LA HABANA, Cuba.- Estaba sentado en su silla de ruedas. Apenas con una mano, pues la otra está casi inutilizable, intentaba trabajosamente convertir hojas de papel en cucuruchos. Necesitaba envasar los granos de maní que había acabado de tostar. Posteriormente marcharía hacia la zona del Capitolio, donde los vende por tan solo un peso (5 centavos de dólar). Le urge ganar dinero para sobrevivir.
Se llama Bienvenido Acosta Lobaina, tiene 53 años, carece de sus dos piernas y de algunos dedos de su mano derecha. Padece de diabetes, pero además, posee una bacteria en su cuerpo por la cual lo están “cortando a pedacitos”, según él mismo dice. Su situación de vivienda es el peor enemigo que enfrenta su agravada enfermedad.
Reside totalmente solo en un pequeño cuarto de un solar ubicado en Tenerife número 167, entre Carmen y Rastro, Centro Habana. Cuando llueve, la fosa que pasa por debajo de su vivienda se desborda, por lo que el inmueble se le llena de excrementos.
“Cuando yo tengo que recoger toda esa suciedad en jabas de nylon con un recogedor y una escoba, hasta los pelos de la cabeza se me paran y me da un dolor en el cerebro, porque el microbio que yo tengo en el cuerpo con la suciedad se revuelve y comienza a atacarme”, señaló.
Refiere Bienvenido que desde julio de 2012 comenzó hacer trámites ante el Gobierno Provincial en busca de ayuda para resolver el problema de su residencia. En todo momento decían las autoridades le prometieron que lo ayudarían, le expresaron que le otorgarían una vivienda, que solo debía esperar unos meses; sin embargo, a estas alturas de 2017 aún no le han dado una solución a su delicado problema. Su salud continúa empeorando.
“Son unos mentirosos, aquí cualquiera es dirigente. El presidente del Gobierno Municipal se me esconde cuando voy a verlo, le dice a la recepcionista que me diga que está trabajando fuera del centro y es mentira, entonces me voy al Consejo de Estado y a todas las instituciones de Cuba y es por gusto”, dijo.
Destaca Bienvenido que el estado cubano solo le ofrece, por Seguridad Social, una pensión de 147 pesos, con la cual debe pagar agua, corriente eléctrica, gas y su alimentación, que debido a su enfermedad es bastante costosa. Como el dinero no le alcanza para nada, entonces dice que se gana “unos kilitos” vendiendo cucuruchos de maní.
Advierte que esto lo beneficia por un lado, pero lo perjudica por otro, ya que tampoco puede hacer fuerza. Su silla de ruedas es demasiado vieja, por lo que le cuesta mucho trabajo moverla. Ha pedido una nueva, pero en vano.
Su higiene, producto de la enfermedad de que padece, tiene que ser bien estricta. Como no tiene a nadie que le haga las cosas, tiene que pagar casi diariamente 50 pesos para que le laven la ropa.
“Cuando no lavo diariamente la ropa de cama fundamentalmente, me entra una picazón, y como me rasco, se me hacen llagas, entonces se me pudre la piel y hay que cortar rápido, por tanto tengo que evitar esto a toda costa, al menos para poder vivir unos años más; por eso vendo maní para pagar estos gastos adicionales y poder sobrevivir”, apunta.
A pesar de su condición de minusválido, la policía lo detiene a cada rato por efectuar esta actividad de manera ilegal. Producto de esto le decomisan sus cucuruchos e incluso hasta lo han multado.
Agrega también que tampoco las autoridades de la compañía eléctrica y el gas se han sensibilizado con su situación. Como a veces no tiene para pagar estos servicios, le han cortado los dos. Implorar no le ha servido de nada.
“No les importa que no tengo pies y que ahora casi me estoy quedando sin brazos. He planteado esto a todas las autoridades pertinentes y nada, no me hacen caso, creo que ellos prefieren que me muera para salir de mi”, refirió.
Añade que, para rematar su tétrica situación, como su casa también se filtra, las recientes lluvias le afectaron el refrigerador, por lo que en la actualidad no tiene ni donde guardar los alimentos.
“Esto también se lo planteé recientemente a las autoridades y en el Gobierno me dijeron que eso solo podría ventilarse con los de Seguridad Social. También fui allí y nada, después dicen que la revolución no deja a nadie desamparado”, lamentó.