LA HABANA, Cuba.- Los cubanos sabemos que este es un país de muchísimos rumores pero de muy pocas confirmaciones. Quizá esa sea una de las causas de nuestra desconfianza. ¿Quién podía creerlo? ¡Karl Lagerfeld en La Habana! Hasta hace muy poco la más breve insinuación de su presencia habría despertado en la ciudad, en toda la Isla, un montón de resquemores, y también algún escarnio. Quién daría crédito a esa posibilidad sabiendo que el futuro visitante hace alabanzas a la “popelina imperial” de sus batas blancas, esas que le cubren todo el cuerpo mientras duerme en las noches de París, de cualquier parte, y eso en Cuba es un pecado, una frivolidad imperdonable. Y peor resulta la certeza de que Karl tiene un “problema”, y ese “fallito” sigue siendo infame en esta isla. Con esos truenos quién podría imaginar el aterrizaje en esta tierra de un hombre que supone que el vestir bien es esencial. Cómo suponerlo desandando las calles de un país donde el atuendo verde olivo sigue siendo el más significativo, el que cubre a los más “rudos”, a esos que deciden. Nadie dio crédito a la idea de que podríamos recibir a un hombre que aprecia la belleza en el cuerpo de otros hombres.
Aunque la prensa oficial no prestó mucha atención a la visita, los cubanos ya estamos enterados de que en unas semanas llegará a La Habana el hijo del hombre que hizo que los alemanes conocieran la leche en polvo, pero que nadie se llame a engaños. El hijo del comerciante alemán Christian Lagerfeld no viene a traernos leche, aunque nos vendría de perillas. Karl Lagerfeld, quien de seguro llegará desafiando los olores de La Habana con una fragancia que combine aromas de mandarina y tabaco, viene a otra cosa. El Kaiser de la moda escogió a la capital de Cuba para mostrar, por primera vez en Latinoamérica, sus diseños más recientes. Lagerfeld convertirá al legendario Paseo del Prado de La Habana en una pasarela para mostrar su colección “Crucero 2017”.
Todavía no se conocen los detalles de la visita, pero las especulaciones crecen en cada minuto. En muchos sitios de la ciudad se habla de su llegada, y aunque los cubanos conozcan muy bien la estrechez de sus bolsillos, saben que algún partido se le puede sacar a esa visita.
Me contó el chofer de un almendrón que la firma rentará un sinfín de sesentones y lujosos autos descapotables para usarlos en el desfile, y mencionó unas cifras exorbitantes, mientras una joven universitaria, que también viajaba en aquel auto, se exaltó hablando de los tejidos que prefiere el alemán y hasta se preguntó, con cierta nostalgia, qué podría hacer para comprar alguna pieza que luzca una etiqueta Chanel; le encantaría vestirla el día que le den el título de licenciada, en el mes de julio.
En el Parque Central, Yunior, un prostituto holguinero, menciona obnubilado los más de trescientos iPods que tiene el modisto en su casa de París, y cuenta con orgullo que su novio de Miami ya tiene comprado el boleto de avión, y alquilada una “room” en una casa cercana a Prado. Yunior ruega porque al ruso y al italiano no les dé por venir a ver la exhibición; tiene la certeza de que el de Miami vendrá con “la paqueta” (billetera llena), y que de ahí saldrán un montón de “perchas” (ropas).
Muchas son las especulaciones y esperanzas que despierta la llegada del modisto. Los vecinos de Prado confían en que esa visita les permita llenar sus despensas, sueñan con poner a prueba la utilidad de sus congeladores. Resulta que los de Prado se enteraron ya de que los vecinos de Santa Catalina, los de la parte más cercana a la Ciudad Deportiva, rentaron balcones y azoteas a muchos extranjeros que quisieron ver, sentados y bebiendo algún mojito, a los Rolling Stones durante el concierto en la ciudad. Y como si todo eso fuera poco, existe también el rumor –por supuesto, no la confirmación– de que ya Karl tiene oficinas en La Habana, muy cerca del Paseo del Prado, desde donde se conducirá la invasión de sus diseños a la Isla. El lugar escogido parece estar en los pisos superiores del edificio que alberga al famoso Bar Sloppy Joe’s.
Eso se comenta, aunque no aparece todavía en la prensa oficial. Yo, como otras veces, les recomendaría un gran silencio, y sosiego, mucho sosiego. No sería hospitalario empeñarse en la misma monserga de cada vez, esa que asegura que la moda no tiene convicciones, ¡como si le hiciera falta! Y quién dudaría que llamen la atención sobre su ausencia de ideología; al menos yo tengo la evidencia de que esto último ni ellos mismos se lo creen. Si la moda no tiene ideología, ¿cómo es posible que echaran a la calle a tantos estudiantes universitarios en aquellos días de depuraciones porque tenían un “vestir extranjerizante o amanerado”? Todavía hoy recuerdo la vergüenza de mi padre cuando mi abuela le recordaba que antes del 59 calzaba unos cómodos Florsheim, y también cuando él la desmentía. Resulta que muchos decidieron olvidar lo que calzaban, para poder sobrevivir. Yo, desgraciadamente, recuerdo que pertenezco a la generación de los ‘kikos’ plásticos, ¡y hasta lo insanos que resultaron!
