LA HABANA, Cuba.- La vida de Juana María Santos Horta dio un giro inesperado cuando su esposo fue preso. Las carencias y dificultades se apoderaron de su día a día provocando que, en muchas ocasiones, sintiera ganas “hasta de morirse”.
Juana tiene 29 años y reside con sus dos hijas en calle 1ra entre Siboney y Pasaje, municipio San Miguel del Padrón. La mayor de sus niñas, Chabely, tiene catorce años y la más pequeña, Chanely, tres años.
Cuenta la joven madre que su preocupación por el futuro inmediato ha aumentado de manera astronómica. Alimentarse y vestirse resulta cada vez más difícil en una Cuba donde los precios de los productos de primera necesidad aumentan por día. Su situación económica es difícil.
Sobreviven haciendo una sola comida al día donde el plato fuerte depende, la mayoría de las veces, de lo que distribuyen por la canasta básica (libreta de racionamiento). “Estamos hablando del pollo, que es lo único que viene por la carnicería una vez al mes… y el picadillo ese malísimo de carne de res que me dan por la más chiquita, porque a la grande, cumpliendo los 14 años se lo quitaron”, comenta Juana.
Pero la alimentación de Chanely, su hija menor, resulta aún más complicada, lo único que come la niña es carne, pollo y pescado, alimentos bastante costosos para el bolsillo de su madre. La menor además solo toma yogurt en las mañanas y el pomo de un litro y medio cuesta 25 pesos moneda nacional.
A Juana se le escapan las lágrimas cuando cuenta que “en ocasiones (la menor de las niñas) se ha quedado sin comer por no tener ninguna de estas proteínas para su comida, entonces se acuesta con un vasito de yogur en el estómago y más nada, porque el pollo se consigue a 25 pesos la libra, pero la carne y el pescado, ¡eso es carísimo! ¿De dónde saco el dinero?”
La única entrada de dinero de la familia proviene del negocio de venta de ron que tiene montado en su casa. “Compro algunas botellas de ron a granel y lo mezclo con un poco de agua para aumentarlo. Después se lo vendo por tragos a los borrachos del barrio y con eso me gano alrededor de 80 pesos (moneda nacional) a la semana. Eso es si lo vendo todo”, refiere.
Trabajar para el Estado confiesa que nunca ha pasado por su cabeza “¿Para qué, si en lo único que puedo trabajar es limpiando pisos, y pagan muy poco? Por desgracia solo pude llegar hasta el noveno grado, ya que tuve que abandonar mis estudios para mantener mi casa”.
Su residencia se reduce a un pequeño habitáculo de madera construido por ella misma cuando apenas era una jovencita. Cuando llueve, advierte, la casa se moja “más dentro que afuera”, por lo que tiene que proteger con nailon sus escasas pertenencias.
“Bueno, ahí tu puedes ver que el techo está lleno de huecos y casi se está cayendo. Cuando pasó el huracán Irma me quedé aquí para cuidar mis cosas y a las niñas la mandé para casa de un vecino; yo pensé que la casa se me iba a ir volando, tuve mucho miedo pero sobreviví”, describe.
Por otra parte, añade la joven, el inicio del curso escolar ha sido un verdadero suplicio. Su hija mayor no tiene zapatos que ponerse y asiste a clases con los del curso pasado, muy deteriorados ya.
“Ninguna de las tres tenemos blúmer que ponernos, ni zapatos, ni pantalones, ni blusas, toda nuestra ropa está destruida porque ya están muy viejas, y por supuesto que no tengo dinero para comprar nuevas (….) Muchas veces he pensado que en mi otra vida tuve que haber sido mala, porque mira que me han pasado cosas en esta vida”, señala.
Juana resalta que no dispone de ningún tipo de apoyo por parte de su familia, su mamá en vez de ayudarla, hace todo lo contrario, como es alcohólica. Cuando ella no está en casa, le roba cuantas cosas se encuentra en el camino, incluido el dinero.
“Mi esposo era mi único apoyo, cuando Keisel estaba fuera nunca me vi en esta situación. Malo o bueno siempre teníamos un plato de comida y alguna ropa que ponernos, pero ahora me las estoy viendo feas”, cuenta.
Su esposo, Keisel Rodríguez Rodríguez, fue condenado a seis años de cárcel tras pegar algunos carteles contra el régimen cubano en el municipio San Miguel del Padrón, donde reside. Con esta acción exigía a las autoridades ―ya que por las vías legales no lo logró― que le restablecieran el servicio de agua potable y le retiraran la acumulación de desechos que existía frente a la entrada de su hogar. Así quedó reflejado en los documentos emitidos por el tribunal que lo sancionó.
‘’Cuando esto pasó, el delegado (de la circunscripción) y la del Comité (de Defensa de la Revolución) vinieron al momento, ellos fueron los que llamaron a la policía. Sin embargo, ellos conocen mi situación actual porque viven aquí al lado de mi casa, ¿y quién ha venido por aquí a preocuparse por mis hijas, que según los dirigentes de este país ellos no dejan a ningún niño desamparado’’, pregunta Juana.