ESTADOS UNIDOS.- Los perros ladran porque tienen miedo. Los realmente agresivos y feroces atacan sin ladrar demasiado, y sus embestidas tienen consecuencias palpables; no son alborotos vacíos y sin demasiadas consecuencias como los de chihuahuas o pekineses.
La diplomacia castrista en tiempos del dengue y el chikungunya se comporta como perros con miedo. Por una razón muy sencilla: porque tiene miedo.
Querer imponer ideas por la fuerza no es nuevo en el fabulario castrista. Desde los primeros tiempos de “la revolución” lo que no se podía obtener por las buenas se hacía por la fuerza: movilizaciones masivas gritando “unidad, unidad” o “Fidel, Fidel”, turbas vociferantes dando golpes en mítines de repudio, o pelotones de fusilamiento haciendo “entrar en razones” a quienes no compartían el ideal de los hermanos Castro. Hasta tuvieron su conga a comienzos de los años sesenta: “somos socialistas, pa´lante y pa´lante, y al que no le guste, que tome purgante”. Porque la revolución cubana fue desde el comienzo un gran purgante nacional, algo así como el palmacristi revolucionario.
Entonces, la política exterior castrista y su diplomacia no podían ser ajenas a esa conducta fanfarrona y obscena típica de facinerosos en el poder, quienes se identifican a sí mismos como Cuba, la patria, la revolución, el socialismo, el partido y el pueblo cubano. Así, todo lo que no convenga a la dictadura no es antigubernamental, sino “anticubano”, “contrarrevolucionario”, “mercenario”, “antipatriótico”, o lo que se le ocurra decir a sus jenízaros.
Casi un año atrás el hoy presidente designado, hablando en una conferencia a diversos “cuadros” revolucionarios, cuyo video se “filtró” y fue conocido en Cuba y el extranjero, expresaba que él siempre decía que si no existiera dinero no existiría contrarrevolución en Cuba. Absurdo, pero él lo decía. Pues bien, y esto sí que es cierto, podría informársele al excelentísimo presidente designado que si no existieran disparates, adjetivos e insultos, tanto él como toda la pandilla del castrismo tendrían que ser mudos a tiempo completo, porque en realidad todos ellos solamente tienen dos canales para expresarse: uno es hablando boberías, repitiendo lugares comunes, dando “orientaciones” que no sirven para nada, reiterando consignas huecas, o haciendo promesas que nunca se cumplirán; el otro es insultando y denigrando a todo aquel que piense diferente a lo que el régimen opine en cada momento.
Una pena, después de Cuba haber contado, hasta 1959, con excelentes diplomáticos y profesores universitarios que fueron reconocidos en todo el mundo por su capacidad y prestigio, y que contribuyeron significativamente, entre otras cosas, a la creación de la Organización de Naciones Unidas y a la elaboración de la Declaración Universal de Derechos Humanos y otros documentos clave de esa organización, así como a la creación de instituciones internacionales fundamentales.
Sin embargo, la “diplomacia” revolucionaria deja demasiado que desear si de cultura, elegancia o decencia se trata. Al comienzo, hubo un Raúl Roa ministro de Relaciones Exteriores (1959-1976) que sin dudas era ingenioso y sagaz, tal vez podría decirse que hasta simpático en ocasiones, aunque también grosero y burlón. Revolucionario de la generación de los años treinta y anticomunista de siempre, los soviéticos no lo resistían, y tanto insistieron para que lo sacaran del cargo que después del desastre económico tras el fracaso de la zafra de los 10 millones que nunca fueron, entre las condiciones que impusieron para ayudar económicamente a Fidel Castro fue que designara un canciller “aceptable” para Moscú; lo que se resolvió con el apparatchik Isidoro Malmierca (1976-1992), uno de los cubanos más grises que hayan podido existir en una nomenklatura castrista donde si algo sobran son personajes grises.
Posteriormente ocuparon el cargo Ricardo Alarcón (1992-1993), tal vez el único que habla más o menos un idioma extranjero, aunque tras más de 12 años en la ONU masculla el inglés con acento de Hialeah; “Robertico” Robaina (1993-1999), alias “patineta”, con su peculiar vestimenta y sus alardes, que en algún momento creyó que tenía poder de verdad, y voló como un siquitraque; Felipe Pérez Roque (1999-2009), más bruto imposible, cuyo primer y único trabajo serio en su vida fue el de Ministro de Relaciones Exteriores y terminó empalagado con las mieles del poder y tronado; y Bruno Rodríguez, definido maravillosamente por Luis Almagro, secretario general de la OEA, como una persona con un discurso de los años cincuenta del siglo pasado. A lo que yo añadiría que con una mentalidad de esa misma época.
