atención el inusual espectáculo de la banca cubana prácticamente vacía. En el caso de los lanzadores (que por la índole de su actividad descansan varios días entre una y otra presentación) se observaba una reiteración inusual de caras y nombres.
El indetenible “correcorre” llama aún más la atención si tenemos en cuenta que los “segurosos” de la Delegación, precisamente con el propósito de evitar las “deserciones”, ocuparon los pasaportes de los atletas. Por ende, estos últimos, al escenificar esta saga de escapadas hacia la libertad, han tenido que hacerlo como totales indocumentados.
Esta verdadera hemorragia de sangre joven representa una especie de plebiscito sobre cuáles son las verdaderas opiniones de los cubanos de la Isla. E insisto en que me refiero a los criterios reales que poseen esas personas; no a los que, al conjuro de los descarados chantajes comunistas, fingen tener para no verse marginados ni perseguidos.
Y conste que sería un gran error suponer que la mitad de la nómina que sí retornó a Cuba lo hizo guiada por su apoyo al presidente no electo Díaz-Canel o por su respaldo a la “continuidad” oficialista. Tampoco lo hizo por su satisfacción con el estado de increíble postración en que se halla sumida la economía nacional ni por su conformidad con la feroz represión que los comunistas reservan para todo el que discrepa.
Me atrevo a afirmar que la mayoría de los 12 peloteros (de un total de 24) que regresaron a la Isla lo hizo guiado por el amor a sus familiares y novias. Por su renuencia a permanecer durante quién sabe cuántos años sin ver a sus progenitores y abuelos, quizás enfermos; a sus hermanos; a la mujer que representa el amor de su vida.
En ese contexto, forzoso es reconocer que los castristas tienen toda la razón del mundo por la recepción de bajísimo perfil otorgada a esos que, según su retórica poco imaginativa, serían los únicos “patriotas”. En otras épocas, el mismísimo “Máximo Líder” acudía a recibirlos (si alcanzaban una resonante victoria, claro; si no, no). Ahora tienen que conformarse con el Vicepresidente del Instituto Nacional que los regentea.
La cobertura que recibió el retorno en el Noticiero del Mediodía de la Televisión Cubana de este lunes, se caracterizó por los lugares comunes y los eufemismos. Uno de los peloteros habló de “momentos inesperados”. Un obeso burócrata que habló desde el anonimato (pues los ineptos periodistas del castrismo no fueron capaces de confeccionar un subtítulo con su nombre y cargo) se refirió a “los muchachos que quedaron” y afirmó que “querían destruirnos” y que “seguimos en combate”.
Ante la nueva realidad creada por la media delegación que “se quedó”, el régimen deberá decidir qué hacer en lo adelante. Y cualquiera que sea su decisión, le tocará perder. Si invocan el “Bloqueo Yanqui” y sus secuelas para justificar la no participación en futuras competencias, malo; pues ello pondrá en evidencia la inoperancia del sistema.
Pero si participan, será aún peor; ya que se repetirán los abandonos. Se trata de una realidad que los castristas desean evitar, por la pésima propaganda que ello significa para su régimen; para el sistema que, según la retórica mentirosa que esa secta perversa reserva para los verracos, representa el “paraíso en la Tierra” o, como con absoluta desfachatez dijera en su día el coronel Hugo Chávez, “un océano de felicidad”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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