LA HABANA, Cuba.- Ahora que acabo de conocer la noticia, y después de abandonar la escritura de un texto que tenía entre manos, celebro y dejo claro mi entusiasmo, convoco a los recuerdos. He vuelto a esos días en que conocí a Maggie, que es así como le decimos sus amigos, hace ya unos cuantos años. Recuerdo a una mujer bellísima de pelo largo, aquella que adoraba cubrir su cuerpo con un pulóver de algodón y un jeans, y así vestida hacía el camino hasta la Facultad de Artes y Letras donde enseñaba Literatura latinoamericana.
Estoy seguro de que muchos de los que hoy la llamaron para darle felicitaciones pensaran en las bondades de sus libros, que son unos cuantos, y quizá algunos, como yo, también recordaron a aquella muchacha de apariencia “jipangona” a quien nadie pudo arrancar la guitarra de sus manos, de quien nadie consiguió que negara los furores que le provocaba escuchar la música de Los Beatles y los Rolling Stones.
Mientras celebro la noticia con estas líneas pienso en la escritora de renombre, pero también en aquella muchachita que muchos miraban con ojerizas por sus “extraños comportamientos”, sobre todo en aquellos años en que se hacía acompañar por un grupo de jóvenes marginales a quien todos llamaban, con muchísimo recelo, “los de 5ta y B”, porque era allí, en ese espacio del Vedado, donde se encontraban aquellos “bandoleritos”, y porque era allí donde decidían el lugar donde harían estropicios ese día.
He pensado con insistencia en aquella muchacha marginal y provocadora que luego llegó a ser una prestigiosa académica, una renombrada profesora en la Facultad de Letras de la Universidad de La Habana y del Instituto Superior de Arte, y también de un montón de universidades; en Estados Unidos, México, Alemania, España…, esa misma que es la dueña del asiento V de la Academia Cubana de la Lengua.
Aplaudo entonces al jurado que se decidió por esa mujer que también deslumbró, con sus dotes investigativas a Julio Cortázar, quien hasta le propuso que revisara sus archivos en la Universidad de Poitiers.
Hoy hice que cada uno de sus libros salieran de su puesto en mis libreros, y hasta volví a (h)ojear algunos como si de homenaje se tratara. Y volví sobre “Ella escribía poscrítica”, quizá el más reverenciado de sus tomos, y pensé en los días en los que, como editor, trabajé en sus páginas, y volví a verla en la presentación, aquella vez que hizo colgar de una de sus orejas la Distinción por la Cultura Nacional y en la otra la medalla que le habían conferido por ser una excelente educadora.
Hoy me vino a la cabeza Pedro de Jesús, que fue su alumno y que me cuenta con frecuencia la manera en que Margarita le despertó una enorme pasión por Severo Sarduy. Y es que Maggie nunca dejó a un lado, como hicieron otros, a los escritores cubanos del exilio. Margarita Mateo explicó a Severo pero también a Reynaldo Arenas, a Cabrera Infante, y se ocupó de esa generación de escritores a la que pertenezco, incluso cuando éramos unos imberbes que comenzaban a escribir sus primeros textos. La recuerdo leyendo y explicando, junto al profesor Salvador Redonet, a Rolando Sánchez Mejía, Rogelio Saunders, Ernesto Santana, Daniel Diaz Mantilla… Y también me viene a la mente su empeño en que las escritoras jóvenes ganaran nuevos espacios, y pienso en el análisis que hacía en las aulas de la Universidad de La Habana, o de cualquier parte del mundo, de los textos homoeróticos que muchos escribimos en esos años y que ni siquiera habíamos publicado. Y es que ella, ya lo he escrito antes, prefiere los márgenes, unos márgenes que luego analiza con muchísima destreza para que consigan el centro que ella supone que merecen.
Margarita prefiere los límites para traspasarlos luego. Cuando la ensayista hurga en el texto de otro, indaga en la existencia de personajes diversos y en esas sustancias que están en los bordes. Margarita tiene una obra extensa que va del ensayo a la ficción, o al revés, y alguna vez hasta decidió realizar un documental para centralizar los tatuajes que exhiben algunos cuerpos cubanos.
Entre sus libros más destacados están: Desde los blancos manicomios, novela que ganó el Premio Alejo Carpentier, y también de Paradiso: la aventura mítica, que se alzara con el mismo galardón en la categoría de ensayo. La Mateo es autora de un exquisito libro sobre la trova tradicional cubana que tiene por título: Del bardo que te canta, de Narrativa caribeña, reflexiones y pronósticos, de El palacio del pavo real: el viaje mítico, de el también ensayo: Dame el siete tebano. La prosa de Antón Arrufat.
Se muy bien que La Mateo seguirá escribiendo porque no fue este premio, y ningún otro, su gran meta. Ella tiene la certeza de que esos laureles no tienen más importancia que la obra, aunque a veces puedan renovar las fuerzas, y en otras ocasiones el bolsillo, pero este no es el caso. Yo, para terminar, bato mis palmas por Margarita, y la abrazo.