LA HABANA, Cuba.- El director de la empresa Cuba-Café, Antonio Alemán Blanco, declaró al medio oficialista Cubadebate que la escasez de café en el país se debe, en su opinión, a que “el aislamiento social ha conllevado a que las personas tomen más café y esto ha disparado la demanda”. Así se expresó el funcionario, cuya entidad se encarga de producir cuatro marcas del grano para el mercado interno en divisas: Turquino, Serrano, El Arriero y Regil. Igualmente afirmó que hasta el cierre de septiembre la empresa había cumplido su plan, aunque no ha sido suficiente para satisfacer la demanda.
Como el resto de los ministros y directivos cubanos, Alemán Blanco le achaca a la pandemia un problema que existe desde hace años, agudizado a partir de la “situación coyuntural” anunciada por Díaz-Canel en septiembre de 2019, y definitivamente agravado por la crisis sanitaria. Los cubanos no recuerdan la última vez que pudieron comprar café en las tiendas recaudadoras de divisas (TRD) sin hacer una cola de varias horas; solo llegar, tomar el producto y pagar. El café, como las almohadillas sanitarias, el agua de colonia, la carne de res, la pasta dental, el detergente y un largo etcétera, fueron haciéndose cada vez más intermitentes en los comercios hasta casi desaparecer.
El precio de un paquete de café ha aumentado en proporción a su alta demanda, convirtiéndose en uno de los bienes con mayor inflación en el mercado informal. Durante el apogeo de los coleros y revendedores, el paquete de 1kg que usualmente se comercializaba a 14.45 CUC, alcanzó la cifra de 20 y hasta 25 CUC; mientras que el de 230 o 250 gramos, según la marca, oscilaba entre 7 y 10 CUC, dos o tres veces su costo en la red estatal de tiendas.
El abastecimiento no solo sigue siendo insuficiente. El artículo publicado en Cubadebate se mantiene lejos de las interrogantes que podrían ofrecer un panorama más preciso sobre la producción cafetalera actual y su proyección a corto y mediano plazo, que para nada es alentadora.
Prácticamente se burló de los lectores el entrevistado al afirmar que no han tenido “la oportunidad de reaprovisionar el mercado para suplir una demanda que en condiciones normales, si podíamos”. Es difícil tener claro qué son condiciones normales si desde mucho antes que apareciera el coronavirus había que zapatear La Habana para comprar productos de primera necesidad.
Asegurar que el confinamiento disparó el consumo de café demuestra cuán enajenado está el funcionario de la realidad en que sobreviven los cubanos. Es evidente que su afirmación no tuvo en cuenta las horas de cola, el racionamiento que establece el estado más el que se impone en la casa para que ese café que tanto esfuerzo costó adquirir no se acabe en tres o cuatro días. La tendencia más bien ha sido ahorrarlo, especialmente después de haber hecho fila desde la madrugada y forcejeado con un tumulto de desesperados para comprar uno o dos paquetes que venden por persona, dependiendo del gramaje.
Los cubanos que han atravesado una odisea similar probablemente están consumiendo solo la taza matutina. Exceder esa dosis en las circunstancias actuales sería irracional, autodestructivo.
Previo a “la coyuntura” tampoco se podía comprar café con regularidad, pero la importación de marcas muy populares como La Llave, Pilón y Bustelo a través de las llamadas “mulas” creaba la ilusión de abundancia, y la limitada producción nacional parecía suplir la demanda de un sector de la población con acceso a CUC, sobre todo en La Habana. El cierre de fronteras causado por la COVID-19 ha dejado expuestas las fallas de la industria nacional y la prioridad del régimen de exportar o destinar el grueso de la producción al mercado en moneda libremente convertible (MLC), en detrimento del consumo interno en CUC o pesos cubanos.
Apenas se le dio luz verde a la “parcial dolarización de la economía”, cuando no aparecía ni en los centros espirituales, lotes de café Cubita y Monte Rouge abarrotaron los estantes de las nuevas tiendas para privilegiados. Los plebeyos que manejan CUC, o peor aún, moneda nacional, se quedaron mirando desde fuera el apartheid económico, impedidos de procurarse un deleite tan arraigado en la cultura cubana, obligados a conformarse con el polvo espurio que llega a las bodegas y que no tiene ya rastro de café, aunque Alemán Blanco diga que el 85% de las cuotas normadas es producido por la empresa Cuba-Café.
Si tanto grano se destina a la distribución por la canasta básica y el que llega a las bodegas tiene pésima calidad, ¿dónde han ido a parar toneladas de producto original? Esa y otras preguntas debió haber formulado el periodista de Cubadebate, quien al parecer se limitó a colocar, complaciente, la grabadora delante del funcionario para que éste discurriera a placer sin ir al meollo del asunto, permitiéndose además otro chiste cínico al estilo de los burócratas cubanos, que aseguran que los aviones chocarían si todo el mundo pudiera viajar, o colapsarían las redes por haber demasiados usuarios conectados a Internet.
Ahora resulta que los cubanos también son culpables de tomar mucho café, y del bueno, no faltaba más. Si la afirmación de Antonio Alemán Blanco no fuera increíblemente estúpida, a la vez que indolente e irrespetuosa, merecería un chorro de carcajadas. Pero en realidad es triste, muy triste que en medio de una crisis tan ruda, los cubanos tengan que leer tales disparates en la prensa oficial, esa que dice ser “fiel a sus lectores”.
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