Pero no se trata solamente de la mediocridad e indigencia intelectual de los cancilleres “revolucionarios”, sino también del estilo gangsteril de muchos de sus embajadores y “diplomáticos”: conocidos son los casos de los vinculados directamente al narcotráfico y expulsados del país que los hospedaba, como en Colombia; los que organizaron el golpe de estado en Zanzíbar para unirla con Tangañika y crear la República Unida de Tanzania; los que convirtieron la embajada cubana en Chile en un cuartel militar y un polvorín repleto de armas hasta que fueron expulsados al ser derribado Salvador Allende; los que intentaron secuestros y asesinatos de cubanos en Madrid y Londres y fueron expulsados por los gobiernos de esos países; los que intervinieron escandalosamente en asuntos internos de los países donde estaban acreditados, como en Congo Brazzaville, Etiopía y Angola; los veteranos oficiales de inteligencia designados embajadores no de carrera, sino a la carrera, como en la Oficina de Intereses de Cuba en Washington. Y todo esto sin contar al ministerio de relaciones exteriores paralelo, conocido como Departamento América del Comité Central del Partido, dirigido por el siniestro “Barbarroja”.
Con esa metralla funcionando como “diplomáticos”, conductas como en la ONU hace pocos días son la consecuencia normal de incluir “aseres” en los aparatos castristas de política exterior. En este caso se realizaría en Naciones Unidas un evento titulado “Jailed for what?” (Preso por qué), promovido por Estados Unidos, en defensa de los presos políticos cubanos, mientras en Cuba el opositor Tomás Núñez Magdariaga cumplía 60 días de huelga de hambre en protesta por su injusto encarcelamiento y podría fallecer en cualquier momento.
Cuando en el año 2010 el preso Orlando Zapata Tamayo falleció en Cuba por huelga de hambre, el entonces presidente brasileño Lula da Silva, junto a Raúl Castro, acusó al fallecido de “malandro” para justificar al régimen castrista. Pero ahora en 2018 el verdadero malandro es Lula, cumpliendo la cárcel que merece por sus delitos. Y la dictadura no podría presentar a Magdariaga como un delincuente común estando claro que era un preso político condenado en base a un falso testimonio fabricado.
Y por lo tanto se vio obligada a excarcelarlo, ante tanta presión internacional.
Por eso recurrió a la conducta habitual del perro con miedo. Ladrar y ladrar. Ya lo había hecho en la Cumbre de las Américas en Panamá, estilo guapetón de barrio, por lo que posteriormente lo repitió en la Cumbre de Lima. Y ahora quiso duplicarlo en New York, en plena ONU, donde según el régimen Estados Unidos organizaba ese evento para desviar la atención sobre el “bloqueo” contra la dictadura. La cantaleta de siempre. Para lo cual desató la chusmería habitual, el chancleteo socialista, la fase superior de la diplomacia castrista.
En la ONU las cosas debieron haber sido diferentes, los alborotadores debieron haber sido expulsados del local, porque personajes como esos no caben donde se reúnen personas decentes. No obstante, el evento se celebró y se denunció a la dictadura. Y la embajadora de Estados Unidos dijo claramente que si así se comportaban en la ONU los diplomáticos del régimen frente a los que piensan diferente, ya podría suponerse como se comportaría la policía con los cubanos en la isla. Frase lapidaria.
Por su parte, el señor presidente designado, que ya tiene cuenta en Twitter, lejos de condenar la chusmería, dejó saber su sapientísima valoración del incidente protagonizado con típica conducta de solar por parte de sus “diplomáticos”: “Fracasó el ‘show’ anticubano orquestado por el Departamento de Estado de EE.UU. para justificar el bloqueo contra Cuba usando como coto privado los salones de Naciones Unidas”. Con lo cual no dijo nada nuevo ni significativo, claro está. Pero demostró su complacencia con el vulgar chancleteo “revolucionario” y la chusmería “diplomática”, que es la fase superior de la diplomacia castrista.
Porque lo que le interesaba al presidente cubano de opereta era demostrar que él también sabe ladrar. Porque también tiene miedo.