LA HABANA, Cuba. – Razón tenía el forista de CubaNet que se identifica como Robert cuando, a propósito de un texto de mi autoría sobre los sucesos recientes vinculados al Movimiento San Isidro, acotó gentilmente: “Ana (…) vamos a observar y cuando pase un tiempo hablamos”. Su réplica me sugirió que quizás el artículo estaba pasado de optimismo, y viendo cómo han resultado las cosas, reconozco que el entusiasmo causado por el gesto ciudadano que tuvo lugar el pasado 27 de noviembre en el Ministerio de Cultura, me hizo creer inmediata una Cuba que aún se halla lejos.
No hubo que esperar mucho para demostrar que el lector estaba en lo cierto. Después de tensas jornadas con presencia numerosa de tropas especiales en las calles y una campaña de descrédito que cubrió todo disenso con la mancha infamante del mercenarismo, en la mañana de ayer se hizo oficial el portazo al diálogo por parte del régimen. Un burdo “pronunciamiento” publicado en el portal Cubarte, corroboró lo que todos temían tras las hostilidades que habían precedido a la fecha en que los 32 representantes elegidos democráticamente se sentarían a dialogar con Alpidio Alonso Grau, ministro de Cultura.
De “insolente” fue tachada la carta que redactaron los que habrían de participar en las conversaciones. Ese fue el adjetivo escogido por algún escribano del castrismo para dejar claro que el poder no está al servicio del pueblo, sino que espera que cada cubano sea un servidor, bueno únicamente para el silencio y la obediencia. Ser ciudadano, en el sentido lato del término, es una licencia que nadie en Cuba puede permitirse so pena de ser acusado de delitos prefabricados por la seguridad del estado para aniquilar la oposición política.
En la carta de marras, suscrita por artistas e intelectuales tanto del circuito institucional como del ámbito independiente, se exigieron garantías de protección porque el cerco policial alrededor del MINCULT y las brigadas de repudio apostadas en la calle Paseo la noche del 27 de noviembre, fueron enviadas allí por orden del Ministerio del Interior con la intención de agredir a los participantes en una sentada que fue pacífica de principio a fin.
Se exigió el cese de la persecución y el hostigamiento porque otra cosa no han hecho los gendarmes de la seguridad del estado contra artistas e intelectuales cuya obra posee un sentido abiertamente cuestionador; o cuya actitud ha rebasado lo que se considera aceptable en un profesional de la cultura, para indagar en el origen político de la falta de libertades que agobia a los cubanos.
Los centenares de demandantes que se solidarizaron con el Movimiento San Isidro (MSI) lo hicieron porque saben, aunque existan discrepancias en cuanto a presupuestos estéticos, forma y contenido, que lo ocurrido en la calle Damas 955 fue la chispa inicial; y hubiera sido deshonroso excluirlos de un diálogo que los afectaría fundamentalmente, en tanto han sido los más perseguidos por el régimen debido al mensaje político explícito en su discurso.
Si se pidió tolerancia ante el pensamiento y las expresiones divergentes, cobertura por parte de la prensa independiente, y una declaración pública por parte del MINCULT una vez concluida la reunión, fue precisamente porque el régimen autorizó un bullying mediático, grosero y carente de evidencias creíbles, para predisponer a la ciudadanía en contra de los demandantes, como si se tratara de una masa de delincuentes y no de egresados de los centros de enseñanza cubanos, muchos de ellos trabajadores del sector estatal.
La dictadura se ha comportado según lo previsto, procurando apartar a los creadores independientes por supuestos vínculos con el gobierno de Estados Unidos. Una vez más la palabra “mercenario” es utilizada para asustar a quienes cuentan con la prensa oficialista como única vía para informarse; aunque el relato de los presentes aquella noche se haya convertido en el escudo contra el cual se han estrellado calumnias que no por haber sido puestas en boca de Lázaro Manuel Alonso ganan un ápice de veracidad.
El “gobierno” cubano, que se autoproclama democrático, ha dado la espalda a ciudadanos tan consecuentes con sus principios de paz que se plantaron indignados ante la institución, pero sin ofensas ni amenazas. Esa actitud conciliadora desentona con una Habana militarizada, y con el odio que destilan los paramilitares deseosos de patear a sus coterráneos en nombre de una Revolución devenida secta.
El diálogo jamás fue una alternativa para la dictadura porque se hubiera visto obligada a ceder. Los cuadros del PCC que ocupan cargos inmerecidos, muy por encima de sus capacidades, no podrían medirse con el pensamiento libre que abrazan las nuevas generaciones, y otros menos jóvenes que no se han dejado vencer ni seducir por el oportunismo inoculado en el ADN nacional.
Días atrás, en un post de Facebook, el artista visual Julio César Llópiz definió a Cuba como “un cólico en el universo”. Pocas definiciones son más exactas. Ese malestar que a veces nos impide erguirnos, que nos lanza de bruces y nos hace desear que todo acabe pronto y como sea, persistirá durante un tiempo. El régimen, en su soberbia, puede creer que domina la situación, pero su reluctancia estuvo siempre en el horizonte de lo posible, aunque no por ello los demandantes se sientan menos decepcionados.
Cuanto se ha hecho hasta ahora es incompatible con la derrota, a pesar del diálogo fracasado y la inicial sobredosis de optimismo. La verdad seguirá abriéndose paso con el ímpetu del agua que salta de un dique roto, pues por más que la dictadura se esfuerce en ocultarlo, un segmento importante de la sociedad cubana está listo para la democracia. Eso es mucho más de lo que ellos esperaban, y más de lo que se necesita para encaminar la nación hacia la luz.
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