LA HABANA, Cuba.- No serán Goethe ni sus Sombras coloreadas el centro de éstas líneas. No voy a escribir de cromatismos y refracciones, y mucho menos me detendré en ese amarillo que el alemán relacionara con el sol. No hablaré de colores y poesía, no escribiré de tonos y matices, tampoco de ese espectro de siete colores del que hablaba Newton. Lo que me interesa realmente son las sombras, esas noches y tristezas que el Granma intenta colorear para hacer que desaparezcan luego, para que, al menos, se disimulen un poco, para que no las noten sus lectores.
Granma, el más oscurecido de todos los diarios, pretende ahora encubrir las sombras, disiparlas un poco o quizá borrarlas para siempre, con un poco de color. El Granma, ese mentiroso de ocho páginas, ya nos tenía acostumbrados a su “diseño” cheo, ese de hace tanto, el de siempre. El Granma, el tan “prudente” e intratable, tiene ahora alguna novedad. El desabrido, el tan arisco, exhibe ahora un poco de color y se muestra ufano, pero continúan los temas de siempre, esos que desarrollan unos periodistas “cheos” y desabridos. El Granma tiene ahora un poco de color, un poco de eso a lo que algunos llaman cuatricromía.
Sólo una imagen, en lo más alto y a la izquierda de la primera página, conserva cada día el blanco y negro, quizá para distinguirla del resto, para privilegiarla con ese blanco y negro. En esa fotografía pequeñita, pero en lugar favorecido, casi sagrado e inviolable, está Fidel, está Raúl, y también un tercero de quien no recuerdo el nombre; quizá algún rumor empañó en algo su imagen y el viejo rebelde desapareció un poco, pero eso no importa, porque el Granma está muy acostumbrado a guardar secretos, aunque debía develarlos.
“El Granma nuevo” lo llaman algunos en la calle, aunque todos sepamos que es el mismo perro con diferente collar, el mismo perro con una cadena de gruesos eslabones que advierte cómo se debe respirar, o que no deja respirar. El Granma “nuevo”, el que ahora exhibe tonalidades diversas, el de la cuatricromía, sigue siendo el mismo, ese que transcurre solo por los caminos más floridos, el que inventa paraísos en medio de un largo infierno.
Es el mismo de siempre; el nuevo coloreado sigue haciendo apologías y vilipendios. El Granma es el que sugiere, exige casi, el Nobel para esos médicos isleños que se desplazan por el mundo dejando atrás a sus hijos, a las familias. El Granma es el que aplaude a esos que viajan dejando atrás a sus hijos, a quienes jamás pregunta si extrañan a papá o mamá. El Granma es solo el periódico de los planes y los sobrecumplimientos, el que jamás menciona los desabastecimientos ni a los desabastecidos, ni a los presos o a los muertos. El Granma es, a pesar de sus nuevos colores, aburrido y predecible. El diario de los comunistas es pesado, casi un soporífero, y también es el bravucón que cada día inventa una recua de enemigos.
El periódico más “importante”, el de mayor tirada, nos asusta con las lisonjas que dedica a los más burdos, a sus mequetrefes. Nos confunde con semillas que no crecen luego, que no dan fruto alguno. El Granma nos apabulla con héroes que desaparecen pronto, que solo resultan útiles en algunas circunstancias. El Granma, ese de colores renovados, consigue a ratos que muchos crean que lo falso es verdadero.
El Granma, con sus pocas páginas, es una cueva, es la caverna de Platón, donde los lectores solo pueden acceder a esas sombras que el diario proyecta en cada una de sus páginas, en sus paredes. El periódico del Partido Comunista hace creer a los encerrados en la cueva que no existe otra cosa que eso que miran en sus páginas, en las paredes de la cueva. El Granma hace creer, o al menos lo intenta, que no hay nada más allá de esas sombras, que el reino de las sombras es el único posible, que nada es mejor que la cueva, y que él es el gran relator.
El periódico de los comunistas incita a vivir entre sombras, nos pone en la oscuridad más absoluta. El Granma no visibiliza el caos, el nuestro, y mucho menos ahora que tiene algo de color. También deja sin color, y en medio de la sombra, a todo el que le haga sombra. El Granma advierte de las fauces enormes y depredadoras de los tantos enemigos, y en cada edición muda en víctima a cada uno de los cubanos. El periódico comunista nos asusta, incluso, con sus tantísimas lisonjas.
El Granma es la sombra, pero no la que cobija; es la sombra tenebrosa que hace temer a la luz. El Granma está diseñado como aquella caverna de Platón, para que se crea, a ciegas, que abandonarla no es más que un imposible, a pesar de todo el sol y de los tantísimos colores que hay afuera. El periódico de los comunistas nos hace creer que todo lo que está más allá de él, es solamente una ilusión, una “luz cegadora”.
El Granma, a pesar de sus nuevos colores, sigue siendo oscuro y virulento, y propicia la apatía, genera la falta de compromiso, compone el odio y nos obliga a suponernos guardianes de la oscura cueva. El Granma nos lleva a ser testigos pasivos del caos en el que vivimos, a suponer que no somos responsables, que el enemigo está del otro lado, afuera. Los nuevos colores del periódico oficialista por excelencia sirven para hacernos creer, como antes, que nada es mejor que la “dignidad” de la cueva oscura, que en esa caverna aislada está “el mejor de los mundos posibles”.
El Granma ha renovado sus colores, y con ellos revivieron esas altanerías que lo acompañan desde los días fundacionales. Este Granma teñido pretende ser más atractivo y tener más fieles, y hasta podría suceder que lo consiga, sobre todo en estos días de colas inmensas, de temores y desabastecimientos. El Granma podría terminar, a pesar de la nueva cuatricromía que exhibe, limpiando las partes más pudendas, y quizá entienden sus hacedores, y quienes lo regentan, que los colores no van a impedir que termine en el cesto de basura.
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