LA HABANA, Cuba.- Desde que el socialismo verde olivo entró en este estado entre catatónico y comatoso en que se encuentra, por mucho que los caciques y sus behiques prometan hacerlo próspero y sustentable, han decidido hacerse escuchar los que como Pedro Campos o los académicos metatrancosos de Cuba Posible, pretenden hallar fórmulas más a la izquierda que las de los mandantes para perfeccionar el socialismo, reinventarlo, haciéndolo democrático, participativo, cooperativo, autogestionario.
Procuran beber de múltiples fuentes, aun si se contradicen, a ver si hallan algo que les sirva: la NEP leninista, el trostkismo, la autogestión de la Yugoslavia de Tito, el difuso pensamiento económico de Che Guevara, el socialismo bolivariano del siglo XXI, el socialismo de mercado chino, la Doi Moi vietnamita y hasta la Jamahiriya de Gaddafi.
Es un arduo ejercicio intelectual que luego de tantos años de desastres por doquier, requiere ingentes cantidades de fe y paciencia.
En lo que tratan de poner a reflotar el socialismo, algunos sesudos, como han hecho muchos, casi siempre con aviesas intenciones, desde los tiempos del ágora ateniense, le buscan apellidos y nuevas interpretaciones a la democracia.
Hace un tiempo hubo quienes hablaron de “socializar la democracia” para conseguir la democratización del socialismo cubano. Proponían decodificar las estructuras del Poder Popular para ponerlas verdaderamente bajo el control del pueblo, y no del Partido Comunista, “la fuerza dirigente y superior de la sociedad”, según la constitución cubana, copiada casi al dedillo de la constitución estalinista de 1936 y ligeramente retocada después, el socialismo irrevocable incluido.
No dudo que mejorarían las elecciones del Poder Popular sin la presencia del Partido Comunista, que aunque asegura que no postula ni elije a los candidatos, sí lo hace descaradamente a través de las comisiones de candidatura y sus representantes que controlan a todos y cada uno de los comités de base de las llamadas organizaciones de masas.
Pero aquella propuesta, como mismo retiraba el poder al Partido único, descartaba las posibilidades de cualquier otro partido político que pudiera surgir y sentenciaba, cual enunciada por un ventrílocuo oficialista, que el pluripartidismo y la democracia representativa no resolvería los problemas, sino que los complejizaría más.
Sé del desencanto que hay con los partidos tradicionales en el mundo, de los afanes por la democracia participativa, etc., pero esas elecciones sin partidos y sin un ápice de preparación cívico-ciudadana, que es como estamos los cubanos al cabo de 58 años de dictadura, se me antoja que serían una olla de grillos, una merienda de locos, de la que difícilmente saldría algo útil y razonable.
Dicen los críticos de la República que en Cuba, antes de 1959, en las elecciones, por obra y gracia de los politiqueros, había muertos que votaban. En las elecciones del Poder Popular, además de los absolutamente indiferentes y los francamente en contra pero que no quieren señalarse y buscarse problemas, que son la inmensa mayoría, votan, porque les llevan la boleta a la casa o al hospital, los bobos, los decrépitos y los moribundos. Si socializan la democracia, probablemente nadie vote. ¿Para qué?
Será muy difícil que los cubanos, por las amargas experiencias sufridas, logremos vencer la desconfianza por las elecciones o cualquier otra cosa a la que le endilguen el apellido “popular”.
Muchos atribuyen a la importación de experiencias foráneas y a su mala digestión, el fracaso histórico cubano en alcanzar la democracia y la prosperidad, “la frustración nacional en lo esencial político”, que decía Lezama Lima.
Pero sucede que en política, todo —lo regular, lo malo y lo peor—, tanto a la derecha como a la izquierda, se inventó y fue bautizado en los dos siglos que discurrieron entre la toma de la Bastilla y el derrumbe del Muro de Berlín. No hay más, lo otro es farsa y simulacro.
Para no importar modelos ajenos y ser verdaderamente auténticos, a los cubanos que aun apuesten testarudamente por el socialismo, incluso para después del castrismo, sólo les quedaría volver al comunismo primitivo de los taínos y los siboneyes.
Viviríamos sin estructuras políticas, con poca ropa y mucho areito, asentados en comunas agrícolas, dedicados a sembrar plátano, boniato y moringa. Y para mejorar la alimentación, como el mar nos estará vedado porque será de los turistas, los guardacostas y las perforadoras petroleras, podremos pescar clarias, si es que para entonces no se han acabado con tanta sequía y contaminación.