LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -Conocí a Bienvenido Perdigón Pacheco junto con su hija Ana Margarita, durante una celebración del Día de los Padres, en la época en que la Sección de Intereses de los Estados Unidos era dirigida por el señor Michael Parmly, y esa sede diplomática exteriorizaba de modo expreso y reiterado sus simpatías por los cubanos que luchamos por el restablecimiento de la democracia.
Ya desde antes conocía la fama de esa contestataria familia, cabeza indiscutida de la oposición en su natal Sancti Spíritus. Recuerdo las referencias que me dio Juan Carlos González Leiva, quien por aquella época residía en Ciego de Ávila, donde encabezaba el excelente trabajo de la Fundación Cubana de Derechos Humanos en la zona central de la Isla. “Es gente muy buena”, me decía mi colega agramontista.
Después, al iniciar nuestras relaciones amorosas Ana Margarita Perdigón y yo, tuve ocasión de viajar con frecuencia a la pequeña comunidad de Las Tozas, en el municipio capital espirituano, localidad que, al igual que sucede con Palmarito de Cauto en la región oriental, ha desempeñado en la lucha contra el totalitarismo un destacado papel que no guarda proporción alguna con el reducido número de sus habitantes.
Durante esos viajes pude conocer mejor a Don Bienvenido, a su esposa Juana y al resto de la familia. Al tratarlo de cerca, tuve ocasión de aquilatar toda la nobleza del alma inmensa de ese hombre bajito, que desde su casa campesina y el tallercito de carpintería que aún no había perdido, derramaba el bien sobre amigos y desconocidos.
Durante cada uno de mis días de visita fui testigo del desfile constante de personas que acudían a verlo, así como de la indefectible invitación a tomar café o a sentarse a la mesa si la llegada se producía durante el almuerzo. Las instancias de Perdigón sólo cesaban cuando el convidado disfrutaba de lo mucho o poco que hubiera.
Aunque su bonhomía era proverbial y el buen humor rara vez lo abandonaba, era preferible no provocar estallidos de su recio carácter. Por suerte, tales explosiones eran poco frecuentes. La gran mayoría de las que presencié estuvieron motivadas por su decidido rechazo al régimen comunista.
Porque Don Bienvenido Perdigón exteriorizó siempre su firme condena al castrismo. Él hubiera podido repetir las palabras de otro anticomunista ilustre, también fallecido, el abogado agramontista Antonio Varona, quien, refiriéndose a su no pertenencia a las llamadas “organizaciones revolucionarias”, gustaba repetir de manera socarrona: “Yo no he sido ni pionero”.
El vertical enfrentamiento del patriarca espirituano al régimen instaurado en enero de 1959 comenzó pocos meses después del triunfo revolucionario. Quienes lo tratamos con alguna intimidad sabíamos del orgullo que sentía por haber colaborado en su momento con las fuerzas del líder campesino Osvaldo Ramírez, alzado en armas contra el comunismo en las históricas montañas del Escambray.
Al cambiar los tiempos, mudaron las formas de lucha, y Don Bienvenido participó también, y de forma muy destacada, en la batalla cívica en defensa de los derechos humanos de sus compatriotas. Pese a su respetable edad —contaba 72 años al morir el martes 22—, Perdigón participaba junto a sus hijos Ana Margarita, Raimundo y Giorge en cuanto bochinche anticastrista se producía en Las Villas.
Uno de ellos tuvo lugar en Placetas años atrás, y a largo plazo resultó fatal para él, como consecuencia de la brutal golpiza que le propinó la policía política. El deplorable estado físico y mental en que quedó hizo necesario su urgente ingreso hospitalario. Con el paso de los días recuperó la mayor parte de sus facultades, pero ya nunca volvió a ser el mismo. Después se supo que había sufrido un infarto cerebral, que rebasó sólo en parte.
El lamentable deceso de Perdigón se produjo tras dos nuevas estancias en centros asistenciales. Han trascendido las palabras que él mismo pronunciara: “Sé que mi muerte será inducida”. Su caso se suma ahora al de otros disidentes que han fallecido en circunstancias turbias, entre los que se destaca de modo especial la líder de las dignas Damas de Blanco, Laura Pollán.
Con respecto a todos esos sucedidos cabe repetir las palabras del Evangelio: “Lo que escondéis en los sótanos será proclamado desde las azoteas”. Más temprano que tarde se conocerán todos los detalles de esas muertes tan deplorables y tan costosas para Cuba y para la lucha en pro de la democracia.
A sus seres queridos y amigos les queda al menos el consuelo del gran número de personas que, desafiando la presencia de los cuerpos represivos y la incesante lluvia, se aglomeraron en la modesta casita de Las Tozas y en el cementerio de la capital provincial para darle el último adiós a ese pilar de la lucha contra el totalitarismo.
Bienvenido Perdigón podría repetir las últimas palabras del Mayor General Serafín Sánchez, héroe de su querido terruño espirituano, al caer herido de muerte en el Paso de las Damas: “Me han matado. Eso no es nada. ¡Que siga la marcha!” Y en Sancti Spíritus y el resto de Cuba, los opositores al castrismo seguirán adelante con su marcha, ahora estimulados por el ejemplo que nos legó el ilustre hermano caído.