LA HABANA, Cuba.- Elocuente aventura a la que nos invita el curador Abel González Fernández con la exposición De un fanático de Rockefeller a un discípulo de Kruschov, Historias contadas por artistas, una especie de antología narrativa en la que hacen contrapunto obras de Léster Álvarez, David Beltrán, Kiko Faxas, Leandro Feal, Hamlet Lavastida, Reynier Leyva Novo, Julio Llópiz Casal y Camila Ramírez Lobón, entre otros.
Uno se hunde en el Nuevo Vedado profundo y ajeno y emerge en un mundo —colección de imágenes de un mundo— que es el nuestro, hecho de ruinas de símbolos, de discursos de delirio, de ficción política y fantasía histórica, la resaca del retablo de los héroes. Pero el curador logra un acorde memorable con esas notas tan diferentes, en un fraseo cuyo significado no se duerme en sí mismo.
Las historias que cuentan los artistas son la historia, el pedazo de historia o la visión de un pedazo de ella, el llamado “acontecimiento histórico” que a veces no podemos describir racionalmente. Los artistas nos asoman a la pesada propaganda política de los setenta, al realismo socialista soviético puro y duro, al derrumbe de la utopía y a la censura cultural legalizada en Cuba treinta años después de eso.
No es esta una interpretación, pero sí un collage de momentos, una descripción en varias dimensiones del socialismo como extraño libreto de palabras comprensibles cuya puesta en escena es una confusión de verbos vaciados, adjetivos contra natura y sujetos descolocados de sí mismos. El título, De un fanático de Rockefeller a un discípulo de Kruschov, se vuelve más comprensible con el subtítulo Historias contadas por artistas.
Vale la pena recordar que, en parte, ese nombre podría venir de Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, la novela que Roberto Bolaño escribió con A. G. Porta y que se publicó en 1984. Bolaño era entonces un desconocido y, a su vez, aludía con ese título a “Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger”, poema del rebelde Mario Santiago Papasquiaro, mítico fundador del infrarrealismo en el México de los setenta.
“Primeira Causa: O som da aura”, partitura musical e instalación sonora, de Kiko Faxas, es una poderosa pieza que se basa en el discurso de Fidel Castro sobre la condena a muerte del General Arnaldo Ochoa, en la famosa Causa Número 1, cuando caían el Muro de Berlín y la gran narrativa utópica, Cuba negociaba la paz de la remota Angola y el discurso oficial cambiaba de “la futura construcción del comunismo” a “salvar y preservar las conquistas del socialismo”.
En “La noche en Cuba” Léster Álvarez ilustra una decena de textos de escritores cubanos —Lezama Lima, Cabrera Infante y Guillermo Rosales, entre otros— relacionados con la noche y el sueño. Son fragmentos de una literatura prohibida u olvidada que dinamitan “cualquier relato organizado y totalizador del poder” y que pretenden “elaborar una imagen de un país en sus últimos sesenta años”.
Con “Revolución es una abstracción”, Reynier Leyva Novo hace un original acercamiento a varias publicaciones emblemáticas de las vanguardias artísticas soviéticas: planos rojos, grises, negros, sobre rectángulos de concreto: portadas o carteles de aquella era a los que les sustrajo textos e imágenes, vaciándolos así de contenido político y evidenciando la abstracción formal subyacente, tan combatida en la Unión Soviética y en Cuba durante una época.
“El intrusismo del inspector”, instalación de Leandro Feal, resulta uno de los centros neurálgicos del proyecto, pues está dedicado al Decreto 349. En una supuesta oficina de las autoridades culturales vemos en un televisor la Mesa Redonda donde los funcionarios mienten y ningunean a los artistas que se opusieron a esta “ley mordaza”.
Como, al parecer, según comenta el curador, el propósito inconfeso del D349 es que los artistas se dediquen a la pintura de paisajes, asistimos a la proyección sobre una pared de “Los artistas cubanos se dedican al fútbol”, performance cuyo título lo dice todo. En el buró de la oficina, se le entrega al espectador la identificación que lo acredita como “inspector” autorizado a censurar el arte incómodo.
Hablando sobre esta obra, de cuando la estrenó en España, Feal había declarado que “cuando vivía Fidel no hacía falta legislar porque su palabra era ley, pero ahora sus sucesores se ven obligados a reglamentar todo y se cometen excesos como éste: el inspector trabajará contra la pornografía o la vulgarización, pero los términos son ambiguos. Por ejemplo, ahora hay varios raperos en prisión y se combate el reguetón, que se ha convertido en un elemento popular, masivo e incontrolable”.
Hay que señalar que, en los primeros días de la muestra, se realizó en el amplio patio de la casa la presentación de Los caídos, primera novela del periodista y escritor Carlos Manuel Álvarez, radicado en México. Además del autor, estuvo su editor mexicano, Diego Rabasa, que coincidió con Abel González en “la capacidad, el arrojo y el elevado rigor literario que Álvarez desplegó en la escritura”.
Se trataría de una metáfora de la Cuba de las últimas décadas y sería además “una especie de guerra de símbolos”: la historia de una madre enferma, un padre comunista que tiene pesadillas, un hijo que pasa el servicio militar y una hija que roba para que ellos vivan. El autor de esta novela aún inédita en Cuba ha publicado en The New York Times, The Washington Post, BBC World, Letras Libres y otros prestigiosos medios, y es fundador de la revista digital de periodismo narrativo El Estornudo.
Sin lugar a dudas, al menos teóricamente, Los caídos encaja muy bien en la narrativa de estos artistas que nos cuentan su Cuba socialista en De un fanático de Rockefeller a un discípulo de Kruschov, en una Bienal que, a juicio del curador Abel González, “al final del día, es una especie de espejo de la sociedad cubana donde la escena independiente está creciendo”.