Me pregunto si le dedicarán a Lagerfeld una Mesa redonda, como a los Rolling Stones. Desde ahora puedo imaginar el tono de las intervenciones. Es posible que se acuda a la más lejana memoria, que mencionen a Maria Antonieta; su guardarropa y el desvelo de las costureras del Petit Trianón, y hasta al famoso collar que, sin dudas, se señalará como uno de los gestores de lo que sucedió en 1789, dejando claro que los revolucionarios están alejados del glamour. Ya veremos si es cierto cuando decidan qué miembros de la “sociedad civil” asistirán al desfile.
¿Será esa misma que escuchó el discurso de Obama en el Gran Teatro de La Habana? ¿Tendrán discursos parecidos cuando la televisión nacional o Telesur los entreviste? Yo, que también soy dado a la especulación, estoy sospechando que van a invitar a Miguel Barnet, sobre todo porque él vistió de Prada en aquel número de la revista que el diseñador dedicó a Cuba, en tiempos en que todavía no era el presidente de la UNEAC ni miembro del Comité Central del Partido. Bien recuerdo que Barnet cargaba a uno de sus chihuahuas en el instante en que el fotógrafo apretó el obturador. Otro que debe estar entre los invitados es Fidel Castro Díaz-Balart, quien no puede creer mucho en la tan cacareada austeridad revolucionaria, porque ya lo vimos retratado junto a Paris Hilton y Naomi Campbell. ¿Alguien lo miró alguna vez retratado junto a una sudorosa y ensombrerada mujer del campo? ¡Yo, jamás!
Tendré que hacer alguna cosa para estar en el desfile. Juro que desde el sitio que me toque haré homenaje a los que quisieron estar pero no lo consiguieron. El primero será Cándido, el protagonista de una novela que publiqué hace algunos años. Pensaré en aquel muchacho ingenuo que soñaba con ser el dueño del Capitolio y también con que Karl Lagerfeld lo vistiera. El infeliz suspiraba por ver sus fotos en el 703 de la Fifth Avenue y en el Two Rodeo Drive de Beverly Hills. Cándido creía ciegamente en la posibilidad de estar junto a Cindy Crawford, pero jamás lo consiguió, quizá porque era un personaje de ficción. Quizá ahora, con Karl en la ciudad, alguien consiga conquistarlo. Imaginemos.
Pensemos en un muchacho hermoso y algo hosco, dueño de unos pectorales prominentes. Podemos llamarlo Yunior. Debe ser un hermoso oriental, y muy pobre, a quien no le quedó otro remedio que hacerse policía para venir a La Habana. El infeliz tiene que pasar muchas horas vistiendo el uniforme, procurando el orden, persiguiendo incluso a algunos coterráneos que deportará más tarde.
Desde el día antes del desfile, tendrá que apostarse en el Parque de la Fraternidad. La noticia de que el modisto está en el Hotel Saratoga movilizará a los curiosos, que serán muchos. Lagerfeld podría ocupar la misma habitación en la que no hace mucho durmieron Beyonce y Jay Z. Podría ser la cantante quien le recomiende el hotel, quien le hablé de lo bella que se ve la ciudad desde aquel balcón…, a fin de cuentas ellos son amigos.
Así que, balconeando, descubrirá Karl a Yunior. Y el alemán, como el aya de la francesa, se quitará los espejuelos para fijar en Yunior la mirada. Karl no podrá resistirse. Invitará al policía, todavía uniformado, a que lo acompañe. Lo demás será en sonrisas; un desfile hecho al ritmo de Irakere, y aplausos. Los dos recorren la pasarela apretándose las manos. Y luego sucederá el viaje del cubano, acompañando al alemán, hasta París. Y la prensa reseñando cada detalle del idilio. Hasta es posible que escriban otra vez que acerca del fracaso del socialismo, que den como razón la falta de frivolidad. Y no escribo más.
Olvidaba decir algo: el título de este texto ha salido de algo que escribió Balzac. Y no es un exceso de honestidad lo que me lleva a aclararlo; lo dejo claro porque sé que le creerán más a él que a mí. En el ‘Tratado de la vida elegante’, escribió el francés: “Puesto que el vestido es el símbolo más enérgico, la revolución también fue una cuestión de moda, un debate entre la seda y el trapo”.