LA HABANA, Cuba.- La muerte es un acto natural y también íntimo, tanto como defecar o tener sexo, solo que esa intimidad no siempre se consigue. Con la noticia de una muerte “desayuné” esta mañana. Desde el balcón escuché a una vecina que contaba de la aparición del cuerpo de un muerto a la entrada del Hospital Clínico Quirúrgico de la avenida 26. Según ella, estaba envuelto en un nylon y aun no se conocía su identidad, hasta aseguró que podía ser un niño.
Me fui al hospital. Vivo muy cerca y caminando llegué enseguida. Según supe, un trabajador del hospital encontró el cuerpo al amanecer, debajo de un breve puente que se eleva desde la acera para permitir el acceso a la entrada principal del hospital. Habían pasado más de tres horas tras el descubrimiento y todavía estaba allí. Un policía y una mujer con bata blanca, al parecer una forense, conversaban animadamente. Con ellos quise hablar pero fue imposible…; y los curiosos no cesaban de especular, y tejían historias.
La historia más creíble, la que contaba un empleado del hospital, aseguraba que el hombre vivía allí, bajo aquel puentecito breve, casi a la intemperie. Según decía él, y los que venden maní, y cualquier chuchería a la entrada del hospital; “no era tan viejo”, “no llegaba a los setenta aunque aparentara mucho más”, pero el desamparo lo había desgastado. Noche tras noche el indefenso dormía sin que pudiera cerrar una puerta, tomar una infusión caliente antes de dormir. Otros aseguraron que de vez en cuando bebía, cuando otro “desgraciado” le brindaba, pero no era un borracho. Y cómo podría serlo el infeliz si apenas tenía para comer.
A la diez de la mañana abandoné el sitio, después de intentar, nuevamente, que el policía dijera algo…, sin conseguirlo. Allí estaba el viejo, bajo el puentecito, ya sin vida, mientras los curiosos intentaban descubrir su muerte desde arriba, muy cerca miré a un perro echado mirando al muerto, y quizá fuera ese perro quien más sentía la muerte. Quizá el animal era su único acompañante, quien de seguro estará ahora más solo.
No existen estadísticas en este país que muestren datos, eventos, de la ancianidad desprotegida, esa que Cuba no menciona. Son muchos los “mayores” que no tienen un lugar donde comer, donde morir, porque la muerte también precisa de un sitio decoroso, y tanto como la vida. Ese instante en que el hombre abandona la vida no debe ser evadido. La muerte es el último acto importante de la vida, y merece respeto.
Y qué respeto se puede dedicar a la muerte, si a la vida de estos ancianos desabrigados no se le presta atención alguna. Ellos son mirados por encima del hombro, son relegados. Para muchos no son más que “desertores de la vida”, y la mirada que se les dedica es muy parecida a la que destinan a quienes son “desertores políticos”. Este país es arrogante, irreverente, con esos viejos de poco aliento. Ellos son desertores de la vida, que es lo mismo que desertar de la política de una “revolución tan generosa”.
Ya vivimos aquel desastroso invierno en el que murieron unos cuantos “dementes” en el Hospital Psiquiátrico de La Habana. El escándalo fue mayúsculo y la prensa oficial se vio obligada a tomar partido, pero estos casos “aislados” no son nada visibles, nadie los menciona, solo el cotilleo del vecindario lo reseña, para olvidarlo luego. Y yo me pregunto, ¿cuántos ancianos desamparados como este mueren cada año sin que tengamos alguna noticia? La muerte de un anciano es inevitable, mucho más si no se les cuida en vida.